
Desde hace seis años formaba junto a Sebastián Rivas el equipo al frente del conocido restaurante grovense a pie de playa
01 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El equipo de la Arrocería A Lanzada despidió ayer a una parte fundamental de su equipo: su gerente Adolfo Álvarez, a quien todos conocían como Fito. A sus sesenta y cuatro años, y tras una batalla incesante contra la enfermedad que padecía, hoy deja huérfanos a todos los trabajadores que forman parte del establecimiento. En especial a Sebastián Rivas, propietario del negocio. Ambos formaban un tándem perfecto a la hora de tomar decisiones y emprender los cambios que impulsaron las últimas remodelaciones del local.
Llegó hace seis años para echar una mano, con el polo amarillo que lo identificaba como encargado, y se convirtió muy pronto en una de las personas imprescindibles al frente del negocio por su capacidad de gestión, y sobre todo por su talante. Fito procedía de Vigo, le unía ya por aquel entonces una buena amistad con Sebas, quien sabía de su capacidad, pues venía de liderar equipos en otras empresas. Así que aquello era un nuevo reto, y A Lanzada, un sitio por el que sentía verdadera pasión.
Llegó con ganas de innovar para hacer crecer el negocio, animando a Sebas a meterse en toda clase de aventuras. Apostó por celebrar Halloween, por llenar de luz las instalaciones en Navidad, por alargar la temporada y, como buen devoto, por instalar cada 16 de julio a la Virgen del Carmen al pie de la cascada. Allí se granjeó buenas amistades, incluso con los músicos que año a año pisaron el escenario. Era bondadoso, protector, familiar y el complemento perfecto a Sebas, a la hora de hacer funcionar la arrocería.
Al final, el mando que tenía en el negocio era lo de menos, pues logró construir una familia a su alrededor. Siempre tenía buenas palabras y una guasa de esas que dejan huella. Era de las personas que se dejan querer al instante. Allí en A Lanzada, se sentía en casa, tanto que, aun enfermo, pasó más de un verano al pie del cañón, a pesar de las broncas, que cariñosamente se le echaban para que descansase.
El pesar era patente ayer entre músicos, clientes y todos quienes compartieron vida con él en ese enclave privilegiado, que detuvo sus máquinas para despedirlo con profunda tristeza. Mañana arrancarán ya otro verano, sin él, pero con su esencia impregnando el lugar.