¿Un «gin tonic» que se come, un bocata de helado...? Cinco locales gallegos que destacan por sus postres
YES
Al leer la carta, querrías empezar al revés, por el último plato. Torrijas caramelizadas, rollos de canela, sopa de yogur... Hay de todo y también propuestas para llevarte para casa
24 oct 2025 . Actualizado a las 23:00 h.Más allá del marisco, hay restaurantes gallegos en los que el final de la comida se convierte en una experiencia que roza lo celestial. Tartas que son una eclosión de sabores, postres que reinventan la tradición, cucharadas que te hacen cerrar los ojos por puro placer... Hay quien cuando se sienta a la mesa dosifica bien el menú para dejar siempre un hueco para el tercer round. O quien no contempla finalizar la comida en casa sin un punto dulce. Hoy en YES hacemos un recorrido por esos locales que son famosos por ofrecer suculentos postres para poner el broche final.
En ese terreno, el de los postres, todavía hay quien no quiere compartir su tarta de queso o la de la abuela. Sin embargo, la torrija caramelizada con helado de La Tienda de A Mundiña (Padre Feijoo, 5) bien merece varias cucharas por unidad y en cualquier momento del año. Este postre, lejos de ser un capricho reservado a la Semana Santa, ha conquistado un lugar fijo en las cartas durante todo el año.
La receta del establecimiento del grupo Amicalia mira más a París que a la tradición nacional. Su autor, Pablo Iglesias, jefe de cocina, la define como «bastante contundente, es una torrija para compartir». Lo cierto es que no es una torrija cualquiera: parte de un pan brioche tierno y esponjoso que se marina con leche, nata, canela, vainilla y un toque de cítricos frescos. «La dejamos un día entero, la pasamos por huevo y la caramelizamos con azúcar», explica.
No obstante, el secreto está en la cocción: «Va al horno, no frita. A 250 grados. Probamos hacerlo de varias formas —frita, a la plancha— y así es como mejor queda. La fritura aporta demasiada grasa, oscurece los sabores y hace el postre más pesado». Así, tras su degustación, nadie se acordará de almíbares que parecen del siglo pasado o frituras que llevan el ácido gástrico hasta casi la garganta.
El resultado es una torrija ligera dentro de su contundencia, con un exterior dorado y crujiente y un corazón cremoso que se deshace lentamente al cortarla. La sirven con una salsa de toffee casera que aporta dulzor equilibrado y profundidad. Por encima, almendras tostadas, canela y una bola de helado de vainilla que añade frescura y suaviza cada bocado. «Es nuestro postre estrella», admite Iglesias. «Hay algún goloso que se la come solo, pero normalmente es para compartir entre dos o más». Eso sí, a los que no les guste la canela, otra buenísima opción es sumarse a la tarta de queso que también bordan.
Un «gin-tonic»
En pleno estuario del Anllóns, en el restaurante Mar de Ardora, que se caracteriza por su apuesta por los pescados, los mariscos y las verduras de temporada, los postres también ocupan un lugar destacado en la carta con varias opciones, todas ellas caseras. Son clásicos ya en este local de Cabana recomendado por la Guía Repsol 2025, pero que no dejan de sorprender tanto por su sabor, como por originalidad y también tamaño.
Un lugar destacado ocupa la sobremesa que lleva por nombre «O gin-tonic que se come». «Ese só o temos nós», destaca la responsable del establecimiento, Marisol Martínez. Y es que no es para nada común encontrar esta propuesta en la Costa da Morte. Lo preparan con sorbete de limón, gelatina con ginebra «da boa», matiza, y tónica, y ralladura de limón que cuecen en el propio almíbar, detalla la persona que le dio forma a este digestivo en versión gastronómica en el Mar de Ardora. «No resulta para nada dulzón», asegura. Es de los que más despachan. Ya llevan años con este postre y otros, pero «a xente que vén, quere comer aquilo, se non enfádase», comenta entre risas.
Otras opciones son la sopa de yogur con helado de turrón y uvas pasas sultanas; el helado de limón de la huerta con salsa de frambuesa; brownie con helado de chocolate y natillas y tarta de la abuela. La de queso al horno con mermelada de arándanos (este último producto es el único que compran) solo está disponible en ocasiones. Todos cuestan 6 euros y son contundentes.
«La tarta de la abuela, como a nosa, non a hai en ningún lado», presume Marisol. Lleva chocolate Mariño, «bo leite, nada de auga», galletas María, «bos ovos», «un pouco de Sansón [vino dulce]» y su punto justo de cocción, explica la experta. Es una propuesta muy «larpeira». Este y la sopa de yogur también son de los más vendidos. El último lleva, a mayores, crema de nata y «un toque anisado».
Todos originales
Al Clem Café se va a comer bien, en el sentido más saludable de la expresión. Este local de la compostelana rúa de San Pedro es un proyecto muy personal de Clémence Aymard, una francesa que llegó a España en el 2007 y que se lanzó a emprender poco antes de la pandemia para dar rienda suelta a todo lo que había aprendido de cocina en su vida. Se formó con una compañera danesa sobre alimentación, fue jefa de cocina en un restaurante en Islandia, donde se metió de lleno en la comida orgánica, vegana y sin gluten, y para la repostería puso la pasión de su abuela. Los postres de Clem son siempre reconocibles, pero llevan su toque personal. «Son recetas propias», remarca, y como los imprescindibles destaca «el flan vegano, la tarta de manzana o la de zanahoria», con las que suele coronar sus menús saludables. Pero en las vitrinas nunca faltan sus particulares brownies, los bizcochos de naranja o de plátano y sus populares cinnamon rolls (rollos de canela), «todo casero», vuelve a reforzar.
El coqueto local, decorado por ella y por su pareja, tiene un horario propicio para los desayunos, el brunch y la comida —de viernes a martes— y la filosofía es la misma sea la hora que sea: «Los productos son 100 % naturales porque la materia prima es fundamental, igual que hacer las cosas con equilibrio». El mayor problema de Clémence es su propio éxito. Tras una temporada en la que ha dedicado más tiempo a cuidar a su hijo, le ha dado vueltas a la posibilidad de hacer más rotaciones en la carta de postres y a su mostrador, pero se ha encontrado con la resistencia de los clientes habituales. «Cada vez me resulta más difícil incorporar nuevos postres porque a la gente le gusta repetir, y los echan de manos si no los preparas, así que voy poco a poco. ¡Somos de hábitos!», dice comprensiva.
Bocata de helado
Desde Italia llegaron a Vigo hace tres años Alessio di Lorenzo, siciliano de Palermo, y Paola, italiana de Nápoles. Cogieron un local que había sido durante décadas la panadería Beni Lavandeira, perteneciente a una saga local del sector cuyas ramas todavía perviven a través de negocios como El Molino, la panadería Casablanca o la panadería Santa Rita. La pareja italiana rescató el establecimiento tras el previo intento de un joven senegalés de que esa esquina de Vigo volviese a oler a pan, pero no tuvo suerte en su emprendimiento. En el 2022 Paola y Alessio inauguraron allí Fermentum, —su panadería, pastelería y café—, frente a la fuente del Paseo de Alfonso XII y a unos pasos del olivo, símbolo de la ciudad.
Poco a poco se han hecho imprescindibles en el barrio con sus panes de masa madre de fermentación lenta (42 horas) y doble amasado, y también con postres como los cannoli sicilianos rellenos de pistacho o fior di latte, las pastas ferro di cavallo, las palomas en Pascua o los panettones en Navidad.
Pero es que este año han aumentado la familia al hacerse cargo también del establecimiento contiguo. Donde estaba el mítico estudio de tatuajes Costa Oeste, los italianos formados en escuelas de hostelería han abierto Framenti, una pequeña heladería donde aumentan la oferta con helado artesano y una especialidad única: el brioche con gelato, o sea, un enorme bocata de helado de dos sabores (son 16 a elegir y de estos, ocho siempre son veganos).
El emparedado frío «es típico de su tierra y, como añade Paola, «no solo se toma de postre», sino que en sus abrasadores veranos a más de 40 grados, sustituye a una comida. Paola se formó en la Universitá del Caffé de la marca Illy y ha trabajado en Bolonia con el pastelero Gino Fabbri, campeón del mundo de pastelería en el 2015. Di Lorenzo, de familia de pasteleros, se formó en la escuela Alma, de Gualtiero Marchesi y ha trabajado en Beverara, célebre local boloñés.
En busca del postre viral
La ciudad naval cuenta con un local especializado en pastelería creativa. «Aquí no vas a encontrar nada clásico, como milhojas», explica Lorena Ameneiro, propietaria de Biquiños Doces. Situado desde el pasado mes de febrero en la avenida de Esteiro, muy cerca del campus universitario, suma ya cuatro años de vida —antes tuvieron un establecimiento en el Cantón de Molíns, pero se trasladaron a otro más grande que les permitía ampliar el obrador—. «Buscamos no tener lo mismo que los demás y también miramos mucho las redes sociales para saber lo que se está haciendo viral en otros lugares», añade la dueña.
Y es que otra de sus apuestas es precisamente el «postre viral», por lo que han ido adaptando su carta a lo que se lleva en cada momento en redes sociales, como fueron los New York rolls o las crumbl cookies. En la actualidad, triunfan con sus tartas de queso en pequeño formato —para dos personas—, que venden en unas cajas individuales de madera china. «Ampliamos la variedad de rellenos, todos de queso La Viña. Las tenemos de queso azul o de calabaza, y pronto tendremos también de donut o de pistacho», cuenta Lorena, que señala que también están especializados en las tartas Red Velvet y en las carrot cakes.
Si algo caracteriza a Biquiños doces es su apuesta por los «sabores actuales». Lorena enumera unos cuantos: pistacho, chocolate Dubái, Kinder o la amplia variedad de sabores Lotus que triunfa en el mercado. «Yo lo definiría como creatividad, sabor e innovación», comenta un cliente que, pese a definirse «más de salado», da buena cuenta de su consumición.