Lola recorrió toda América del Sur a pedales: «Es más barato ir por el mundo en bici que pagar el alquiler, las facturas y el coche»

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Esta gallega acaba de recorrer más de 8.600 kilómetros desde Cancún hasta Ushuaia. Once meses tardó en atravesar Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina

04 mar 2025 . Actualizado a las 13:46 h.

Una lesión jugando al baloncesto ha llevado a Lola Bruzón a vivir la mayor aventura de su vida: atravesar en bicicleta Centroamérica y América del Sur. Lo hizo sola y prácticamente con lo puesto. Su aventura partió en Cancún (México) y terminó en Ushuaia, en Tierra del Fuego, en Argentina. Tardó once meses en lograr su objetivo, tras recorrer Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Una auténtica locura. Pero esta chica de Vigo, de 35 años, está hecha de una pasta especial. Tiene que estarlo para recorrer más de 8.600 kilómetros con la ayuda exclusivamente de sus piernas y de su bicicleta y sin conocer ni los países ni las carreteras por las que iba. Pero conozcamos primero qué la llevó a emprender este viaje tan alucinante.

«Me rompí el ligamento cruzado jugando al baloncesto. El médico me dijo que el tema del basket se había acabado ya para mí y que lo único que me venía bien era la bicicleta. Entonces me puse a hacer bici. Al principio, hacía mucha bicicleta estática para recuperar la movilidad de la rodilla. Y luego, ya empecé a salir. Cuando terminé mis estudios, me fui un tiempo a Londres como au pair. Y como allí el transporte era tan caro, la madre de la familia tenía una bicicleta muerta de risa en el jardín, y le pregunté si la podía usar. Me dijo que sí, entonces ya empecé a ir a todas partes en Londres en bici. Y ya me encantó», explica esta aventurera, que todavía está tomando tierra de su hazaña.

Tras su viaje a Inglaterra, Lola regresó a España, pero el gusanillo ya le había picado, así que decidió hacer su primera ruta larga. «Volví para dejar mis cosas y en Vigo me hice con una bicicleta, la metí en una caja, la embalé y me fui a Ámsterdam para hacer el camino de vuelta a Galicia en bicicleta. Yo, en aquel momento, no tenía ni idea de arreglar un pinchazo, nada de nada. De mecánica, cero. Solo sabía que me gustaba andar en bici y que sabía inglés. Y me sentía con la confianza suficiente como para probar la experiencia», explica. Pero todo resultó tan bien, que ya no hubo quien la parase. «Entonces tenía 25 años y a mis padres, al principio, no les hizo ninguna gracia. Ese fue el motivo por el que empecé a compartir por redes sociales mis viajes. Mi madre me decía que era una locura. Y yo la convencí diciéndole que le enviaría vídeos todos los días para que se quedara más tranquila. Y con mis amigas, pasó un poco lo mismo. Así que pensé que ya que tenía que mandar vídeos a tanta gente, pues ya los subía a las redes sociales. Lo hice pensando en mi madre y en mis amigas, pero luego empezaron a verlos bastante más gente», comenta.

En casas de desconocidos 

El tema de dormir lo solucionó con la plataforma Warm Shower (ducha caliente en inglés): «Es una plataforma en la que la gente se apunta y te ofrece lo que tiene, un sofá, una habitación de sobra o un sitio en el suelo donde tú puedas poner tu saco. Te acoge en su casa a cambio de nada. Es un intercambio cultural. De hecho, yo lo hacía cuando estaba en Vigo. Recibía a personas». «Y en mi viaje a Ámsterdam, cada noche dormía en una casa diferente, que era de gente que no conocía de nada y que te abren las puertas de su casa. Además son perfiles de todo tipo, porque he dormido en casas de estudiantes, en familias con niños, en pisos de personas solteras, tanto chicos como chicas. Normalmente es gente que ha viajado mucho y esa es su forma de seguir haciéndolo. Trayendo a gente de fuera a su casa. Y es una gozada», dice.

Después del viaje a Ámsterdam, Lola decidió recorrer Portugal en bicicleta, de punta a punta. Pero ahí ya dormía en tienda de campaña: «Fue un viaje diferente. Iba por la costa y dormía en las playas, en el monte...». Y luego cruzó los Pirineos, desde Hendaya (Guipúzcoa) hasta Llansá (Gerona): «Fui todo hasta el Mediterráneo. Fue espectacular. Es precioso. Los Pirineos son un paraíso».

Como le pareció poco lo que había hecho hasta entonces, decidió cruzar el charco y recorrer toda América del Sur. Pero, ¿de qué vivió Lola esos once meses? «Con lo primero que alucinas es que gastas mucho menos. Es más barato recorrer el mundo en bicicleta que estar en un piso pagando el alquiler, las facturas y el seguro del coche», dice. «Pero es verdad que me privé de muchos planes y estuve haciendo hucha un año antes. También mi hermana me ofreció irme a vivir con ella. Ahí ahorré mucho dinero del alquiler. Y luego, vendí el coche, mi ordenador, me deshice de muchas cosas. Me quedé con una caja con ropa que mandé al trastero de mi madre», explica. También recurrió a una forma de financiación solidaria para costearse el viaje: «Seguía a otros viajeros que utilizaban una aplicación que se llama Buy Me A Coffee en el que la gente te puede hacer donaciones y tú pones un precio. Yo había puesto 3 euros. Y podían hacerme aportaciones por esa cantidad, todas las veces que quisieran». «Allí por 3 euros ya comía. La comida, sobre todo, en Centroamérica es muy barata. Entonces, si alguien me daba 3 euros, pues esa persona igual se tomaba unas cañas menos, pero a mí me estaba ayudando a comer ese día. Era como ‘guau'. Y alucinas con la cantidad de gente que me ayudó y que no me conocía de nada. Además, me dejaban unos mensajes preciosos», asegura.

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El tapón de Darién

Para Lola todo el viaje fue maravilloso, sobre todo por la gente que se encontró. Pero también le tocó pasar por algún momento de apuro: «Fue en el tapón de Darién, en la frontera entre Panamá y Colombia, que es una jungla. —Se trata de una de las regiones más peligrosas de América Latina, que corta en dos la ruta Panamericana—. Es todo muy salvaje y no hay carretera. Y para pasar a Colombia, tenía que cruzarlo. Las opciones eran coger un avión o un barco turístico». «La zona está habitada por una tribu indígena que domina esa zona, que es un parque nacional. A mí el tema del avión me parecía un lío con la bicicleta. Y el tema del barco turístico durante una semana parando de isla en isla, tampoco me apetecía. No quería participar de esa turistada. Porque también hay muchos emigrantes que pierden la vida intentando cruzar el Darién. Entonces decidí cruzar en una lancha con los indígenas», cuenta. «Era un bote a motor para un trayecto de 7 horas en lancha. Y había hablado con uno de ellos que me dijo que me llevaba por 70 dólares. Me subí y a las cinco horas de navegación me dejó tirada en una isla, sin cobertura y sin hablar el idioma de los indígenas, que no hacían más que pedirme dinero. Yo no tenía manera de salir de allí. Tuve que pasar la noche en la isla buscando a alguien que me sacara de allí. Y encontré a un señor que lo hizo por 200 dólares». Pero ahí no acabó todo: «Durante esa última travesía y cuando faltaban dos horas, este señor decidió parar la lancha y me empezó a gritar: ‘¿Cuánto dinero me das?'. Le expliqué que lo me había dicho, pero fue un show. Y en cuanto llegamos a Colombia, en vez de dejarme en el muelle, me dejó a no sé cuantos metros de la playa. Me llegaba el agua por la cintura. Y me tuve que tirar al agua con la bicicleta».

Colombia y Ecuador

Después de aquello todo fue sobre ruedas: «Colombia es una pasada. Ecuador también. A nivel paisajístico son brutales. La comida es riquísima y superbarata. Y la gente es muy amable y generosa. Salí de España muerta de miedo. Iba al aeropuerto llorando prácticamente, pero fue llegar allí y ver cómo me recibía la gente, lo amables que eran y hospitalarios. Hay sensación de comunidad. La gente se ayuda mucho». «Me he sentado a comer en mesas de familias con casas hechas con palés, y sin conocerme de nada, me ofrecían lo que tenían», explica. De hecho, Lola todavía mantiene relación con muchas de esas familias.

También recuerda que en Perú tomó la mala decisión de ir por la costa, y tuvo que recorrer cerca de mil kilómetros de desierto: «Pedaleaba cien kilómetros al día contra el viento, la arena y el calor. No había nada. Nada de nada. Era la soledad absoluta. Pero luego llegó Chile. Y ahí vive la hermana de mi madre. Y mi madre apareció por sorpresa cuando fui a ver a mi tía. Fue un chute de energía brutal», dice esta aventurera que acaba de vivir la experiencia de su vida. Y que seguro que no será la última que corre.