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«No me han querido como a Federer y Nadal»

El héroe imperfecto

«No me han querido como a Federer y Nadal»

Novak Djokovic

Vacunas, arrogancia, récords, Alcaraz...

Clive Brunskill

Es el tenista más laureado de todos los tiempos, pero ni así consigue ganarse el cariño del público. ¿Por qué? Novak Djokovic tiene una teoría: tres son multitud: «Con Federer y Nadal no había sitio para mí». Su carácter, admite, tampoco ha ayudado. Pero el serbio quiere explicarse...

Viernes, 02 de Febrero 2024

Tiempo de lectura: 10 min

Es el sonido de sus pies al frenar, el ruido sordo de la raqueta al golpear la pelota, el gruñido gutural que produce en el momento del impacto. Es Novak Djokovic quien perturba el silencio, exigiéndose más que ningún otro jugador en la historia del tenis.

Estamos en un entrenamiento en Dubái, previo al Abierto de Australia, en busca de otro récord. Djokovic tiene un montón de ellos: 24 títulos de Grand Slam, superando los 22 de Rafael Nadal y los 20 de Roger Federer. Más de 400 semanas como número 1 del mundo. Ahora, a los 36 años, sigue esforzándose al máximo y gruñendo cuando falla.

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Cuatro horas más tarde, su asesor Mark Madden y su mánager, Carlos Gómez-Herrera, me llevan a un tranquilo espacio al aire libre. No tarda en aparecer Djokovic, duchado y fresco tras pasar la tarde con su mujer, Jelena, de 37 años, y sus hijos, Stefan, de 9, y Tara, de 6. Al principio charlamos informalmente, pero cuando miro la hora en mi grabadora han pasado ya trece minutos. Tengo que hacer algunas preguntas.

–Cuando empezaste en el tenis profesional, ¿querías que te quisieran? Se queda momentáneamente desconcertado y opta por una respuesta segura.

–Es más bonito cuando el público te apoya. Te da energía, es un viento en las velas que hace que sea más fácil jugar.

La verdad, sin embargo, es que Djokovic no ha tenido a menudo ese respaldo. Sobre todo si Federer o Nadal estaban al otro lado de la red. Ellos lo precedieron, ocuparon su lugar en el centro del escenario, y él era el intruso serbio.

Por supuesto, él lo sabe. «En muchos partidos tuve al público en contra y tuve que encontrar la manera de salir adelante. Lo conseguí, no siempre, pero creo que aprendí a manejarlo. Aunque no siempre pude mantener la calma. He roto raquetas, he hecho cosas de las que no estoy orgulloso. No tengo ningún problema en decir que he cometido errores. Soy un ser humano imperfecto, sin duda. Al mismo tiempo, intento no ser demasiado duro conmigo mismo, porque ya lo fui al principio de mi carrera. Yo era mi mayor crítico».

Respira hondo y vuelve al punto de partida. «¿Quiero que me quieran? Creo que al principio de mi carrera intenté estar, cómo decirlo, un poco más conectado con el público, sobre todo en lugares donde querían más a Federer y Nadal. Pero al mismo tiempo comprendí que hay varios factores por los que no me apoyarían más que a ellos. Así que me pregunté: '¿Sigo intentando ganarme al público o lo acepto y sigo adelante?'».

«La gente cree que soy antivacunas. No lo soy. Estoy a favor de la libertad de elegir lo que es bueno para ti, lo que entra en tu cuerpo»

Eligió ser el hombre que es. Desafiante, a veces fogoso, sin remordimientos. ¿Y estaba más contento siendo él mismo? «Supongo que sí. Cuando eres joven, con 20 años, no tienes ninguna experiencia de la vida. El éxito me llegó bastante pronto». A los 20 años derrotó a Federer en la semifinal del Abierto de Australia de 2008 y luego conquistó su primer título de Grand Slam al vencer a Jo-Wilfried Tsonga en la final.

«Fue bonito, pero tuve que jugar, crecer y aprender al mismo tiempo. Estaba rodeado de gente que me apoyaba mucho, pero al final tuve que pasar por mi propia evolución y llegar a comprender quién soy, aunque sea a costa de que a la gente no le guste quién eres. No pasa nada. Ahora estoy bien, en la segunda parte de mi carrera. Hay gente a la que simplemente no le gusto. Al final hay algunos valores universales que son extremadamente importantes para mí y que no quiero violar. El respeto por mis oponentes es uno de ellos, nunca he dicho públicamente ninguna mala palabra sobre mis rivales. Siempre he querido ser justo, aunque muchas veces podría haber dicho algo».

El niño de oro que se convirtió en el ‘Djoker’

Que Djokovic era un joven serio era obvio desde el día en que apareció en una pista de tenis. Era el verano de 1993, su familia pasaba una temporada en Kopaonik, una estación de montaña del sur de Serbia, y él era un niño de 6 años.

Jelena Gencic, que había sido entrenadora de la campeona Monica Seles, se fijó en el niño. Lo que más le llamó la atención fue el tiempo que llevaba allí de pie. «¿Te gustaría venir por la tarde?», le preguntó. Gencic, fallecida en 2013, contó lo que ocurrió cuando regresó por la tarde. «Una raqueta, una toalla, una botella con agua, un plátano, una camiseta seca extra, una muñequera y la gorra. Le dije: 'Vale, ¿quién te ha preparado la maleta? ¿Tu madre?'. Y se enfadó mucho. Me dijo: 'No, yo juego al tenis'. Un chico muy bueno. Muy inteligente». Dos días después, Gencic habló con sus padres. Les dijo que tenían un zlatno dete: un niño de oro. Pero también hubo una época en la que parecía que Djokovic no podía terminar un partido. De 2005 a 2010 se retiró exhausto en varios torneos. «Calambres, gripe aviar, ántrax, SARS, tos y resfriado común», dijo Roddick con desdén sobre los problemas de su rival.

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¿Un tipo divertido o un provocador? Al principio, Djokovic hacía imitaciones de Federer, Nadal y otros jugadores para deleite del público. Lo hacía, dice, «porque me divertía y lo hacía desde niño. Pero dejé de hacerlo porque me di cuenta, por cómo me miraban, que les molestaba. En ningún caso quería cabrearlos». Djokovic está casado con la empre-saria Jelena Ristic. Tienen dos hijos.

Pero el Djoker, como se lo llamaba a veces, estaba a punto de ponerse muy serio.La dieta fue el punto de partida. Con la ayuda de un nutricionista serbio, Igor Cetojevic, Djokovic descubrió en 2010 que padecía una celiaquía leve. Eliminó el gluten y redujo su consumo de carne roja. Perdió peso y ganó fuerza. En 2011 ganó el Abierto de Australia, Wimbledon, el Open de Estados Unidos, y se convirtió en el número 1 del mundo. Al final de esa temporada supo que durante el resto de su vida tendría muy en cuenta todo lo que introdujera en su cuerpo.

Aquello apuntaló lo que se convirtió en la gran polémica de su carrera. Durante la pandemia optó por no vacunarse y, a principios de enero de 2022, eso lo llevó a una detención de casi una semana en el Park Hotel de Melbourne mientras esperaba autorización para competir en el Abierto de Australia.

Se convirtió en un asunto mundial cuando sus abogados apelaron contra la deportación, señalando que tenía un visado temporal con exención de vacuna, concedido por el Gobierno del estado de Victoria y respaldado por Tennis Australia, porque se había infectado con covid en diciembre. La decisión de expulsión fue anulada, pero el Gobierno intervino para que volviera a su casa de todos modos, alegando que su exención médica no cumplía los requisitos federales más estrictos y que su presencia podía incitar a disturbios civiles.

«He pasado por cosas mucho peores en la vida, sobre todo en aquellos primeros años de los noventa, cuando teníamos guerra». Los aviones de la OTAN atacaron por primera vez su ciudad natal, Belgrado, en marzo de 1999. Él tenía 11 años. Los bombardeos duraron 78 noches consecutivas. «El sentimiento de impotencia dominaba nuestras vidas. No podíamos hacer otra cosa que sentarnos, esperar y rezar. Normalmente atacaban durante la noche. No ves nada, pero sabes que se acerca. Esperas y esperas, luego te quedas dormido y entonces el horrible sonido te despierta».

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«Quiero jugar más allá de los 40». «Siempre he tenido un enfoque holístico a la hora de cuidar mi cuerpo y buscar la longevidad. ¿Esperaba ganar a los 36 años tres de cada cuatro Slams? No. Alguien publicó una entrevista mía de hace una década en la que decía que mi carrera terminaría a los 32 años. Ahora quiero pasar de los 40».

Veinticinco años después, los ruidos fuertes aún pueden afectarlo. Sin embargo, sabe que crecer en una ciudad devastada por la guerra lo forjó. «Cuando estás en un entorno en el que necesitas desarrollar ciertas habilidades para sobrevivir, cualquier otra cosa se vuelve fácil, adquieres una capacidad increíble para resistir muchas de las cosas que te depara la vida. Si he sobrevivido a eso, puedo hacer cualquier cosa. No es arrogancia, es simplemente esta audacia, esta fe. Realmente quería hacer algo valioso con mi vida. Dios me dio una segunda oportunidad y quise aprovecharla al máximo, como muestra de gratitud hacia la vida, Dios y mis padres, que se sacrificaron muchísimo».

Encerrado en el Park Hotel en 2022, de vez en cuando se compadecía de sí mismo hasta que una voz interior le decía que se espabilara. «Por la forma en que se informó de ello, mucha gente cree que entré ilegalmente en el país y que me deportaron porque no estaba vacunado. No es cierto que forzara mi entrada en Australia o que no tuviera los papeles en regla. Al contrario, tenía los papeles y la exención médica. De lo que no informaron mucho los medios fue de que había dos personas –una jugadora (Renata Voracova, de la República Checa) y un entrenador masculino (Filip Serdarusic, de Croacia)– que habían entrado en el país con la misma exención médica que yo, sin ningún problema. Nunca habría ido allí si hubiera sabido que no tenía derecho a estar allí. No estoy tan loco».

«La gente cree que soy antivacunas. No lo soy. Estoy a favor de la libertad de elegir lo que es bueno para ti, lo que entra en tu cuerpo. Decidí no vacunarme y eso significó que no pude jugar en Estados Unidos durante dos años. Lo acepté. Hice una entrevista en la BBC y me preguntaron si estaba dispuesto a sacrificar la oportunidad de ser recordado como posiblemente el mejor jugador, y dije que sí, que lo estaba».

«No tengo ningún problema en decir que he cometido errores. No siempre supe mantener la calma»

En aquel momento no había mucha simpatía por Djokovic. De vuelta a Australia un año después, las actitudes habían cambiado. Libre para competir de nuevo en el Abierto de Australia, lo aprovechó al máximo ganando su décimo título e igualando el récord de Nadal de 22 Grand Slams. Cuatro meses después, con Nadal lesionado, Djokovic ganó en París y llegó a 23. La cima era ahora suya.

Para un hombre que a menudo había parecido 'el tercero en discordia', estaba demostrando ser quizá el mayor competidor de todos. ¿Al principio tuvo la sensación de que Federer y Nadal consideraban que dos eran compañía, tres una multitud?

«Sí, no había sitio para tres», se ríe. «En todas las rivalidades más célebres del deporte, en todas las novelas románticas, siempre son dos personas, no tres. En el fútbol son Ronaldo o Messi. Así que entiendo que esa es una de las razones por las que yo estaba fuera. Yo no tenía miedo de decir que quería ganar a esos tipos, ser el número 1. Lo dije cuando era adolescente. Creo que a mucha gente no le gustó, incluidos ellos, así que la gente enseguida me juzgó, quizá no me quisieron tanto como a ellos. También se debió a mi actitud al decir que sería mejor que ellos. Yo sabía que eso sería polarizante. Un grupo de gente dirá: 'Me gusta su confianza'. Otros pensarán: 'Mira a este capullo arrogante'. Y así fue, realmente polarizante».

Presionado sobre una fecha de retirada, dice que simplemente no lo sabe. «Yo no me pongo límites. Normalmente es la sociedad la que te los pone: 'Después de los 30 eres demasiado viejo'. A mí no me afecta nada de lo que piensen. Trabajo con mi propio cuerpo, con mi propia mente. Cuando estoy en forma, cuando estoy motivado, cuando tengo las ideas claras, puedo seguir adelante. Para mí va a ser una decisión relacionada con lo mental y emocional más que con lo físico».

«No he jugado contra nadie como Alcaraz»

Cuando perdió ante Carlos Alcaraz en una magnífica final en Wimbledon el pasado julio, fue amable en sus elogios a Alcaraz: había ganado el mejor jugador. «Normalmente este tipo de partidos, como la final de Wimbledon, despierta algo en mí. Alimentan mi deseo de tener aún más éxito. Las grandes derrotas son para mí como una llamada de atención, un trampolín. 'Vale, ahora voy a saltar aún más alto. Voy a hacer lo que hago aún mejor'. ¿Qué pasó después de Wimbledon? Gané todos los torneos que jugué. Hasta cierto punto podría decirse que me alegré de perder la final de Wimbledon porque me puso las pilas».

Ayuda que le caiga bien Alcaraz y que lo considere un buen tipo, con una familia agradable y un equipo respetuoso a su alrededor. ¿Como jugador? «Realmente único», dice. «No he jugado contra nadie como él. Tuve a Federer y Nadal, obviamente, todos son diferentes tipos de jugadores, pero Alcaraz parece tan maduro para ser tan joven. Muy impresionante».

Le pregunto si tal vez se siente como el hombre mayor que descubre una nueva energía al salir con una mujer más joven. Se ríe casi hasta las lágrimas. «No creo que a Carlos le vaya a gustar mucho. No le va a gustar nada la comparación, pero tenemos una buena relación, así que se lo diré. Lo cabreará un poco. Es gracioso. Pero sí, hasta cierto punto sí».

Se alegra de que Alcaraz haya admitido haber aprendido lo mejor de su juego de los tres grandes. «Ha cogido esa derecha y ese movimiento de Nadal, la finura y el toque de Roger y mi defensa de revés. También tiene carisma y es un tipo muy simpático. Con él, Holger Rune y Jannik Sinner, que tienen más o menos la misma edad, va a haber grandes rivalidades en los próximos años».

Y él, que ha visto y hecho tanto, piensa quedarse para asegurarse de que las cosas no les resulten demasiado fáciles, ¿verdad? «No, voy a asegurarme de que se jubilen antes que yo». Se ríe de nuevo. A carcajadas.


© The Sunday Times