En las playas, los perros con correa

J.A.

A MARIÑA

Antía Castillo

20 jun 2025 . Actualizado a las 10:42 h.

El tema de perros sí, perros no, lo suelo esquivar, escarmentado tras asistir a discusiones (para no perder el hábito, infructuosas) que alcanzaron algunas de sus mayores cotas de visceralidad, con las carótidas inflamadas a punto de reventar en el cuello, los rostros enrojecidos (no por el sol) y las mandíbulas desencajadas por el énfasis de sus portadores. No hablo de dos perros enfrentados, que asistían ajenos al espectáculo. Hablo de las personas que discutían. Lo hacían en la playa, que es la arena de coliseo propicia para despertar estas disputas.

En los últimos días asistimos a dos noticias que preludian lo que puede venir en verano: la policía de Foz puso tres sanciones por la presencia de perros en la playa y en el decálogo de buenas prácticas en los arenales, impulsado por la Mancomunidad de A Mariña, en el punto siete dice, y transcribo textualmente: «No lleves mascotas a la playa; en el caso de que su presencia esté permitida deben ir siempre atadas y deben estar siempre controladas».

La libertad de uno termina cuando comienza la libertad del otro. Como frase es resultona, si bien presenta no pocas fisuras. Entiendo que nadie tiene por qué soportar la presencia de un perro suelto a su lado en una playa, aunque su propietario jure y perjure que es más bueno que el del anuncio de Scottex. Pero qué quieren, será que me hago viejo, pero cada día que pasa coincido más con Lord Byron en aquello de que cuanto más conocía a los hombres, más quería a su perro (frase, por cierto, también atribuida a Charles de Gaulle y falsamente a Mark Twain). El poeta inglés es autor del famoso epitafio a Boatswain, su perro de Terranova, muerto de rabia, que glosó con versos como fuerza sin insolencia / valor sin ferocidad / y todas las virtudes del hombre sin sus vicios. Probablemente Byron exageró, víctima de la emotividad del sufrimiento y de su temparamento apasionado, pero yo firmaría porque (todos) mis conocidos fuesen conmigo la mitad de la mitad de sinceros y honestos de lo que era mi perro cuando desbordaba de alegría cada vez que me veía llegar a casa. ¿Dónde irán aquellos ojos que nunca mentían?