Cien puntos para Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

La princesa y el taxista o cómo las redes sociales han relajado la prudencia y el cuidado

09 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La Red de Ciudades que Caminan ha premiado a Vilagarcía con un cien por haber modificado el concepto de circulación y haber establecido la prioridad del peatón. No creo que el taxista que me llevó el otro día de la estación de ferrocarril al hotel Castelao piense lo mismo. Seguro que él le daría un cero a Vilagarcía y otro cero a la Red de Ciudades que Caminan. ¡Qué aburrido es escribir crónicas sobre la peatonalización de las ciudades! Aburre porque sirven para Vilagarcía las crónicas escritas hace 25 años sobre Santiago de Compostela, hace 20 sobre Pontevedra o hace 15 sobre Cáceres. Lo único que varía es la valentía o cobardía de los alcaldes.

Pero volvamos a la estación de ferrocarril. El Alvia acaba de llegar de Madrid, el taxista, amable y profesional, guarda las maletas y arrancamos. ¿Por qué serán tan bocazas algunos empleados con atención al público? Y no empleo lo de bocazas como insulto, sino como aviso para no espantar a los clientes. Entiendo que se tantee al viajero y que, si piensa como el taxista, se establezca una complicidad entre ellos, pero hombre, antes de poner a parir la peatonalización, cerciórate de que tu cliente es de los que van en coche de A Baldosa al mercado y detesta que las calles sean peatonales. O el camarero que me dijo que enseguida me traía una tapiña, que él no robaba como hacen todos los políticos. «¡Todos»”, especificó. «¿Y si yo fuera político?», le solté. «Home, todos non», reculó, pero ya era tarde. ¿Dónde hemos dejado la prudencia? ¿Tanto mal están haciendo las redes sociales que hemos perdido virtudes tan encomiables como el cuidado y la desconfianza?

La primera persona a la que entrevisté para La Voz de Galicia, también era la primera entrevista de mi vida, se llamaba Marina Sviatopolk-Mirsky y era una princesa ucraniana cuya familia se había exiliado en Brasil durante la revolución rusa. En 1917, cuando la revolución bolchevique tocaba a su fin, un joven teniente, príncipe de Ucrania para más señas, preparó con militares monárquicos un plan para salvar al zar Nicolás II. Sin embargo, por el camino se enteraron de que el zar había sido asesinado y de que ellos estaban condenados a la horca.

Aquel príncipe ucraniano, con los documentos de un soldado muerto, consiguió huir de Rusia y, tras recorrer Turquía, Bulgaria e Italia y cambiar 25 veces de residencia, recaló en Brasil. Allí casó con una rusa y de aquel matrimonio nació Marina Sviatopolk-Mirsky, una brasileña en cuyo apellido laten 1.003 años de la historia de Rusia y a la que la historia llevó desde la corte de Ucrania a una urbanización compostelana. Marina Sviatopolk-Mirsky no creía en la retranca gallega ni en los tópicos, pero le llamaba la atención que aquí, lo blanco no era únicamente blanco y lo negro no era tan solo negro.

Entendía la capacidad galaica para el rodeo y el circunloquio, para decir sin decir y no decir diciendo, como un curioso y divertido juego de interpretación y adivinanza. Aquella princesa ucraniana estaba haciendo una tesis doctoral sobre la narrativa fantástica y se lamentaba de la tradición realista española que dificultaba sus investigaciones: «Si no fuera por Torrente Ballester y otros narradores gallegos que cultivan lo fantástico, no podría hacer mi tesis», razonaba antes de alabar: «Ustedes, los gallegos, tienen una imaginación más suelta que el resto de los españoles». Marina acababa sentenciando: «Los gallegos no sois desconfiados. Simplemente sois cuidadosos».

Si aquella princesa hubiera conocido a mi taxista, habría cambiado de opinión porque el buen hombre empezó diciendo que Vilagarcía estaba manga por hombro, lo cual no es una buena tarjeta de visita para un desconocido que, por su acento meridional, parece ser turista. Dijo después que cada pueblo tiene los políticos que se merece, de lo que se colige que Vilagarcía solo se merece malos políticos peatonalizadores, y echó sapos y culebras por la boca cuando tuvo que meterse por Arzobispo Lago en obras.

El proceso de peatonalización

Dejando a un lado la prudencia y el cuidado, lo cierto es que la postura del taxista es mantenida por bastantes vilagarcianos, que están viviendo el mismo proceso por el que han pasado todas las ciudades peatonalizadas que conozco: revuelta inicial de profesiones del volante y comerciantes frente al silencio de los peatones; presiones empresariales para que se detenga la peatonalización y, una vez convertidos en ciudad que camina, cambio de tercio, satisfacción, aplausos y, aunque sea a regañadientes, reconocimiento de que las molestias causadas han dado un resultado positivo.

Este proceso se da exactamente igual sea el PP o sea el PSOE quien peatonalice. Así sucedió en Santiago, en Pontevedra, en Oviedo, en Cáceres… A veces, la presión de las fuerzas vivas e inmóviles, caso de Cáceres, fue tan fuerte que se aplazaron las reformas unos años, pero la inexorable realidad acabó imponiéndose. Así ha ocurrido también en Pontevedra, que hoy es referencia mundial de las ciudades habitables y hay viajeros que acuden a conocerla solo para disfrutar de los paseos sin coches. Y así empieza a suceder en Vilagarcía, donde, por encima de críticas y descalificaciones, se impone el calificativo de excelente conseguido en Mallorca por el diseño de los nuevos espacios ganados para los peatones.