José Antonio Marina: «En un caso de "bullying" siempre hay tres protagonistas»

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El catedrático de Filosofía, José Antonio Marina, acaba de escribir una novela para adolescentes
El catedrático de Filosofía, José Antonio Marina, acaba de escribir una novela para adolescentes -

Consciente de la crisis por la que atraviesa el sistema educativo, el filósofo apuesta por enseñar a alumnos e hijos a resolver ellos mismos las situaciones que les presente la vida: «Lo único que sabemos del futuro es que seguirá planteando problemas»

19 feb 2025 . Actualizado a las 09:11 h.

«A los jóvenes se les escucha poco y comunicar con ellos no es fácil». No es una novedad la reflexión que hace José Antonio Marina, (Toledo, 1939) pero el prestigioso filósofo y escritor, que se declara optimista por naturaleza, no se quiere quedar resignado ante tal afirmación. En un mundo que evoluciona a gran velocidad, también a él le surge la gran duda de qué y cómo enseñar, pero ofrece una solución: «A pesar de esa imprevisibilidad, hay algo que sabemos del futuro: seguirá planteándonos problemas. Lo mejor que podemos enseñar a nuestros alumnos e hijos es a resolverlos». De eso va su último libro, El club de los buscadores de soluciones (Boldletters) dirigido a los adolescentes que están a punto de pasar la barrera de los 18 años y convertirse en adultos; ante un grave problema ocurrido en su instituto, el suicidio de un compañero que sufría acoso escolar, la profesora de Matemáticas aparca los ejercicios de aritmética para proponer a sus estudiantes de primero de bachillerato que sean ellos mismos los que encuentren la solución para que lo ocurrido no se vuelva a repetir. Y vaya si la encuentran. 

—En el libro cedes la palabra a esos jóvenes, ¿crees que les escucha poco la sociedad actual?

—Sí, menos de lo que se debería. La comunicación con sus padres siempre es complicada y también con los docentes, que son los adultos con los que más contacto tienen. Y no nos damos cuenta de que el invernadero educativo en el que se encuentran está a punto de acabar: en menos de dos años serán adultos legalmente, podrán votar, tendrán derechos diferentes y deberán tomar sus propias decisiones. Es el momento en el que tienen que empezar a identificar los problemas que irán surgiendo en la vida y buscar las soluciones. 

—Es una etapa en la que empiezan a ser conscientes de las dificultades de la vida, pero al mismo tiempo les preocupan asuntos más banales, vistos desde ojos adultos…

—Pero no hay que banalizar sus problemas, el modelo que intento introducir en la educación es el de la resolución de los problemas a todos los niveles: desde el niño de primaria al que no invitan a un cumpleaños, hasta el adolescente que sufre acoso en el instituto. En todos los casos la solución debe venir de ellos, y no de uno de manera individual, sino del grupo; porque los problemas planteados por la convivencia necesitan de la cooperación de todos, y la historia de la humanidad es todo un proceso de problemas y soluciones. 

—Pero la sensación es que en la escuela actual se habla poco de temas corrientes, ¿no crees?

—Estoy de acuerdo, y por eso en el libro es precisamente la profesora de Matemáticas la que decide aparcar las cuestiones propias de su asignatura para plantear un problema que es primordial y que uno solo no puede arreglar. El aislamiento es el mejor colaborador del miedo y en la adolescencia hay una idea generalizada de querer arreglar las cosas uno solo. 

—Esa profesora les reta a buscar soluciones para que no se vuelva a dar un caso de acoso, un asunto muy presente en las aulas, pero cuya gravedad no parece calar entre los jóvenes. ¿Cómo se debe hablar de ello para que se lo tomen en serio?

—En un caso de bullying siempre hay tres protagonistas: la víctima, el acosador y los testigos. Lo primero de todo es hacerles indagar sobre la razón que mueve a cada uno de ellos: descubrir por qué la víctima no denuncia, por qué los testigos se callan y por qué el acosador actúa contra otro. Una vez conocidos todos los puntos de vista, si el grupo se une, puede hacer ver al acosador que la víctima no está sola. Porque en la mayoría de los casos, el chico que sufre acoso se enfrenta a un problema que le desbordaba y ante el que se aísla. Después de un suceso tan triste como este, mi planteamiento es que el instituto se centre en aumentar las capacidades de los alumnos para que sean ellos los que busquen la forma de que no vuelva a ocurrir. 

—Al final, la educación debería ser el lugar donde resolver problemas, y no solo de matemáticas.

—Efectivamente, el objetivo de la educación siempre ha sido enseñar a resolver todo tipo de problemas: los personales, los sociales, los teóricos, los prácticos, los técnicos o los familiares. Es más, lo que llamamos cultura no es más que el conjunto de soluciones que se nos han ido ocurriendo para resolver problemas de todo tipo. Si todo lo enfocamos con soluciones a problemas previos, el aprendizaje tiene un sentido más vivo y más práctico. Necesitamos una sociedad de buenas soluciones y la escuela debe ser el comienzo. 

—Los docentes son un colectivo bastante desprestigiado a día de hoy. ¿Quienes cree que se sienten más infravalorados en los institutos, profesores o alumnos?

—Es cierto que hay una actitud generalizada de recelo por parte del profesorado y muchos entran atemorizados a las aulas. Hace ya años, recomendé que desde las facultades se diera más recursos a los futuros profesores con los que enfrentarse a asuntos que no son propiamente de su asignatura, como pueden ser la disciplina o la motivación del alumnado. Creo que en las oposiciones se debería evaluar también este tipo de asuntos, que sepan manejar las herramientas para tratar con los adolescentes. Desgraciadamente, un número muy alto de docentes se encuentran desbordados por la situación. 

—¿Y cómo se podría resolver?

—Yo ya propuse adaptar una iniciativa que viene de Francia y que consiste en crear un cuerpo especial de profesores de élite, docentes con formación y experiencia que voluntariamente se ofrecieran para ir a los centros más conflictivos. Porque lo que está ocurriendo, al final, es lo contrario, que esos centros son los que nadie elige y a los que mandan a profesores con menos experiencia y más vulnerables. Los problemas van a existir siempre, pero hay que entrenarse para resolverlos; y con los adolescentes, lo que nos ocurre es que no sabemos cómo tratarlos. 

—Y menos ahora, que son nativos digitales que parecen saber más: ¿Crees que la irrupción de la tecnología ha incrementado la distancia con los adultos?

—Creo que sí, sobre todo en profesores de una cierta edad. Los adolescentes están sufriendo una especie de fascinación por la tecnología, especialmente por el móvil. Los años entre el 2007 y el 2009 marcaron un momento trágico para esta generación: fueron los años de la inclusión de internet en el móvil, la llegada de los likes, el scroll y las cámaras frontales. Todo ello está sometiendo a la gente joven a una comparación universal que conlleva frustraciones, envidias y un aumento de los problemas mentales. Y creo que nadie sabe bien cómo enfocarlo. 

— ¿Y esa fascinación no debería de empezar a pasar, como ocurrió con otras innovaciones?

—Las redes sociales están diseñadas por gente muy inteligente y su objetivo es captar la atención, de tal manera que al final crean adicción, por no hablar del número de horas de sueño que se desperdician delante de la pantalla, es algo muy preocupante. En cualquier caso, no podemos eliminarlas, ni siquiera eso sería bueno; pero lo que sí podemos hacer es fortalecer la capacidad de nuestros chicos y chicas para que sepan usarlas sin quedar enredados en ellas. 

—Y con tanta pantalla fuera del aula, ¿cómo resolverías el gran debate que hay en torno a la inclusión de la tecnología en las aulas?

—Cuando aparecieron las pantallas, todos pensamos que eran una herramienta pedagógica fantástica, pero no hemos sabido utilizarla, porque solo la usamos para buscar información, y de eso los chicos saben más que nosotros. Podíamos haber convertido la tecnología en una forma de personalizar la educación, de permitir que cada alumno aprendiera a su velocidad. Pero no lo hemos conseguido, así que, por lo menos, yo lo que eliminaría de las aulas sería los móviles. 

—En el libro abordas conceptos como la felicidad, la responsabilidad o la ética; podría ser perfectamente un manual para las asignaturas de valores, ¿se hizo con esa intención?

—No, creo que lo ideal es que fuera un libro de lectura dentro del sistema educativo, pero tiene un formato menos duro que el de un libro de texto. Ojalá se crearan clubes de buscadores de soluciones en todos los centros educativos. 

—Y está escrito para adolescentes, pero también indicado para adultos; ¿qué pueden sacar padres y profesores de él?

—Muestra una serie de ideas que salen de ellos cuando les cedes la palabra. Es importante tenerles en cuenta y enseñarles las pautas para que sean ellos los que resuelvan los problemas que se vayan encontrando en la vida; porque todos los problemas tienen una estructura común, pero hay que saber identificarlos, plantearlos bien, buscar las posibles soluciones, escoger una y comprobar que funcione; ese debería ser el núcleo de la educación. 

«La valentía consiste en no dejar de hacer algo pese al miedo»

—También les hablas de política, ¿ pero no crees que está tan desprestigiada que ya no la tienen en cuenta?

—Los jóvenes nos son tontos y se dan cuenta de que últimamente están pasando cosas muy raras. Están decepcionados con la política y no la reconocen como la resolución de los problemas; y si admitimos que la política es una actividad detestable, la estaremos dejando en manos de personas detestables. Este proyecto educativo que propongo empieza con la resolución de problemas sencillos de la infancia, pero termina con la resolución de los más complejos, que son los problemas políticos y éticos. 

—Y ahí está esa nueva ciencia universal que propones crear, la heurística.

—Sí, la ciencia que se encarga de buscar soluciones. Y vuelvo a hablar de problemas: tradicionalmente, se estudian con problemas las asignaturas técnicas, pero se debe entrenar el hábito básico de resolución. Lo explico con un ejemplo: un matemático puede ser buenísimo resolviendo problemas de su especialidad, pero ser incapaz de enfrentarse con las tensiones de la vida. Hay alumnos con altas capacidades cognitivas que acaban fracasando por carecer de la capacidad de resolver problemas no cognitivos. Pretendo recuperar una pedagogía universal porque la inteligencia avanza siempre respondiendo preguntas. 

—¿Cómo se encaja esta nueva ciencia dentro del currículo educativo?

— Tiene que estar inmersa en el resto de asignaturas. Hay que dar Matemáticas, Lengua o Historia, pero también hay que enseñar a los alumnos a enfrentarse a las dificultades que se van a encontrar: el acoso, la depresión, las dificultades de aprendizaje, la incapacidad de concentración, la falta de trabajo… Y mostrarles que la valentía no consiste en no tener miedo, sino en no dejar de hacer lo que se debe por sentir miedo.