Viernes, 05 de Septiembre 2025, 09:59h
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Hace exactamente cincuenta años, en el Sáhara todavía español y en vísperas de la Marcha Verde, un muy querido amigo mío, el comandante Fernando Labajos, pidió voluntarios para una incursión nocturna y peligrosa al otro lado de la frontera. Era un asunto delicado; y si salía mal, las consecuencias, tanto por parte española como marroquí, serían graves para los implicados: nadie los respaldaría en caso de muerte o captura. Para mi asombro, hubo más manos alzadas de las necesarias, y todo se llevó a cabo felizmente, en una noche sin luna. Pensé en eso el otro día, recordando un episodio de la Segunda Guerra Mundial simbolizado en una foto de un hombre vencido que fuma un cigarrillo. Y pensé una vez más que, por asombroso que parezca, nunca faltan manos alzadas cuando se propone una aparente locura. Que desde que el ser humano tiene memoria siempre hay hombres, y también mujeres, dispuestos a meterse en el vientre de un caballo de madera, acudir al Blocao de la Muerte –«Voluntarios para morir», fue la orden– o cruzar una frontera en una noche sin luna.
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