Ralf Glasz, el alemán que cultiva el arte de la perfección

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Tenor y pianista, dejó los escenarios hace años cuando le diagnosticaron esclerosis; hoy ofrece un concierto en el Museo de Pontevedra

26 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A lo largo de nuestra vida, solemos invertir mucho más tiempo del que imaginamos esperando. Ralf Glasz siempre fue consciente de todos y cada uno de los minutos que pasaban mientras aguardaba a que llegase su turno en una audición, a que saliese el avión que debía llevarlo a una nueva ciudad durante las giras... «La vida artística supone pasar mucho tiempo solo. A mí la pintura siempre me acompañó para llenar esos momentos», nos cuenta en medio del vergel que rodea su casa de Vilagarcía. Los pinceles se le dan bien. Lo sabe desde pequeño, cuando vendió cuadros en un mercadillo escolar para reunir fondos con los que comprar un nuevo piano para el centro. El piano era importante para él: comenzó a tocarlo cuando solo tenía cuatro años. También empezó a cultivar su voz siendo un niño: su abuela, que era cantante de ópera, le enseñó porque «tenía una enfermedad en los pulmones y me venía muy bien para ejercitarlos». Aprendió bien: a los 16 años tuvo su primer papel protagonista en una ópera.

Mientras estudiaba en Düsseldorf —además de trabajar su voz se formó en piano, clarinete, interpretación e idiomas— el joven Ralf Glasz no pensaba en el éxito. Al menos, no en el éxito tal y como hoy se entiende. «Cuando decides ser artista sabes que vas a tener que hacer sacrificios enormes, que el camino no va a ser de rosas», relata. Mientras algunos de sus amigos salían o viajaban, él pasaba horas y más horas estudiando. «El arte es como una planta. Necesita que la cuides y si hay suerte, puede que salga una flor. Y si hay más suerte aún, un fruto», explica. «Cuando haces algo porque sientes tanta pasión que dices, es esto o la muerte, no lo haces por el éxito. Lo haces por alcanzar la perfección, por dar lo mejor de ti», explica, mientras con un gesto espanta esa nueva forma de ver el éxito y la fama «que se le vende por televisión a los jóvenes».

Con ilusión, trabajo y sacrificio construyó este hombre una carrera sólida. Actuó en los mejores escenarios del mundo. Hizo ópera y musicales. Dio clases. Pero en 2005, cuando le diagnosticaron una esclerosis múltiple avanzada, su vida dio un vuelco. «Me retiré de los escenarios», recuerda. Y se refugió en la pintura, redescubriendo un talento que ha sido reconocido con numerosos premios. «Hay un vínculo entre la pintura y la música. La estructura de un cuadro es algo parecido a una composición musical», reflexiona Ralf.

El éxito con los pinceles no le ha hecho olvidar la emoción del escenario, de la voz, del piano. Y ahora, cuando se cumplen 200 de la Oda a la Alegría de Beethoven, que sirve como himno a la Unión Europea, la música a reclamado a Glasz. «La Novena Sinfonía está muy bien, pero hay más cosas de Beethoven», pensó Ralf. Y a partir de aquella reivindicación inicial, gestó la idea de ofrecer un concierto de «lieder alemanes». El lied es una canción lírica, cuya letra es un poema al que se ha puesto música, y escrita para voz solista y acompañamiento. Beethoven tuvo que ver en su nacimiento como género. «Su mecenas había perdido a su mujer y le pidió que compusiese algo para recordarla. No quería un réquiem, una cosa solemne; quería algo suyo para su mujer». Y Beethoven compuso un ciclo de canciones íntimas: «Hasta entonces, en los escenarios, sonaba la voz de Dios. Y de repente, lo que se oía era la voz de un hombre cantando sus sentimientos, su amor por su esposa. La composición no estaba hecha con trazos rotundos, como la ópera, es como a pinceladas», explica Glasz acompañando sus palabras con la mano. En un ciclo de lieder se narra una historia y el intérprete es a veces narrador, a veces protagonista. «Técnicamente es muy exigente; es suave, entonado, elegante y va haciéndose profundo poco a poco», cuenta Glasz.

Tras un tiempo preparándose, Ralf Glasz se subirá esta tarde, a las siete, al escenario del Edificio Castelao del Museo de Pontevedra. Acompañado por la pianista Rasa Biveiniene Hakutyte, interpretarán A la amada lejana, de Beethoven, y La alegre molinera, de Franz Shubert. «Un piano, un cantante» y una música llena de matices es la propuesta que Glasz quiere «que la gente escuche». Porque la música clásica, dice, «debe ser algo para todo el mundo» y hay que darle a todo el mundo la oportunidad de acercarse a ella. Por eso, este alemán que busca la perfección, ha agradecido al Museo y a la Diputación la oportunidad de vivir esta «tarde de lieder alemanes». ¿Marcará este concierto su vuelta a los escenarios? «No lo sé. No hago demasiados planes».