Benigno Rey, el profe de Física

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

VITOR MEJUTO

Era de Negreira, vivía en Vilagarcía, fue docente en Fontecarmoa y falleció esta semana

07 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Estaba en la terraza de casa leyendo artículos publicados por Carlos Casares en La Voz de Galicia… Es curioso lo que me ocurre lejos de Galicia: disfruto leyendo novelas y ensayos en galego más que cuando vivía en Vilagarcía. Así que estaba acabando de releer Os agostos de Casares, un libro publicado hace años por La Voz de Galicia con los artículos publicados por el escritor durante los meses de agosto entre 1997 y 2001, cuando recibí la llamada de un número desconocido.

Descolgué con desconfianza, esperando escuchar al otro lado algún mensaje sobre mi currículo, pero no era un intento de timo, sino una noticia triste. Me llamaba mi compañero de instituto Roberto Vidal para comunicarme que acababa de fallecer Benigno Rey, buen amigo y colega de la enseñanza con quien coincidí en el Instituto de Fontecarmoa.

Benigno era de Negreira y llevaba casi medio siglo viviendo en Vilagarcía. Era un hombre serio, cabal, exigente, muy irónico, con mucha retranca y con una fuerte personalidad que le impedía casarse con nadie ni fingir sentimientos. Si te apreciaba, te apreciaba y si no, pues no, pero nada de simulaciones ni aspavientos hipócritas.

Enseñaba una asignatura tradicionalmente hueso: era el profe de Física. Era serio en el aula, disciplinado y riguroso. Muchos de sus alumnos recuerdan con agradecimiento que aprendieron a amar la física y a entender su utilidad gracias a sus enseñanzas.

Benigno había jugado al fútbol y le gustaba seguir al Negreira en directo. También recuerdo que me contaba la gracia de los trofeos Teresa Herrera de hace años, cuando el Deportivo estaba en Primera. Entendía del tema y creo recordar que había hecho sus pinitos como entrenador.

Cada martes y cada sábado, venía al mercado de Vilagarcía y mientras su esposa, una señora simpática y entrañable, se acercaba a la plaza, Benigno, o Rey como le conocíamos en el instituto, tomaba café en una cafetería de A Mariña y leía La Voz de Galicia. Allí iba a buscarlo cada vez que venía a Vilagarcía. A eso de las 12, me acercaba por el café y charlábamos un rato recordando viejos tiempos y poniéndonos al día sobre nuestros hijos, sus parejas, sus vidas.

Cuando vine a Vilagarcía el pasado mes de junio, pasé por A Mariña el martes y el sábado, pero no encontré a Rey. Supuse que estaría de viaje o que ese día no habría venido al mercado. Lo que no pude imaginar es que había enfermado y que tres meses después, todo cambiaría y ya será imposible encontrarme con él y tomar café juntos las maravillosas mañanas vilagarcianas de mercado.

En una curiosa y dramática casualidad, un rato antes de recibir la llamada de Roberto anunciándome la muerte de Benigno Rey, estaba leyendo los artículos del último agosto en que Carlos Casares escribió en La Voz de Galicia. Eran los textos del año 2001 y el escritor ourensano falleció en Nigrán en marzo de 2002. En seis de esos artículos del último agosto de Carlos Casares, el columnista cuenta comidas con amigos y diversas anécdotas y comentarios que se narran o se suscitan alrededor de la mesa.

Me dio por pensar que ya no tengo comidas con amigos. A tanto llega la cosa que en las últimas Navidades no comí ni una vez fuera de casa. Esta soledad tiene su explicación: me fui de Cáceres a los 14 años, regresé a los 44 y a esa edad ya es difícil hacer amigos de verdad más allá de los circunstanciales compañeros de trabajo. En Vilagarcía, sin embargo, me sucede todo lo contrario. Las semanas que paso aquí no paro de salir, de alternar, de tomar cafés o comer con amistades. Me avisaron de ello cuando me marché: «En Galicia, tardas en entrar, pero si te aceptamos y entras, ya no sales nunca». Puedo asegurar que es verdad.

Lo más parecido a esas comidas de Carlos Casares, que luego desarrollaba en sus artículos, eran las comidas que manteníamos un grupo de profesores que coincidimos en Fontecarmoa: Nicolás Viqueira, Luis Portilla, un servidor y el finado Benigno Rey. Una vez al trimestre, cenábamos o comíamos en algún restaurante de interés, lo pasábamos realmente bien y luego contaba aquellas comidas en El Callejón del Viento.

La última la celebramos en junio de 2001, un par de meses antes de trasladarme a un instituto de Cáceres. Fue en O Tropezón, un restaurante enxebre situado inmediatamente después del puente sobre el río Umia en Cambados, a la izquierda de la carretera en dirección a O Grove, un restaurante que he comprobado que sigue existiendo.

En aquel Callejón, describía el local con su barra minúscula y sus dos comedores, uno a la izquierda y otro al fondo. Nos hizo gracia la decoración: apliques muy antiguos, un San Cristóbal de metro y medio y un gran póster de una virgen. Comimos cigalas, almejas, merluza a la gallega, dos botellas de albariño, cuatro mousses de limón caseras, cuatro cafés con gotas y pagamos 3.000 pesetas (18 euros) por barba. «Fue un digno colofón a 20 años de amistad y gastronomía», escribí entonces. Es la mejor manera de recordar a Benigno Rey: con los amigos, charlando, bromeando, disfrutando de lo mejor de O Salnés, escribo ahora con dolor y con cariño.