El último tren romántico de España

J. R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Sin el tren correo de las Rías Baixas, solo el Económico de las Rías Altas emociona al viajero

20 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En el cuarto episodio de la serie Rapa, hay una escena que transcurre junto a la vía del tren de vía estrecha que los muy mayores siguen llamando Ferrocarril Económico del Norte. Esa vía fue el fruto de un estudio técnico iniciado en 1883 por el gobierno español, que pretendía unir por tren Ferrol con Gijón por razones fundamentalmente militares. Primo de Rivera inició las obras en 1926. La II República las suspendió. Tras la Guerra Civil se reanudaron y, en 1972, casi un siglo después de iniciado el estudio, se acabaron.

En Rapa, mientras los actores reconstruyen un crimen, cruzan velozmente por la vía varios vagones elegantes a toda velocidad, pero es un engaño, una pose de Renfe. Ese convoy es en realidad el Transcantábrico, un tren de lujo que recorre el norte esporádicamente. Los ferrocarriles que en verdad circulan por la vía que une hoy Ferrol con Asturias son los más lentos y pequeñitos de la Península: un tren no más largo que un autobús, con medio centenar de asientos, que dos veces al día realiza el viaje ferroviario más romántico de España: entre Ferrol y Oviedo, pegado a la costa durante la mayor parte del trayecto, con unas vistas memorables sobre las rías de O Barqueiro, Ortigueira, Viveiro y Ribadeo y parando en 90 estaciones, una cada tres kilómetros y medio.

Un viaje en el Económico del Norte solo se puede comparar con el trayecto tradicional entre Vilagarcía y Catoira. Inolvidables convoyes de Renfe con departamentos novelescos que aún circulaban por la ría a principios de los 90. El traqueteo, aquel clásico chacachá del tren que inspiraba canciones, adormecía, las vistas a partir de Bamio asombraban y, cuando regresabas de una gran ciudad, la imagen de la bocana del la ría en el crepúsculo avisaba de que se acababa el ajetreo y llegabas al paraíso de la calma.

En el invierno de 1997, La Voz de Galicia me encargó varios reportajes sobre el ferrocarril gallego. Viajé en el «tren de la feria», que iba cada miércoles de Vigo a Valença do Minho lleno de caballeros peludos con la intención de pelarse en Portugal a mitad de precio: los peluqueros de Vigo cobraban mil pesetas y los de Valença, 300. Salía a las diez menos veinte y volvía después de comer. Ellos iban a cortarse el pelo y sus esposas viajaban con el carrito de la compra para recorrer el mercadillo dispuesto en las laderas de la fortaleza. Al acabar la compra y la peluquería, los matrimonios se juntaban, comían y regresaban en aquel tren romántico, que circulaba a 45 kilómetros por hora y volvía a Vigo lleno de señoras traficantes de mantas eléctricas, chándales, mantelerías, vino verde y verduras para plantar.

Aquel tren ya no circula. Renfe lo había puesto en los años 80 pensando en las numerosas viajeras que iban a la feria cada miércoles, pero la modernidad y la prisa acabaron con él. Ahora, quien quiera acudir al mercadillo de Valença ha de partir de Vigo antes de las nueve de la mañana para regresar cerca de las ocho de la tarde. Tarda la mitad de tiempo que hace 25 años, ¿pero qué haces casi 12 horas en Valença cargada de toallas?

Para escribir aquellas crónicas ferroviarias de 1997, viajé en un automotor hasta Ponferrada, conociendo las antediluvianas vías entre A Coruña y Monforte, donde aún se usaba el teléfono de manivela, como en el lejano Oeste, para avisar de los movimientos: «Oye, Sarria, que va para allá el camello». También fui a Madrid en el Rías Altas y no faltó un viaje épico en el Shangai Exprés: cuatro días en coche cama entre A Coruña y Barcelona: 2.858 kilómetros de vías, 4.140 minutos de traqueteo, 13 provincias y dos mares. Era el viaje en tren más largo que se podía hacer en España. Había otro expreso, el «Media luna», que salía de Algeciras y hacía más kilómetros, pero entraba en Francia.

Todo esto es ya historia, empezando por los trenes lentos, paisajísticos y con departamentos de película en blanco y negro que serpenteaban, pegados a la ría, entre Vilagarcía y Catoira. Han desaparecido el tren de la feria, el Shangai, los camellos, el Talgo, el Rías Altas y el Baixas. Hoy, te montas en Madrid y en menos de cuatro horas te bajas en Vilagarcía. Un periódico, una siesta y ya has llegado. ¿Es eso un viaje romántico?

Veinticinco años después, el único tren que resiste sin cambios ni velocidades extremas es el Ferrocarril de Vía Estrecha (FEVE) que recorre las Rías Altas gallegas y la costa asturiana. Es tan antiguo, o mejor, tan clásico, que en 1979 circulaba a una media de 53 kilómetros por hora entre Ferrol y Oviedo y hoy consigue una media de 44: va más lento que hace 43 años y tarda siete horas y media.

La semana pasada, fui de Reinante a Viveiro en el «Económico» y viajé gratis porque no había revisor. Como es tan pequeñito y va lleno de jóvenes con bonos gratuitos, la mitad del pasaje viaja de pie. La mayoría de las estaciones están abandonadas y a muchas se llega por caminos de tierra sin cartel indicador. Es un tren de otro tiempo, el único convoy emocionante que queda en España.