Wilmer Arias: «Viví 40 días sin luz y tuve que enseñarles a mis vecinos a ahumar la comida para conservarla»

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«Fue como volver a la prehistoria», dice este venezolano afincado en A Coruña que pasó más de un mes sin luz en su país de origen. En ese tiempo tuvo que ingeniárselas como pudo para sobrevivir
14 may 2025 . Actualizado a las 14:08 h.Para Wilmer Arias las horas sin luz del apagón del pasado 28 de mayo no fueron nada. «Aquí uno nunca se espera que suceda algo así, pero en Venezuela es algo frecuente. Tanto que en el 2016 viví 40 días sin luz y tuve que enseñarles a mis vecinos a salar y ahumar la comida para que aguantase todo ese tiempo sin electricidad», recuerda ahora desde A Coruña, donde reside desde hace tres años: «Fue toda una experiencia, yo me sentía como en la prehistoria». El apagón total de España le hizo revivir de nuevo esos 40 días que ya casi había borrado de su memoria. «Fue una experiencia tan fuerte que casi los había olvidado».
Tenía 40 años cuando sucedió y vivía con sus padres en una urbanización de Maracaibo. «En Venezuela había constantes apagones y estábamos acostumbrados a que durante 6 u 8 horas pudiésemos estar sin servicio de luz. Así que cuando sucedió el gran apagón, todos pensábamos que era algo puntual y que se solucionaría al día siguiente». Pero la luz no volvía: «Empezamos a llamar a los familiares y amigos que vivían en otras zonas para saber si tenían electricidad, y nadie tenía».
CON LA NEVERA LLENA
Poco a poco pasaban los días y la gente empezó a preocuparse. Wilmer era chef y había aprendido diferentes técnicas de conservación de los alimentos cuando estaba estudiando. «Cuando vi que la luz no regresaba empecé a avisar a los vecinos para que no abriesen los congeladores y que se conservase así la comida». A todos los pilló con la nevera llena porque, cuenta, «es habitual hacer una compra grande al mes y tener todo en casa en congeladores y neveras». «Los días iban pasando y veíamos que en algunos puntos iba volviendo la luz. Pero la central hidroeléctrica está en la zona oriente del país y Maracaibo está en el extremo occidente. La luz iba llegando a otros puntos, pero nosotros, nada. Pasaba una semana, dos, y la situación no se solucionaba», recuerda Wilmer.
Sin nada más que hacer, sin poder trabajar ni salir de la urbanización para no gastar el combustible de los coches, los vecinos se organizaron como una piña para salir adelante. «Como era el que tenía conocimientos de cocina, les dije a mis vecinos que teníamos que ahumar y salar para conservar los alimentos. En Maracaibo es muy fácil hacer esto sin que se estropee la comida, porque estamos todo el año a una temperatura de entre 38 y 40 grados. Colgaba la comida y en uno o dos días ya estaba seca», explica Wilmer. A su casa empezaron a llegar vecinos con pollos, pescado… Y así pasaba las horas, enseñando las técnicas más básicas de conservación y ayudando a preparar la comida para todo el vecindario. «Teníamos unas parrillas y preparábamos la comida para todos. Ese tiempo sin luz también nos ayudó a hacer limpieza de los trasteros. Íbamos sacando muebles viejos o maderas que ya no servían para nada para hacer leña», recuerda.
Todas las noches se sentaban fuera de las casas juntos para comer los platos que preparaban en la parrilla. También para hablar mucho. «Pasamos de tener las típicas conversaciones de vecinos sobre la nada a tocar temas más profundos». Jugaban al dominó, a las cartas y a todo lo que los pudiese entretener con un bolígrafo y un papel. Perdieron la noción del tiempo y siempre mantenían la esperanza de que llegase la luz. «Mi madre se puso a hacer ganchillo y mi padre recuerdo que acabó con todos los libros de crucigramas y sudokus que había. Yo repasé los libros de cocina y me puse a practicar alguna receta», cuenta Wilmer.
Sin agua fresca
Una de las cosas que peor llevó es no tener agua fresca para beber. «Imagínate, a las temperaturas a las que estábamos el agua del grifo era sopa». También poder darse una buena ducha en condiciones, una de las primeras cosas que hizo el día que volvió la luz: «El día que llegó, la gente gritaba de emoción. Fuimos los últimos del país en volver a tener luz. Recuerdo que lo primero que hice fue encender el aire acondicionado y la nevera para tener agua fría. También darme una buena ducha».
El tiempo se detuvo para ellos. «Crecimos con móviles y tecnología, y de repente no teníamos nada». Recuerda que las noches eran más difíciles: se iba la luz y todos los vecinos tenían que estar alerta: «Nuestra urbanización tenía vallado eléctrico y no funcionó durante el tiempo que estábamos sin electricidad. Por la noche todos los vecinos teníamos un código para avisarnos con unas maracas o unas campanillas para hacer ruido si pasaba algo».
De esos días y horas interminables sin luz recuerda los ratitos que se escapaba a su coche, la única fuente de energía que tenía para cargar un poco el móvil y poder comunicarse así con la familia que vivía en otras zonas del país. También a veces para respirar un poco de fresco con el aire acondicionado del coche. «No sabías ya si era martes o miércoles, vas perdiendo la noción de los días». Pasaban mucho rato en la calle al sol. «Nos bronceábamos, contábamos chistes, todo para intentar distraernos».
La experiencia
La electricidad fue volviendo después de 40 días poco a poco. «Hay vídeos de cuando volvió, de todos los transformadores de la calle estallando», recuerda Wilmer. La experiencia fue uno de los motivos que le llevaron a abandonar el país tiempo más tarde. «De los que vivíamos en esa urbanización al menos ocho personas acabamos abandonando Venezuela». Ahora, nueve años después, sigue cocinando, con electricidad, desde el café que abrió con otros dos socios en A Coruña. Desde ese lugar vivió el 28 de abril un apagón que le hizo volver por unas horas al pasado.