Viernes, 07 de Junio 2024, 13:55h
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No hay nada que me conmueva más que un desconocido que te echa una mano así porque sí, por las buenas, sin esperar nada a cambio. Me sucedió el otro día. Salía de un taxi, de uno de esos supermodernos que tienen la abertura en un sitio impensable, y me pillé el dedo en la puerta. Abrí como pude (por supuesto, el taxista ni se dio cuenta o, si se dio, hizo como que no) y de mi dedo empezó a brotar sangre a borbotones. El taxista desapareció de inmediato. El dolor era insoportable. No tenía nada en el bolso para contener la sangre y me resbalaba por el brazo. Un chico que pasaba me vio, se paró y me ofreció unos Kleenex. Vio que apenas podía cogerlos (era el dedo derecho) y me limpió él mismo la sangre del brazo, me hizo un torniquete con varios pañuelos y cinta adhesiva que milagrosamente llevaba en la mochila. Yo casi lloraba de dolor. Me dijo si quería que fuéramos a un dispensario, le dije que no hacía falta. Le di las gracias profusamente.
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