«Esta es la investigación policial de un crimen con 80 años de retraso»

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

El equipo que excava en el cementerio de Vilagarcía se compromete con los familiares de los republicanos represaliados a trabajar al máximo para encontrar sus restos

29 oct 2024 . Actualizado a las 21:03 h.

Tres días, en el contexto de 85 años, pueden parecer una menudencia. Lo son, de hecho, para la mayoría, en la mayoría de las circunstancias. Para quienes han aguardado todo este tiempo por la búsqueda oficial de los restos de sus seres queridos, asesinados a raíz del estallido de la Guerra Civil, las tres jornadas de trabajo que esta semana se han sucedido en el cementerio de Vilagarcía de Arousa constituyen, sin embargo, un paréntesis extraordinario. No es extraño que alguna lágrima cayese ayer sobre la tierra removida de Rubiáns. Una decena de familiares de los 18 republicanos que yacen aquí, en algún lugar del camposanto, se reunieron a pie de zanja con los miembros del equipo multidisciplinar de la Universidade de Santiago de Compostela que lleva a cabo la excavación, por mediación del Faiado da Memoria.

Han transcurrido tres días en los que los arqueólogos no han hallado un solo resto donde la memoria social asevera que se encontraba la «fosa dos da guerra». «O sentimento que nos invade é moi variado, pero sobre todo de orgullo, optimismo e de felicitar a quen traballan», subrayó Margarita Teijeiro, consciente de lo sencillo que resultaría abandonarse a la frustración. «Non debemos sentirnos culpables —razonó— porque os culpables de que non aparezan son quen os asasinaron e quen permitiron a construción de nichos sen preocuparse». Es, en efecto, muy probable que no solo los cuerpos de las 18 víctimas documentadas, sino también los de las trescientas personas que figuran en el registro de la fosa común a lo largo del tiempo, descansen bajo los bloques de nichos que fueron levantados en las décadas posteriores a la guerra y a la feroz represión.

El desánimo, de todas formas, no es algo que haya prendido en el equipo de trabajo. El mero hecho de estar aquí —«quiero destacar que este equipo de historiadores, arqueólogos, forenses y genetistas es un equipo único en el Estado español, que por primera vez asume la defensa del derecho fundamental a un entierro digno», subrayó el antropólogo Fernando Serrulla— es de por sí un hito histórico, que marcará la pauta para las exhumaciones que a partir de ahora se lleven a cabo en Galicia. «Estamos encantados de estar aquí e traballaremos o máximo posible», añadió el arqueólogo Fran Alonso. Ambos explicaron a los familiares de las víctimas en qué está consistiendo su labor.

La excavación se retomará el lunes en toda el área que presumiblemente ocupaba la fosa común y no esté ocupada por tumbas. Si aparece el resto de algún cuerpo, Serrulla será en el encargado de analizar las condiciones en las que se encuentre y los posibles signos de violencia que muestre. «Estamos ante la escena de un crimen, y así nos lo tomamos. Esta es una investigación policial que llega con ochenta años de retraso», apuntó el antropólogo forense, quien garantizó a las familias su compromiso: «Pondremos todo nuestro esfuerzo en encontrarlos». 

Martina Miser

 Un mandil para reconocer un cuerpo quemado y el poder paralizante del miedo

Margarita Teijeiro relató cuatro asesinatos colectivos, espeluznantes, que fueron perpetrados en Vilagarcía en diferentes momentos tras el estallido de la guerra. El de Francisco Rey, sacado de San Simón y arrojado, ya muerto, a las puertas del cementerio el 1 de diciembre de 1936. Su hermano Manuel había sido asesinado el 15 de agosto. La misma suerte corrió Luis Castro Lojo, de A Illa. O Josefa Barreiro González, torturada y fusilada el 19 de marzo de 1937 por haber escondido en su casa a Urbano Tarrío, un jornalero de 26 años al que los falangistas habían acribillado tres días antes en su refugio, sobre la cocina de Josefa.

A José Ramón Roo y a Luis Iglesias los sorprendieron en el desván de la vivienda de Juan Aragunde, quien los había escondido para evitar lo que sucedió igualmente y a él también le costó la vida. Rodrigo Berruete, el Gitano, Manuel Limeres y Pilar Fernández, la Montañesa, vendieron caro el pellejo. Se defendieron a tiros y con granadas desde el interior de una casa en Loenzo, a la que la Guardia Civil prendió fuego. Probablemente se dispararon unos a otros para evitar una muerte aun peor. Todos ellos yacen en algún lugar del camposanto de Rubiáns.

A Pilar la reconocieron por el mandil que todavía llevaba puesto su cadáver, medio calcinado. Lo relató ayer una de sus descendientes, que no pudo evitar emocionarse. María Dolores Cores Fuentes es nieta de otra de las víctimas. Avelino Fuentes García tenía 45 años, presidía el pósito de A Illa y en su día emigró a Nueva York para trabajar como carpintero. Fue declarado en rebeldía y asesinado. «A miña nai non contou nada do que lle pasara, foi unha tía miña, Manuela, que con 88 anos e antes de morrer quixo que o soubese», explica Loli. A su abuelo lo fueron a buscar a casa. Su abuela perdió la razón. No hacía más que dar vueltas en torno a una mesa. Sus tías quisieron conocer dónde estaba. «Dixéronlles que en Lugo, logo que en Ourense, ata que lles confirmaron que fora fusilado». Su madre, entonces una niña de quince años, tuvo que identificar su cuerpo. «Tiña pezas de ouro na dentadura, pero ela asegurou que lla quitaran», señala Loli, para quien el proceso de exhumación de la fosa constituye un verdadero alivio. «Non hai sentimento máis paralizante có medo», concluye. Demasiado miedo durante demasiado tiempo.