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Mi hermosa lavandería

A mi hija

Isabel Coixet

Sábado, 14 de Agosto 2021, 01:15h

Tiempo de lectura: 3 min

Si pudiera hacer que pasaras un rato en mi cabeza, verías que es posible salir de casi todos los baches. Maltrecha, magullada, herida. No siempre más sabia, a veces inerte, a veces confusa como un topo que sale a la luz después de una temporada en un túnel de tierra. Pero sales.

Si pudiera hacerte sentir lo que yo he sentido (créeme, en mis películas lo he intentado, quizás inútilmente), a lo mejor esta mala época o este mal rato no te parecería tan indescifrable, tan solitario, tan eterno. Si pudiera prestarte todo lo que he adquirido o me han prestado también, tendrías armas para enfrentarte a todos tus fantasmas y a los fantasmas que te esperan agazapados en el camino, con el disfraz de amigos.

Si pudiera prestarte todo lo que he adquirido, tendrías armas para enfrentarte a todos tus fantasmas y a los que te esperan agazapados, con el disfraz de amigos

Si pudiera ser una esponja gigante, absorbería todas tus lágrimas y penas y enfados; podrías empezar de nuevo, sin rencores, sin resquemor, sin desconfianza. Si pudiera contarte todas las veces que yo he vuelto a empezar... Pero me temo que no puedo. No te basta mi experiencia ni mis citas de Marco Aurelio ni mi apoyo incondicional ni mi cariño. Necesitas bajar al barro y luchar y ensuciarte y ganar o perder tus batallas, sin que mis ojos alarmados te detengan.

No puedo prestarte mi brújula porque la tienes que construir tú y encontrar tu norte y tu suroeste, o lo que diablos quieras encontrar, dejando al margen las coordenadas de mi camino de vida. Sí, lo confieso, eso me cuesta trabajo entenderlo, pero, palabra, estoy en ello. Estaré siempre en ello.

No tengo consejos que darte, pero sí puedo decirte algunas cosas. Decirte que, en el peor de los momentos, encontrarás algo –una fruslería, un meme, una palabra, el salto fallido de un gato que aterriza en el tiesto del cactus– que te hará reír. Y la risa, muchas veces, será tu único aliado: sentir por unos segundos el absurdo de la existencia y sentirlo riendo.

Es verdad que hay personas amargadas, frustradas y dañinas que destilarán sus venenos y te alcanzarán. Será sólo un rato, créeme: pronto ese mismo veneno los emponzoñará a ellos. Tarde o temprano ocurre. No hace falta que seas testigo de ello; ojalá para entonces ya estés lejos de sus vidas. No quieras ver ese lamentable espectáculo, aunque ahora darías lo que fuera por estar ahí cuando ocurra.

Otra cosa: no menosprecies el esfuerzo o el sacrificio. Tampoco tienes que valorarlos como yo hago. Vengo de una generación y de una clase y de un género donde todo se conseguía a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. Puedes ahorrarte la sangre, pero algo de sudor o lágrimas no creo que puedas evitar. Me gustaría equivocarme.

No había Bezos ni bitcoins ni Zuckerbergs cuando yo crecía. Visto desde ahora, me parece una ventaja. Igual, de nacer ahora, estaría encerrada en mi habitación, rumiando incesantemente mis cuitas, en guerra con el mundo exterior, sintiéndome impotente para cambiarlo. O estaría preparando oposiciones a guardabosques porque lo más digno que se me hubiera ocurrido es velar por la salud de una selva de hayas y robles y castaños.

Quién sabe o qué sabe nadie. Sé que tu batalla está en otro lado, todavía no sabes dónde ni cuándo. Veo tu búsqueda incesante. Ojalá sigas buscando. Y que yo lo vea. Te quiero.