
La sensación compartida de que Nueva York es un lugar conocido que se percibe en cuanto se abandona el JFK tiene que ver con el cine. Así de poderoso es este arte y su extensión televisiva, porque cuando una historia está bien contada y bien rodada el espectador se instala dentro de ella y viaja por sus paisajes como si pudiese olerlos. El Nueva York que conocemos es el de Woody Allen, el de Paul Auster en Smoke, el de Scorsese y Coppola, pero también el de Sexo en Nueva York y Gossip Girl. La serie protagonizada por Sarah Jessica Parker y sus posteriores y alimenticias extensiones han levantado ellas solas todo un imaginario sobre la ciudad, con rutas específicas para turistas que se anuncian en redes, con 40 localizaciones diferentes y un lugar estrella: las escaleras del apartamento de Carrie Bradshaw, en el 66 de Perry Street, en el West Village. En enero de este año 2025, la propietaria del edificio, identificada por The New York Times como Barbara Lorber, confirmó que estaba hasta las narices de que su casa fuese un destino turístico global desde hace treinta años, y pidió permiso a las autoridades locales para instalar una verja e impedir el acceso de miles de visitantes que buscan en su vivienda el alma de Carrie.
Algo parecido ha sucedido en otras localizaciones audiovisuales que en un mundo de audiencias y plataformas globales pueden convertirse en una pesadilla para quienes las habitan. La última novedad viene de Notting Hill, uno de los barrios más cinematográficos de Londres gracias a la película de Robert Michell que, 26 años después, sigue convocando a miles de personas en un entorno en el que viven personas normales que van a la compra y a trabajar y vuelven de madrugada con un gin fizz dándole alegría al cuerpo. El reclamo son las famosas casas de colores pastel que asistían al romance entre Hugh Grant y Julia Roberts, registradas a estas alturas en millones de teléfonos móviles, para incomodidad de sus habitantes. Buscando una manera de ponerle diques a la marea, algunos de los vecinos han tomado una decisión radical: si es la belleza la que convoca, borremos la belleza. Y así, algunas de las fachadas están siendo pintadas de negro o gris antracita, al parecer menos fotogénicos en Instagram, en donde, como se sabe, el mundo es perfecto. Hay una interesante lección en la reacción de los vecinos de Notting Hill: en un mundo virtual en el que todo es bonito, lo extraordinario, que antes era justo la belleza, empieza a ser la fealdad. Interesante y muy punki.