Mientras estamos pendientes de lo mal que va todo, las buenas noticias se nos cuelan sin enterarnos. Es el signo de los tiempos, una hiperexcitación por lo malo y una anestesia para lo bueno, que parece ser menos fotogénico en los perfiles aberrantes de internet. Y digo aberrante en el mismo sentido que los planos que acometen a veces los directores de fotografía al inclinar la cámara los grados suficientes para que la línea del horizonte aparezca inclinada y componga una escena que nos incomoda, aunque no sepamos por qué.
Frente a esa realidad aberrante que recibe cada día estímulos a paladas hay cosas que van bien de una forma, incluso revolucionaria, asuntos que mejoran tanto la vida de las personas que, a poco que se eche la vista atrás, sorprende pensar cómo eran las cosas antes. Algo así como recordar cuando se llevaba a la chavala al pediatra y el doctor se echaba un piti a la vera de la camilla con el estetoscopio pendiente de la nicotina.
Esta semana, entre tantas desgracias e inquietudes, quedaron aprobados en el Congreso los nuevos permisos parentales, ya en vigor desde que los sancionó el Consejo de Ministros, pero ratificados ahora por nuestra cámara de representantes.
Además del tiempo que suman las madres, lo más relevante es el que añaden los padres, que hasta hace muy poco tiempo seguían el parto a distancia entre copazos de licor café en la cafetería del hospital y apenas unas horas después de que naciera el hijo que habían engendrado regresaban al tajo, mientras la madre batallaba con una cría recién nacida, una teta sin entrenar y las hormonas como los resistentes en un after.
Además de una barbaridad social, la ausencia de los padres ha tenido una repercusión brutal en la carrera laboral de las mujeres, tantas veces interrumpida de forma aparatosa en cuanto se comprometían con la reproducción de la especie en vivo y en directo.
Las estadísticas dicen que España está haciendo muy bien las cosas, que los permisos a los padres son de los más generosos del continente y que los días que los dos progenitores se afanan en preparar a una nueva criatura para enfrentarse al mundo difieren en muy pocos días a favor de las señoras.
A muchas aún nos pesan aquellas rácanas 16 semanas que pudimos dedicarle a nuestros descendientes y nos indignan casi más los cuatro días que disfrutaba el padre, inaudito en una cultura del cuidado compartido.
Así que sí, un permiso parental largo y obligatorio, con cada vez más señores asomados a las cunas, es la medida más feminista de la Tierra en un mundo de natalidades menguantes.