
Cuando leí que en mi pueblo se había formado una comisión de fiestas, me alegré enormemente porque por fin había unos chavales que de manera altruista pretenden hacer feliz a la gente. Gracias,chavales, os habéis comprometido a que con vuestro esfuerzo la Ciudad recupere la sonrisa que supone expresar la alegría de los pueblos. Porque las fiestas, organizadas por comisiones ciudadanas, son la viva representación de jornadas de felicidad colectiva. Y eso requiere mucho trabajo, mucha valentía, mucha capacidad organizativa y, lo más duro, soportar los sinsabores que siempre aportan los amargados de la sociedad. Olvidaros de ellos, no merecen haceros daño. Es la miseria moral de este mundo. Además, os lo garantizo, aprenderéis mucha sociología que os valdrá para la vida: los aplausos se convierten en abucheos con tremenda facilidad. Pero no olvidéis que el sacrificarse por los demás será vuestra labor más bella. Ciertamente cansa, agota, requiere mucho cuajo, se soportan muchas impertinencias, surgen muchos problemas y hasta podéis acabar mal con gente de vuestro entorno... pero así se forjan los grandes hombres. Después están los negocios, que nada tienen que ver con vuestro altruismo.
Las aldeas o los pueblos sin fiestas son lugares tristes y abandonados donde solo sobreviven los cementerios. Por ello necesitan comisiones dispuestas a la generosidad de organizar las fiestas y también necesitan de la colaboración de los vecinos, que deben ayudar en la manera posible en lo que se les demande. Esos días de fiesta han de servir para enraizar de nuevo a la gente y generar en torno al medio nuevos lazos de fraternidad que requiere una sociedad cada día más solitaria, más distante, más deshumanizada...En un mundo tan mercantilizado y tan ausente de valores recuperar ese altruismo debiera ser un buen camino para vivir la solidaridad. Y ejemplos hemos tenido en pueblos y aldeas.
Han desaparecido las fiestas porque se han despoblado, primero aldeas y después pueblos. Nuestros dirigentes solo planifican nuestro destino con políticas mercantilistas. Jamás han pensado en el desarrollo armónico del País y así han creado macro ciudades, inhóspitas por contaminación y movilidad, así como hacinamiento y verdaderos guetos, donde se instala todo lo que significa desarrollo, y de este modo han “ robado” las gentes de aldeas y pueblos.
Nunca hemos gozado de grandes estrategas, pero va siendo hora de reflexionar y mirar la vida con otros criterios que no sean exclusivamente económicos. No, no son planteamientos utópicos sino humanistas, porque la vida requiere equilibrio y no ha de regirse siempre por el vil metal. Además el aprovechamiento de los recursos naturales pudiera fijar población. ¡ Qué manía tan mezquina de ver la vida pensando que solo en la ciudad se pueden instalar industrias! Martos, Ubrique, Figueruelas... son ejemplos de esa deslocalización que también tiene sus ventajas. En nuestro caso, con un campo abandonado y unos montes solo productores de materia prima de precio controlado, caben más posibilidades que eólicos foráneos. Y es ahí, junto al mar, donde los emprendedores-queda campo con las piscifactorías- tienen margen.
Urge ponerse las pilas y recuperar pueblos y aldeas para esa armónica convivencia y eso pasa por poder ganarse la vida con dignidad. Es inaceptable desde todos los puntos de vista estar criando “ carne de exportación”, dicho sea con todo el respeto para nuestros jóvenes. Nuestros dirigentes no han de tener otra prioridad que acabar con esa sangría tan atávica como inhumana que supone la emigración. Nada tiene futuro si no hay jóvenes que cojan el relevo y nosotros estamos quedándonos solo con geriátricos.
Volviendo a nuestras fiestas, todos sabemos que para celebrarlas se requiere, además de una generosa comisión, estar contento y esa alegría es un ramillete de bellas sensaciones como son una grata compañía, disponibilidad para la juerga, tranquilidad para el ocio y buen talante para los inconvenientes. Después es muy hermoso compartir con los seres queridos y amigos los días de vino y rosas, de besos y risas, de comidas, más que pantagruélicas, fraternales. Son los pequeños instantes del día que quedan impregnados en la memoria eterna, hasta con el alzhéimer. Y es que la vida también está hecha de emociones, de imperecederos recuerdos, de magníficos momentos como pueden ser nuestras fiestas de aldeas o pueblos.
Hoy es San Pantaleón, fiesta en Galdo, ayer santa Ana en Magazos, allí donde hace cuarenta y nueve años enraizó el amor de mi vida. Aquellas fiestas con las que disfruté y soñé tantas veces y aún en la distancia disfruto con el sabor de vino en un guiño a la nostalgia.
Después vendrá San Roque en Viveiro, pero, Deo volente,y aún lejos, nadie podrá robarme mi oración a nuestro Patrono. Escribí hace tiempo: el amor no tiene fronteras, ni tampoco razones claras, pero en este caso las tiene muy íntimas y arraigadas. “Por decir viva San Roque prenderon a meu irmao, e agora que o soltaron viva san Roque e o can!
¡Gracias, chavales! ¡qué prenda el ejemplo!
* Ricardo Timiraos Castro, profesor y escritor de Viveiro.
(A Machote Solla, compañero en estas y otras lides, con mis mejores deseos).