Grandes malentendidos de la ciencia
Grandes malentendidos de la ciencia
Viernes, 24 de Octubre 2025, 11:22h
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París, hospital de la salpêtrière, 1878. El anfiteatro está abarrotado con médicos de toda Europa, estudiantes y curiosos que han conseguido invitación para las famosas «lecciones de los martes». En el centro del auditorio, Jean-Martin Charcot –el neurólogo más prestigioso de Francia– se prepara para una de sus célebres demostraciones clínicas. «Señores –anuncia–, hoy observarán las manifestaciones de la histeria femenina». Hace una seña hacia las enfermeras y aparece Augustine, una joven con el uniforme gris de las internas que se ha convertido en la paciente más fotografiada de la medicina europea.
Durante más de dos milenios, desde Hipócrates hasta 1980, la histeria femenina fue un diagnóstico habitual. Los griegos creían que el útero era un órgano móvil que vagaba por el cuerpo. Cuando una mujer no tenía relaciones sexuales o no se quedaba embarazada, este útero 'seco' se desplazaba buscando humedad, presionando órganos y causando ahogos, convulsiones y locura. El término 'histeria' viene del griego hystera, 'útero'. Los médicos colocaban sustancias aromáticas en la vagina para 'atraer' al útero errante de vuelta a su sitio, o sales nauseabundas en la nariz para 'repelerlo' hacia abajo.
Esta teoría absurda encajaba con la idea de que las mujeres eran seres defectuosos. Cuando la histeria desapareció del manual diagnóstico psiquiátrico en 1980, no fue porque se hubiera encontrado una cura, sino porque se reconoció que no era una enfermedad real.
Charcot, hijo de un fabricante de carruajes parisino, había escalado desde orígenes humildes hasta convertirse en un médico famoso. Su personalidad era tan teatral como sus métodos. En 1862, a los 37 años, fue nombrado médico jefe de la Salpêtrière, un enorme complejo hospitalario parisino que albergaba a más de cinco mil mujeres: prostitutas, indigentes, dementes y todas aquellas que la sociedad había decidido clasificar como problemáticas. Charcot lo transformó en su laboratorio. Sus famosas «lecciones de los martes» se convirtieron en eventos sociales. Los escritores Guy de Maupassant y Marcel Proust y la actriz Sarah Bernhardt eran asistentes habituales.
El caso más famoso de Charcot fue el de Augustine (Louise Augustine Gleizes), que llegó a la Salpêtrière en 1875, a los 14 años, tras sufrir abusos sexuales. Charcot la convirtió en su caso principal, fotografiándola durante sus supuestos «ataques histéricos». Pero Augustine no padecía ningún trastorno: era una adolescente avispada que había comprendido que su supervivencia dependía de dar a los médicos lo que ellos esperaban ver. En 1880 escapó disfrazada de hombre y desapareció para siempre.
Charcot consideraba que la hipnosis era la prueba definitiva de que la histeria era una enfermedad neurológica real. Durante sus demostraciones hipnotizaba a sus pacientes y les sugería síntomas específicos que ellas reproducían. Luego presentaba estas actuaciones inducidas como evidencia científica.
Sigmund Freud llegó a París en 1885, por entonces un desconocido neurólogo vienés de 29 años. Había conseguido una beca para estudiar con Charcot. El padre del psicoanálisis quedó fascinado por las demostraciones de su maestro. En sus cartas a Martha Bernays, su prometida, describe con admiración casi religiosa la genialidad de Charcot. «A veces salgo de sus lecciones como si saliera de la catedral de Notre-Dame».
Freud regresó a Austria convertido a la causa de la histeria, pero con un problema práctico: Viena no tenía población suficiente de mujeres histéricas para sostener una práctica médica especializada. Su solución: ampliar la definición de histeria para incluir casi cualquier problema emocional femenino. También desarrolló la idea de que toda histeria tenía origen sexual, generalmente en traumas de la infancia.
En la segunda mitad del siglo XIX, el neurólogo estadounidense Silas Weir Mitchell desarrolló el tratamiento de reposo que se convirtió en la terapia estándar para mujeres histéricas durante más de 40 años. Aislamiento total, prohibición de leer, escribir, levantarse de la cama o recibir visitas durante semanas o meses. Mitchell creía que la histeria se originaba en el agotamiento nervioso causado por demasiada actividad intelectual. Su cura consistía en reducir a las mujeres a un estado de dependencia infantil hasta que 'recuperaban' su feminidad natural. Las pacientes eran alimentadas a la fuerza, engordadas deliberadamente, y mantenidas en camas con correas.
Los cirujanos decimonónicos desarrollaron una solución aún más radical para la histeria: extraer quirúrgicamente los órganos reproductivos femeninos. Entre 1872 y 1890, miles de mujeres americanas fueron sometidas a esta mutilación. La mortalidad quirúrgica era del 20 o el 30 por ciento, pero los médicos consideraban que valía la pena arriesgar su vida para curar su «depravación moral». Las mujeres que sobrevivían dejaban de mostrar síntomas no porque sus úteros hubieran estado causando problemas, sino porque la castración quirúrgica las sumía en una especie de apatía hormonal severa.
En los años cincuenta, William Masters y Virginia Johnson comenzaron los primeros estudios rigurosos sobre el deseo sexual femenino. Johnson, que había sido diagnosticada con «tendencias histéricas», desmanteló algunos dogmas freudianos. Sus experimentos mostraron que el llamado 'paroxismo histérico' no era sino una respuesta fisiológica natural que había sido convertida en patología por médicos que no entendían la anatomía sexual femenina básica.
Cuando se publicó el DSM-III (Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales) en 1980, la histeria desapareció como enfermedad. Los síntomas que anteriormente se metían en el saco de la histeria fueron redistribuidos entre otros trastornos: de ansiedad, del estado de ánimo, de conversión (síntomas físicos reales como parálisis o ceguera sin causa médica detectable) y disociativos (desconexión entre memoria, identidad o percepción tras traumas severos). Esta reclasificación reveló que la histeria había sido un contenedor diagnóstico para decenas de síntomas cuyo único punto en común era que afectaban a mujeres. La psiquiatra Carol Nadelson fue una de las voces que advirtió sobre el sesgo de género, señalando que la histeria funcionaba como una forma de control social.
Los médicos actuales aún muestran un cierto sesgo al evaluar síntomas cuando son mujeres las que los padecen, especialmente dolor crónico, fatiga y problemas emocionales. Las mujeres tienen un 50 por ciento más de probabilidad que los hombres de ser diagnosticadas con trastornos 'psicosomáticos'. Las enfermedades autoinmunes, que afectan sobre todo a mujeres, fueron durante décadas desestimadas como 'histeria moderna' porque los médicos no podían encontrar causas obvias para los síntomas. Fibromialgia, síndrome de fatiga crónica y lupus tardaron décadas en ser reconocidas como enfermedades reales porque la profesión médica había heredado la tendencia a ver los problemas de salud femeninos como psicológicos en lugar de físicos.
Bruno Bettelheim popularizó en los años sesenta la teoría de que el autismo infantil era causado por 'madres nevera', mujeres emocionalmente frías que dañaban psicológicamente a sus hijos. Esta teoría, derivada de las ideas freudianas sobre la histeria, culpó a miles de madres por la condición neurológica de sus hijos. Bettelheim dirigía una escuela en Chicago donde aplicaba una parentectomía completa: separación total del niño de la madre. Los niños vivían institucionalizados durante años, sometidos a terapias para 'descongelarlos' emocionalmente. Los métodos incluían forzar contacto visual prolongado, impedir comportamientos repetitivos característicos del autismo mediante correajes y aplicar castigos para eliminar conductas consideradas anormales.
No fue hasta los años ochenta cuando la investigación genética demostró que el autismo tenía orígenes neurobiológicos, no psicológicos. Es decir, que el cerebro de las personas autistas está cableado de forma diferente desde el nacimiento por factores genéticos y del desarrollo prenatal, no por traumas emocionales ni por el comportamiento de sus madres. Para entonces, miles de familias habían sido destruidas por una teoría que simplemente reciclaba el viejo diagnóstico de histeria femenina con un nuevo disfraz.