María hoy cumple 100 años: «Nunca me eché potingues en la cara, solo agua y jabón»

MARTA REY / S.F.

YES

XOAN A. SOLER

¡Felices 100! María celebra un siglo de vida llena de energía. Madre de cuatro hijos y abuela de siete nietos, confiesa  algunos de los secretos para llegar a ser centenaria. «Soy la clienta de más edad en la peluquería», afirma

08 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Son las cinco de la tarde y María —a la que cariñosamente llaman Maruja— ya está preparada en su salón para posar para la foto. Recién salida de la peluquería y con sus mejores galas, procura que todo salga a la perfección. «¡Encended las luces!», le dice a su hija Celsa y a su yerno Manolo. Mientras intenta abrir las cortinas apoyada en su bastón, busca el mejor rincón de la sala y cumple estrictamente con las órdenes del fotógrafo. Aun así, la timidez y la impresión por que le hagan un reportaje consiguen que le cueste mostrar una sonrisa a la cámara. Sin embargo, sus nervios se esfuman por completo al ver su retrato de cuando era joven. Porque un día como hoy, 8 de febrero, pero de hace un siglo, nacía la tercera de cuatro hermanos que desde 1925 ha conseguido disfrutar con éxito de la vida. Hoy, por fin, celebra sus 100 años.

XOAN A. SOLER

Un mes de luna de miel

Ya sentada en su sillón, se acomoda y recuerda cómo eran las cosas cuando era una niña. «Me acuerdo de la Guerra Civil. Estaba en el colegio y empezaron a tocar todas las campanas de Santiago. Todos creímos que ardía algo, pero fue porque había acabado la guerra», confiesa. Aunque le gusta ver la televisión, en aquellos tiempos escuchaba hasta las campanadas por la radio. «Había mucha gente que no tenía nada. Quien tuviera una radio ya era un rey», cuenta.

Mientras su hija y su yerno la animan a contar alguna anécdota, María admite que con 12 años ya correteaba por la mercería familiar mientras echaba una mano a su tía Paulina. «Vendía zapatillas, unas de ojales y otras de cintas. Para mí los domingos eran un día de fiesta porque abrían todos los comercios y estábamos allí todos juntos. Yo ayudaba más que el resto y terminé quedándome», explica. No conoció otro oficio, porque se quedó al frente del comercio en 1950 y se jubiló en el 2001 con la llegada del euro. «Trabajé allí durante 50 años. Cuando ella dejó la tienda, me quedé yo. Era una mercería que estaba aquí debajo de mi casa, en Padrón, y que antes se llamaba paquetería. Vendíamos telas, pijamas, zapatillas...», cuenta. Ahora echa la vista atrás para mostrar lo cara que se ha vuelto la vida. «Además de vender los pares a pesetas, algunas se vendían a 75 céntimos. ¡Fíjate que precios!», exclama.

Entre amigos y salidas, María conoció a Francisco —al que todos llamaban Pancho—, el único amor de su vida. Se hicieron novios cuando ella tenía 21 y él 26 y se casaron cinco años después. Una boda estupenda, de la que se acuerda hasta de la persona que los casó. «Fue un día muy bueno. Nos casó un amigo que teníamos que era canónigo de la catedral. Se llamaba Manuel Silva», afirma. Lo mejor llegó con la luna de miel. Si entre las nuevas generaciones está de moda que los recién casados visiten dos países o paren obligatoriamente en las Maldivas, ellos no salieron del país. Eso sí, el viaje duró un mes. «Antes nadie salía de España, pero ahora... Nosotros fuimos a Barcelona, a Bilbao y a Madrid. Estuvimos 15 días y cuando llegamos, mi suegro nos dijo que nos fuésemos otros 15 días más», detalla.

El deseo de un bisnieto

Pronto llegaron sus cuatro hijos. «Pancho, el mayor, vino enseguida. El segundo, Ricardo, nació un año después. Carlos tardó cuatro años y la última en nacer fue Celsa», explica. Y tras los hijos, la casa se les llenó de nietos. Siete, para ser más exactos. «A ver, mamá, ¿cómo son los nombres?», le dice su hija para ayudarla. «Pancho, Paula, Adela, Paloma, Carlitos, Elisa y Manolo», responde María. Evidentemente, para ella el colofón sería conocer a un bisnieto, pero por ahora no tiene ninguno. «No quieren, porque dicen que si no no podrían salir de juerga», bromea. Eso sí, ella tiene claro lo que más le gusta de ellos y las cosas que de verdad le llenan el corazón. «En realidad son cosas normales. Todos trabajan y son muy cariñosos. Vienen a verme, me llaman por teléfono y me hacen regalos. Noto que me quieren y que para ellos soy importante», confiesa.

María junto a su hija Celsa y su yerno Manolo
María junto a su hija Celsa y su yerno Manolo XOAN A. SOLER

A sus 100 años, María tiene una rutina diaria muy sencilla y es autónoma para bastantes cosas. «Me levanto, me visto y me arreglo yo sola en el cuarto de baño», indica. Las tardes y las noches las pasa con Lola, la encargada de hacerle compañía. Y, por si fuera poco, tiene tarjeta de oro en su peluquería. «Por la semana no suelo salir. Los días que me toca el sintrom voy a la peluquería. Soy la clienta con más edad, me hicieron hasta un regalo y me saqué una foto con la peluquera», confiesa. Los fines de semana no los perdona. «El domingo sí que salgo porque voy a la misa de las doce y media. Después doy un paseíto, desde el Espolón hasta la plaza. También tomo un aperitivo. Cuando vienen mis hijos salimos a comer fuera», explica. Porque aunque no quieran cocinar, alguno sí que tiene maña entre fogones. «Bueno, Pancho y Ricardo lo hacen muy bien», detalla.

La fórmula secreta

«¿Y cuál es el secreto para cumplir tantos años?», le pregunto. «Bueno... Hay muchos. Tener una familia que te quiera, haber tenido muchas amigas... Ahora ya no porque fueron muriendo todas», explica. Lo que está claro es que a primera vista no aparenta ser centenaria y es algo que piensan todos. «El sobrino de Manolo cuando era pequeño le decía: ‘Maruja, estás muy bien’. Cuando veía toda la medicación que tomaba le soltaba: ‘Ay, ya sé por qué... ¡Por las pastillas!’», cuenta su hija. Y esta abuela pasa de moderneces, porque al contrario que ahora, en que todo el mundo cuenta con un estante repleto de productos para el skincare, ella solo necesitaba jabón. «No fumaba, no bebía... Tampoco era muy presumida, lo normal. No me echaba potingues, solo me lavaba la cara con agua y jabón», bromea María. Y su único capricho siempre ha sido el dulce. «A ver si la fórmula secreta va a ser el chocolate...», le digo. «¡Pues puede ser!», responde mientras se ríe.

Pero, aunque pasen los años, ella continuará cuidando a sus hijos como si fuesen niños. «Mamá es mamá. Y así lo será siempre», dice su hija con una sonrisa. María, que la vida te regale muchos más.