Ellen Duthie: «De tan buenistas que somos desenchufamos a los niños; invitarlos a pensar sobre la crueldad es más interesante»
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AROUSA
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La pensadora hispanobritánica, especialista en literatura infantil, participa en las jornadas sobre filosofía para niños que se desarrollan en Vilagarcía
14 oct 2022 . Actualizado a las 22:03 h.Sería ingenuo —incluso peligroso; a la vista están ciertos planteamientos que crecen en la vida pública— creer que una realidad compleja puede ser comprendida desde la simplicidad. Pero una cosa es la necesaria densidad de determinados sistemas y conceptos, y otra muy distinta olvidar que la filosofía nace de la curiosidad, la observación y la capacidad de formular preguntas. El trabajo de Ellen Duthie (Cádiz, 1974) en torno a la literatura infantil y la filosofía para niños cristaliza en las propuestas del sello editorial Wonder Ponder y nos recuerda que los chavales, a edades tan tempranas como los tres o los cuatro años, comienzan a interrogarse sobre el mundo. A filosofar, en definitiva. La autora está en Vilagarcía de Arousa para presentar sus dos nuevos libros —uno de ellos, ¿Hay alguien ahí?, acaba de ganar un premio White Ravens entre 200 títulos procedentes de 53 países— y participar en un taller que organiza el Centro de Filosofía para Nenas e Nenos de Galicia.
—¿Qué es exactamente Wonder Ponder?
—A nosotras nos interesa la filosofía, pero también la literatura y la intersección entre ambas. La primera colección de Filosofía Visual, con la que empezamos en el 2014 y tiene cuatro títulos, se enfoca en imágenes narrativas. Como si hubiésemos captado la escena de un posible cuento, de una historia, y pudieses imaginar lo que sucedió antes y después, y por qué los personajes hacen lo que están haciendo. Pero también de forma que den que pensar, que provoquen preguntas, que te extrañen, que te provoquen rechazo o atracción. Se trata de jugar con una reacción que impulse a preguntar y a asombrarte, a pensar. Creemos que hay una raíz muy importante en el inicio de un proceso de interrogación.
—La curiosidad.
—Exacto. Algo que te haga decir, esto qué es, y te lleve a mirar más de cerca. En esa primera colección somos reacias a dar instrucciones. La única se encuentra en el lomo de la caja, donde pone: abre, mira, piensa.
—Este año han publicado dos libros. «¿Hay alguien ahí?» parte de la primera comunicación con una inteligencia extraterrestre.
—Así es. En una nave no tripulada llega ese primer mensaje en forma de libro. Y cuando lo abrimos en busca de respuestas solo nos encontramos preguntas. Los extraterrestres se preguntan por nosotros. El mecanismo de disparo de la reflexión parte, en este caso, del propio extrañamiento que proponemos, el mirarnos desde fuera como nos mirarían esos extraterrestres.
—El segundo es «Un par de ojos nuevos».
—Sí, ese es el que acaba de salir. Es nuestro primer libro de narrativa sin más, de ficción. Es una obra de literatura, pero bebe de una tradición de literatura que da que pensar. Me interesan mucho escritores como Maurice Sendak, el autor de Donde viven los monstruos y Al otro lado. Escribe de una forma que ofrece la suficiente ambigüedad y complejidad como para que se pueda bucear de una manera interesante. No está todo dicho ni hecho, el lector debe poner de su parte sin que se le dé todo triturado. Es un libro fácil de leer, divertido, pero contiene muchos recovecos en los que detenerse. Es muy interesante, porque hemos trabajado con Javier Sáez, premio nacional de Ilustración, y con Manuel Marsol, premio internacional de Ilustración de Bolonia. Los dos tienen un enfoque muy juguetón con el proceso de creación.
—La filosofía se ha ocupado de los niños como objeto de reflexión, pero no como sujeto reflexivo.
—Y ni siquiera tanto. Pero es cierto que hay ya una larga tradición de la práctica de la filosofía con niños que se remonta a los años 70, con el trabajo de Matthew Lipman y Ann Sharp. Desde entonces, mucha gente en el mundo hace filosofía con niños. Todos los enfoques tienen un fondo en común, que tiene que ver con la creencia en la capacidad de reflexión de los niños desde una edad muy temprana. Yo trabajaba al principio con niños muy pequeños, en educación infantil. Mi primer libro, Mundo cruel, surge de un aula de niños de cuatro años. Y algo muy interesante es la relación tan potente que se establece entre el juego y la reflexión. Entre seguir posibles caminos de hipótesis y que estas sean a veces fantasiosas. Porque los niños tienen un compromiso con la fantasía que les hace dotarla de una coherencia que resulta explorable. La absoluta coherencia del juego fantástico en los niños pequeños. Hay reglas. Y están dispuestos a cambiarlas cuando convenga. Hay ahí algo disfrutable desde el punto de vista filosófico. Y otra cosa, los niños tienen por naturaleza preguntas filosóficas desde muy pequeños. Les interesa comprender el mundo, que es extrañísimo. A veces, cuando se piensa en filosofía para niños, parece que estuviésemos adelantándoles algo que no les toca todavía. Pero la curiosidad parte de ellos a partir de los tres o cuatro años, y si se les permite explorar curiosamente, esa actitud sigue toda la vida.
—No sé si es algo que fomenten, precisamente, los sistemas educativos al uso.
—Tajantemente no. No es exclusivo de España, sucede en la mayoría de los países. Hay poco tiempo y poco espacio para pararse a mirar, a pensar, a preguntar.
—¿Hay alguna forma o sistema que permita encauzar mejor esa curiosidad de los chavales?
—Creo que cuando trabajas con un mismo grupo es interesante desarrollar una especie de sistema de observación. Todos observamos, pero se trata de ponerlo en práctica con una serie de reglas que te permiten sacarle más jugo. Simplemente, dar un sistema de observación que favorezca la curiosidad y también el responsabilizarse de caminos propios de indagación. Entrenar tu curiosidad y compartir en grupo tus inquietudes.
—¿Y algún punto de enganche de partida? Tal vez la bondad, el respeto...
—Cuando nos proponemos poner a los niños a pensar, de alguna forma recurrimos a cosas bonitas. Respeto, amistad. Nosotros empezamos con Mundo cruel, que invita a pensar sobre la crueldad, aunque por eso mismo también conduce a reflexionar sobre la bondad. Desde nuestro punto de vista, hay demasiado miedo a hablar de cosas duras y difíciles con los niños. Y el caso es que ellos tienen mucha más hambre de hablar de esas cosas, porque normalmente no se les da la oportunidad de hacerlo. Invitar a pensar sobre la crueldad, en lugar de la bondad, es más interesante porque nos cuesta definirla, comprenderla. A la bondad todos reaccionamos en términos normativos. Mira, te pongo un ejemplo de cómo los niños están entrenados para soltar lo que quieren oír los adultos. En Mundo cruel, un león acaba de cazar una cabrita y la tiene en sus fauces. Unos pequeños leones dan saltos y quieren comer. Se lo enseñamos a un grupo de niños que no habían hecho filosofía nunca y les planteamos si les parecía una escena cruel. ¿Te imaginas lo que respondieron?
—Que sí.
—Sí, pero no por la sangre y lo que le había pasado a la cabrita, ¡sino porque el león grande no estaba compartiendo! De tan buenistas que somos provocamos un desenchufe en los niños. No, hay que buscar precisamente los casos en los que la norma es difícil de cumplir. Si alguien te empuja, qué empujón sobrepasa el límite y qué empujón puedo o debo tolerar. Cuándo me puedo quejar. Que son las cosas que suceden en el patio. Solemos ser demasiado normativos y a mí me parece interesante explorar los temas desde un lado más complejo.
—¿Como por ejemplo?
—Tenemos otro título, Yo persona, en el que se invita a los niños a explorar qué es una persona y cómo saben ellos que no son robots. La identidad es un tema que se emplea en las universidades para introducir a Hume, por ejemplo. Pero también engancha muchísimo a los niños pequeños, que pueden jugar a ser robots y hacer pequeños teatros que inician un proceso de reflexión.
—Salvando las distancias, esto me trae a la cabeza series como «Merlí». ¿Cree que han contribuido a aligerar la imagen monolítica que la filosofía podía tener entre el gran público?
—Creo que sí. Y también creo que, de alguna manera, se entiende ahora mucho mejor la necesidad de pararnos a pensar y a dialogar. Lo noto en los talleres que hacemos, desde centros de educación infantil a institutos, incluso en las universidades y en talleres intergeneracionales, con abuelos y nietos. Hay bastante hambre de sentarse a pensar en el mundo. Creo haber leído en alguna parte que desde Merlí incluso subió la matrícula en Filosofía en España en los cursos siguientes. Hay bastantes proyectos en marcha que inciden en esto. El otro día, por ejemplo, vi a Marina Garcés [filósofa y ensayista catalana] en la bienal de Barcelona, haciendo un enorme coloquio con alumnos de instituto en medio de una plaza. Hay iniciativas y están llamando.
—Antes hablabas de Sendak. Haznos, por favor, alguna recomendación sobre algunos otros autores interesantes.
—De mis amores literarios que me parecen interesantes desde el punto de vista filosófico destacaría a Arnold Lobel, el autor de Sapo y Sepo e Historia de ratones. Son historias sencillas, pero siempre tienen un elemento filosófico. Otro autor que me encanta y me parece muy filosófico es William Steig, el creador de Shrek!, el libro en el que se basan las películas. Todos sus libros tienen ese componente que provoca la reflexión sin poderlo evitar. Es imposible leerlo sin ponerte a pensar.