
Aislada e invisible. Así pasó sus últimos años la mujer por cuyo amor lo dejó todo Eduardo de Inglaterra. Y lo hizo a la sombra de una oscura abogada que sale a la luz en una nueva película
18 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Una de las escenas más interesantes de Wallis Simpson no fue nunca protagonizada por ella. Pero sí por Geraldine Chaplin en The Crown. En el funeral de su marido, lanza una advertencia al entonces príncipe de Gales, Carlos: «Ten cuidado con tu familia». «Tienen buena intención», responde él. Pero Wallis-Geraldine sentencia: «No, no la tienen». Con su fama de coleccionar maridos y joyas, de frívola, y de ser la mala de la película del drama que casi acaba con la monarquía británica, pocas veces se ha representado a la duquesa de Windsor más allá de versiones algo edulcoradas o envaradas. Pero en esa etapa de los últimos años de su matrimonio, es quizás donde más justicia se haga a la vida que escogió (o a la que no le quedó más remedio que acomodarse) cuando conoció al heredero del trono británico. Hay en el rostro arrugado y triste de Geraldine Chaplin una Wallis Simpson de carne y hueso gastados, aburridos, y que estaba a punto de comenzar una bajada a los infiernos de la que no hubo apenas testigos. Tan solo una intrigante y misteriosa abogada que se convirtió en su representante legal y su todopoderosa guardiana. Y que de seguir viva, habría puesto una demanda a este periódico por publicar estas líneas.
La foto que no pudo ser
En 1980, cuando Wallis Simpson tenía 84 años, The Sunday Times decidió encargar una foto de la duquesa a Lord Snowdon, el exmarido de la princesa Margarita. La periodista y escritora Caroline Blackwood sería la encargada de redactar la semblanza. Aquella foto nunca se hizo, porque se encontraron con un auténtico dragón guardando la fortaleza: la abogada francesa Suzanne Blum, que bajo el pretexto de proteger los intereses de la duquesa, cuya salud estaba ya muy deteriorada, no permitía que nadie la viera. Pero la investigación resultó tan fascinante para Blackwood, que aquello se convirtió en un libro igual de fascinante: Últimas noticias de la duquesa, publicado en 1995, después de la muerte de Blum, y que en España se tradujo por primera vez en el 2021. Mezcla de crónica periodística, salseo aristocrático y novela de terror, el libro de Blackwood pinta un final dramático para Wallis Simpson.
Una pasión tóxica
La historia oficial relata que Eduardo VIII de Inglaterra no ocupó el trono ni un año. Por el camino se había cruzado con una socialité americana, separada de su segundo marido. Enamorado como un adolescente, y dado que ni el Gobierno ni su familia ni la Iglesia iban a permitir nunca una boda con una divorciada cuyos dos exmaridos seguían vivos, Eduardo abdicó y la corona pasó a su hermano Albert, que reinaría como Jorge VI. Convertido ya en duque de Windsor, se casaría con Wallis un año después, cuando ella consiguió el divorcio. Tras la Segunda Guerra Mundial se instalaron en París, en el famoso palacete del Bois de Boulogne que le cedió la ciudad, y que todo el mundo conocía como Villa Windsor. Parecían siempre enamorados, elegantes y divertidos, aunque Caroline Blackwood cuestiona absolutamente esa imagen, dudando de la devoción de Wallis. «Habiendo él renunciado a tanto, le habría sido muy difícil dejarlo, aunque fuera un hombre tan dependiente, aunque estuviera tan locamente enamorado que esta necesidad obsesiva fuera a menudo para ella como una prisión», escribió.

Pero cuando el duque murió en 1972, Wallis quedó atrapada bajó unas rejas mucho más terroríficas: las que levantó entre ella y el mundo Suzanne Blum. Abogada de éxito (había representado a estrellas como Chaplin, Douglas Fairbanks o Rita Hayworth), ¿cómo llegó a convertirse en la última guardiana de la duquesa?
El biógrafo y escritor Hugo Vickers, especialmente virulento en sus ataques contra Blum, explicaba que era la mujer del abogado que llevaba sus asuntos en París, cargo que Blum asumió cuando se quedó viuda. Poco a poco, fue adquiriendo más poder sobre la duquesa, hasta el punto de ir apartando al resto de sus asistentes, desde su secretario a la suya personal, Johanna Schutz. En una entrevista con la periodista Anna Pasternak, Schutz acusó a Blum de amenazar a la duquesa y presionarla para que donara su patrimonio a museos e instituciones francesas. Vickers asegura que nunca ha quedado claro qué fue de la fortuna de los Windsor, pero la sombra de la sospecha está en la publicación de sus cartas o en la venta de sus fabulosas joyas.

Era demasiado jugoso este personaje como para que el cine no se lanzara a por él. Ya lo había hecho en el teatro, con una obra de Nicholas Wright que recreaba las conversaciones de Blackwood con Blum.
Nuevo «Biopic»
Y ahora es el director Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral) el que se pone al frente de un guion de Louise Fennell, que bajo el título The Bitter End (El amargo final), recreará los últimos años de la duquesa. Joan Collins, a sus 92 años, se pone en la piel de Wallis Simpson, e Isabella Rossellini, tras el reciente éxito de Cónclave, dará vida a Suzanne Blum, en una relación que Rosselline define como «compleja y devastadora». Completan el reparto Miranda Richardson, Lambert Wilson, Laurent Lafitte y Buom Tihngag, entre otros. En enero, Collins adelantó que iba a empezar el rodaje, y hace unas semanas tanto ella como Rossellini publicaron la primera imagen de la película, que comenzó a rodarse en mayo en París y Londres. De momento, no hay fecha de estreno.
Wallis Simpson murió en su casa de París en 1986. Tenía 89 años, y fue enterrada en el cementerio real de Frogmore, en Windsor, junto a los restos de su marido. En 1975 había sufrido una gravísima hemorragia provocada por una úlcera, y nunca se recuperó. Cuidada permanentemente por enfermeras y médicos, recluida en Villa Windsor, algunos testimonios apuntan a que se había convertido en un vegetal, por mucho que Suzanne Blum dijera que estaba lúcida y hablaba mucho. Vickers enseñó a Blackwood una imagen tomada por unos paparazis españoles. En ellas se ve a la duquesa sostenida por una enfermera. Un cuerpo «diminuto y encogido», describe la escritora, con la cabeza caída. Así pasó sus últimos años la duquesa, sin amigos ni visitas, aislada en la mansión que, curiosamente, compraría Mohamed Al Fayed. Pero esa es otra historia.