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Cócteles de fármacos La droga de moda: 'colocarse' con medicamentos... hasta morir

Tranquilizantes, antihistamínicos, jarabes para la tos... El consumo de fármacos entre los jóvenes para drogarse y desconectar se ha disparado desde el confinamiento. Los adquieren ilegalmente, los combinan creando sus propios cócteles y no son conscientes de su enorme peligro. Se lo contamos.

Isabelle Buckow | Fotografías: Philipp Spalek

Viernes, 28 de Octubre 2022

Tiempo de lectura: 7 min

Niko está sentado en el sofá de su casa y le da una profunda calada a un porro. Exhala el humo lentamente y se lo pasa a Leon (nombre ficticio), su mejor amigo. El olor dulzón del cannabis se extiende por la habitación. Sobre la mesa delante del sofá hay botes y frascos. «Siempre los tengo aquí –dice Niko–. Para las visitas».

Lorazepam, 2,5 mg. Xanax/alprazolam, 2 mg. Rivotril, 2 mg. Oxicodona, 80 mg. Trankimazin/alprazolam, 2 mg. Son benzodiacepinas y opioides. La mayoría de la gente solo los conoce de las consultas de los médicos, los hospitales o las farmacias, medicamentos con nombres como Valium, Tramadol o Tilidina. Todos ellos se administran solo con receta. Las benzodiacepinas se prescriben para tratar trastornos de ansiedad e insomnio; los opiáceos, para dolores intensos. Eso, en principio.

Porque estas sustancias se están haciendo cada vez más populares entre los jóvenes, convertidas en drogas de moda. El 22,5 por ciento de los jóvenes españoles manifiesta haberlas consumido alguna vez y lo hacen a edades muy tempranas: con 14 años o menos. Ya el último informe del Ministerio de Sanidad sobre el consumo de drogas en la enseñanza secundaria (Estudes), realizado con menores de 14 a 18 años, alerta de esta tendencia. Según este documento, uno de cada cinco menores afirma haber consumido estos medicamentos como forma de ocio. Las benzodiacepinas y los opioides han entrado en el circuito mainstream de la droga. Y de su mano, multitud de riesgos.

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Un tipo normal. Niko, el protagonista de este reportaje, tiene 22 años, va a trabajar todos los días y cuida su aspecto, lo que no es incompatible, dice, con ser un adicto a los fármacos.

'Cómo flotar entre algodones'

La primera benzodiacepina, dice Niko, se la tomó hace año y medio. Fue una noche de enero, su novia se había pasado de visita. La tele, puesta; los dos en el sofá; les apeteció relajarse un poco. Su novia le preguntó si tenía benzodiacepina. A esas alturas, él había probado ya de todo: éxtasis, cocaína, speed… ¿pero medicamentos? No, ese no era su rollo.

Su novia le habló maravillas de las 'benzos', de la sensación de bienestar, «como flotar entre algodones», sin pensamientos negativos durante un rato. A Niko le picó la curiosidad. Cogió el móvil, abrió Telegram y se metió en uno de los grupos que ofrecen droga. En estos grupos, los camellos tienen nombres como Oso Polar y venden cocaína de Bolivia, marihuana de Albania… y benzodiacepinas y opioides. Niko escribió a uno que ofrecía 'benzos'. Tres cuartos de hora más tarde había un mensajero delante de su portal. Del bolsillo sacó un blíster de Xanax, diez pastillas, 20 euros.

La sobredosis de benzodiacepinas y opioides genera adicción en poco tiempo, en semanas. Y el riesgo de colapso respiratorio y cardiaco es mayor que con las drogas recreativas

De vuelta a casa, Niko extrajo dos pastillas del blíster, le puso una en la lengua a su novia y se tomó él la otra. Empezaron a besarse. Niko no sabe qué ocurrió después. No se acuerda de nada. Solo que vaciaron el blíster esa noche.

Hoy, año y medio más tarde, dice que tiene «un problema» con las benzodiacepinas. Veintidós años, aspecto cuidado, un hombre joven que va a trabajar todos los días y da mucha importancia a vestir bien y a tener la casa limpia y recogida. «Soy un yonqui, pero un yonqui que funciona», dice. Niko coge uno de los botes que hay sobre la mesa, lo abre, saca una pastilla. Pequeña, discreta. Xanax, alprazolam, 2 mg. «En nada me sentiré superrelajado, no falla», cuenta, y se la traga con un poco de Sprite. Toma una o dos pastillas casi a diario. También jarabe para la tos y a veces alguna oxicodona, un potente analgésico. Y fuma porros, unos 15 al día. Lo necesita para relajarse, para desactivar los pensamientos que llenan su cabeza.

'Estaba en modo autodestrucción'

Las benzodiacepinas y los opioides generan adicción en poco tiempo, en semanas. Y se convierten en un peligro más rápido que la mayoría de las denominadas 'drogas recreativas'. El efecto sedante que tienen sobre el sistema nervioso central va asociado a un posible riesgo de depresión respiratoria, hipoventilación que provoca un déficit de oxígeno. Por lo general, cuando se produce por causas naturales, entra en acción un mecanismo reflejo que estimula la respiración. Pero, cuando el fenómeno se debe al consumo de estas sustancias, ese reflejo no se activa, lo que puede llevar a una interrupción de la respiración y a que el corazón deje de latir. El riesgo es mucho mayor cuando se combinan benzodiacepinas y opioides con alcohol; justo lo que hacen muchos consumidores jóvenes.

Niko dice que ha tenido fases en las que se le ha ido la mano con las pastillas. Hasta 120 miligramos de oxicodona al día... y Xanax. Sus padres no se daban cuenta de lo que pasaba. Solo Leon, su mejor amigo, sabía lo que estaba ocurriendo. «Niko siempre tiene algo en casa», comenta Leon desde el otro sillón, con una caja de pizza en las rodillas. Pasaron juntos un montón de días «puestos hasta arriba». Niko no recuerda nada de febrero de 2021, un mes entero borrado. «Estaba en modo autodestrucción –reconoce–. No quería afrontar mis problemas».

Niko habla de todas estas cosas como si hubiese dejado de consumir, como si la historia ya no fuera con él. Pero sigue habiendo semanas en las que está «tonto», como él dice, días en los que no para de tomar pastillas. «El Xanax te saca de tu vida –explica Leon–. Si tomas demasiado, te noquea del todo». Lo ha vivido en primera persona. Él también tomaba benzodiacepinas y oxicodona a diario. Sin las pastillas llegaban los cambios de humor, momentos felices había pocos. «La adicción te jode de verdad, te deja sin ganas de nada», dice Leon. A finales de mayo fue a una clínica. Desde entonces está «limpio», asegura. Porros sí sigue fumando, pero las pastillas se han acabado para él. No le importa que Niko se tome alguna cuando están juntos. «De momento me porto bien», dice Leon.

'La pandemia y el jarabe para la tos'

Los expertos aseguran que antes el consumo de este tipo de sustancias apenas se daba entre los jóvenes, pero llevan apreciando una tendencia ascendente desde al menos 2018. Cree que la pandemia popularizó el consumo de benzodiacepinas y opioides. El confinamiento, el aislamiento, las clases a distancia... Durante esos meses, muchos jóvenes empezaron a tomar pastillas. Otros que ya consumían drogas previamente se pasaron a variedades nuevas: menos pastillas para ir de fiesta, más benzodiacepinas y opioides para relajarse y olvidarse del mundo. Pero también para probar sensaciones diferentes, algo imposible de hacer fuera de sus cuatro paredes por culpa del coronavirus.

De todos modos, el mal uso de los medicamentos no es nuevo. En los años sesenta, los Rolling Stones le dedicaron al Valium su Mother’s little helper. Algunos raperos han puesto de moda estas sustancias. El austriaco Money Boy cantó en Codein crazy al jarabe para la tos con Sprite, mezcla conocida como 'lean'. El agente activo principal de estos jarabes es la codeína, un opioide. Niko sigue sentado en el salón: en la mano derecha tiene un frasquito marrón; en la izquierda, un biberón. Lentamente vierte en él el líquido rojizo del frasco, 30 ml, con eso es sufi ciente. Tiene un olor dulce, a frambuesa: es jarabe para la tos. A continuación, coge una botella de medio litro de Sprite, echa el jarabe y espera a que se deposite en el fondo. Luego sacude la botella una vez, dos, tres, el jarabe dibuja nubes rosadas en el Sprite. «Es como una lámpara de lava», describe Niko. Espera unos instantes y le da un trago. «Otros beben alcohol, yo una botella de lean –cuenta–. Pega más».

Niko reconoce que hay meses enteros de los que no se acuerda. Pero no para de tomar medicamentos. Y eso que tres amigos suyos han muerto por hacerlo

Desde aquella noche con su novia, Niko lo ha probado casi todo. Trae de la cocina una bolsa de plástico y empieza a colocar su contenido sobre la mesa: Hidrocloruro de oxicodona, 250 ml: «Con esto puedes matar a alguien». Tussipax, 200 ml: «Tiene morfi na, sabe a caramelo». Prometazina, 473 ml: «Cuesta 1200 euros, solo en plan 'degustación'». Stilpane, 100 ml: «Este jarabe lleva 4 g de paracetamol, te destroza el hígado».

Como Niko, muchos jóvenes conocen los efectos de cada pastilla, cuánto tardan en actuar... Tienen la sensación de controlar su consumo, pero es una sensación engañosa. Niko dice que no recuerda el día como tal, pero sí el pinchazo en el pecho, cómo de repente sintió que no podía respirar. «Fue una sensación jodida –relata–. Era como los estertores de la agonía, como si me estuviera muriendo». Fue Leon quien lo ayudó a levantarse del sillón, caminar unos cuantos pasos y coger aire.

Niko asegura que aquella fue su peor experiencia con los fármacos. Conoce los riesgos. Tres amigos suyos han muerto por culpa de las pastillas en el último año y medio. Niko, con los ojos vidriosos, dice que le da miedo la dependencia. Y que se le pare otra vez la respiración. En realidad, ya no quiere seguir tomando benzodiacepinas y oxicodonas, o al menos no todos los días. «No me apetece ser 'el señor de las pastillas' –reconoce–. Además, es que puedes morirte de esto, así de sencillo». Por eso no quiere estar solo cuando va a «aplastarse». Por eso va con cuidado para no meterse muchas cosas distintas a la vez. Lo dice con voz pastosa. A lo largo de las últimas seis horas, Niko se ha tomado 4 mg de Xanax, 30 ml de Toseína y 50 mg de prometazina, además de fumarse ocho porros. No es mucho, cuenta, él sabe mezclar.

@STERN

Etiquetas: Drogas
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