
Navegó con los gaseros noruegos, cargó en Brasil zumo concentrado de naranja con destino a medio mundo, trabajó como pintor y dando piche en Estados Unidos, y remató su larga vida de mar en Transmediterránea
22 feb 2025 . Actualizado a las 04:47 h.Lo primero que llama la atención al conocer a Manuel Diéguez Rodríguez (Fontecarmoa, Vilagarcía, 1949) es su mirada inteligente, de hombre acostumbrado a buscar soluciones prácticas para problemas inmediatos. La ironía y el humor que caracterizan al buen conversador son marca de la casa, que rápidamente emerge al recorrer, de memoria, una vida dedicada al mar. No es que en su familia hubiese una larga tradición al respecto, más allá de un tío abuelo que sí navegó, pero su padre era portuario, y eso siempre ayuda. «Sendo mozo, e despois dalgún traballo, souben que había unha empresa norueguesa que buscaba tripulación. Tiña uns 26 anos para alá marchei». La mecha prendió y su experiencia en los barcos noruegos se extendió a lo largo de diez años. «O 95 % dos mariños eran noruegueses, os mandos todos, por suposto; algún iugoslavo, algún alemán perdido por alí, e como moito outro español». A la pregunta acerca de la forma de entenderse a bordo sin conocimientos previos de otras lenguas contesta Manolo con retranca: «Ao cabo de tres meses falaban galego o resto... En serio, xa sabes que cando un ten interese por algo esfórzase ao máximo».
El aprendizaje del inglés, que se cimentó entonces, le vendría de maravilla en sus siguientes enroles. De momento, los gaseros noruegos, que transportaban propano, propileno o queroseno, le permiten al joven marino vilagarciano conocer medio mundo. América, Australia, Japón, «e un lugar ao que poucos mariñeiros van, Hawai, no que estiven unhas catro ou cinco veces».
Rematado el ciclo nórdico, nuestro hombre comienza a navegar con un buque propiedad de Nestlé que, con bandera de Monrovia, carga zumo concentrado de naranja en Brasil para distribuirlo por Róterdam, New Jersey o Tampa (Florida). Esta curiosa mercancía tiene sus intríngulis: «Para podelo beber, a un litro de zume concentrado hai que lle botar dez de auga».
Aunque la compañía pagaba en dólares, su comportamiento con las horas de trabajo disgusta a la tripulación. Así que, aprovechando una escala en New Jersey, Manolo desembarca. «Nos Estados Unidos botei un par de anos. Traballei en Washington capital e en Nova York aínda puiden ver as Torres Xemelgas en pé; primeiro coma pintor e logo no asfalto, nas rúas. ¡Gañabas máis co subdirector dun banco, aínda que tiveses que traballar no inverno con varios palmos de neve!».
Decidido a embarcar de nuevo, Manolo contacta con una naviera de Bilbao y se enrola en un buque de carga rodada que mueve mercancía entre Inglaterra e Irlanda. No es lo suyo y regresa a Galicia para trabajar en tierra, nuevamente como pintor. Pero el mar sigue tirando y es hora de probar un nuevo palo; la pesca, con Ondárroa como base. «Hai cartos, dicían. O que non che din é a cantidade de horas que traballas, ás veces trinta seguidas. Chegas a porto co conxelador cheo, pero véñenche con que a carga está mal estibada ou calquera outra cousa. Se era moito, porque era moito; se era pouco, porque era pouco. Ao final, o problema sempre o ten o mariñeiro».
Dos meses fueron suficientes. Y sus conocimientos de inglés, la llave que le abrió de nuevo las puertas de los buques ingleses. «Botei tres anos no mesmo barco, cubrindo a parte máis estreita entre Escocia e Irlanda. Estaba a gusto, pero tiña xa uns cincuenta anos e mirei de entrar na Transmediterránea». Y así, entre carga y pasaje, de Barcelona a Mallorca o de Cádiz a Canarias y Ceuta, se fraguó su última etapa a bordo. Con 62 años, Manolo toma tierra y se retira.
«O mar ségueme gustando, e paso tempo mirándoo. Pero tamén lembro os malos momentos». El peor de todos ellos tuvo lugar al principio de su carrera, cuando navegaba en los gaseros noruegos. «Foi entre a illa de Formosa e China. Os tanques, cada vez que se descargan, hai que limpalos. E o oficial comproba que non haxa gas para poder baixar. Fíxoo mal, e baixamos tres habendo aínda gas. A verdade é que non ten decatas. O gas déixate durmido, mesmo soñei, era unha morte doce... Menos mal que tiveron tempo a quitarnos».
el arte de las maquetas
«Eu non fago copias, imaxino todos os barcos». La Navidad pasada, Manolo Diéguez expuso toda una serie de maquetas de buques en el centro social de Fontecarmoa, en Vilagarcía. Dio a conocer, así, su buena maña a la hora de imaginar un diseño y trasladarlo a la materialidad. Porque ninguno de sus barcos existe en la realidad. «Non fago copias, só fago os que teño na cabeza», insiste el marino entre risas. Algún oficial se quedó con las ganas de que le regalase una de ellas, que elaboraba a bordo, en las horas de descanso. La siguiente ya tiene dueña. Será un velero, que le pidió expresamente una de sus nietas al contemplar la muestra navideña. No habrá clienta más exigente.