«O peixe vale o mesmo e os gastos son moitos»

leticia castro O GROVE / LA VOZ

O GROVE

Martina Miser

A Carlos Alfonso el mar se lo ha dado todo: buenos momentos, muchas enseñanzas y grandes ahorros gracias a los cuales pudo construir su casa. La saga de marineros la continúan hoy sus hijos a bordo del barco Birbirichos

10 dic 2022 . Actualizado a las 09:56 h.

El mar ha sido su pasión y su medio de vida desde muy joven. Carlos Alfonso, O Grove (1942) se metió en él con apenas trece años. Empezó cogiendo almejas con el rastro, y la tarea rentaba. «Daquela podías facer cen pesos á semana, que eran moitos cartos», dice. Corría el año 56, eran tiempos muy duros y las capturas permitían a los marineros llevar un buen dinero a casa, «ademáis, meu pai enroloume con trece anos, cun permiso de me tivo que dar para que puidese cotizar, así que imaxínate». Ya no pensó nunca en vivir de otra cosa, aunque cuando hizo el servicio militar, en la Marina, trabajó de cocinero. «Eu era o cociñeiro do maiordomo», recuerda.

Fueron aquellos buenos años: estuvo en Canarias, Cartagena, Francia… «Neses momentos andabamos facendo manobras da OTAN», explica. Y a pesar de que siempre tuvo en mente volver a casa, al terminar se fue a trabajar a Holanda. Estuvo tres años en un barco de pasaje que daba la vuelta al mundo, el American Line, de nuevo en la cocina, llevando las provisiones. Quizá de ahí nació su pasión por los fogones: «Agora na casa fago eu de comer». Fueron para él unos años estupendos; «pasábao moi ben e ademais estaba rodedado de moitos galegos, e de moitos mariñeiros de aquí do Grove... Eramos unha boa tropa, de feito o barco era coñecido como o barco dos galegos».

El trabajo estaba bien pagado, así que logró traer de vuelta unos buenos ahorros. Pasó un tiempo más trabajando en un costero que 1.200 toneladas que llevaba carga general. Fueron cerca de nueve meses llevando mercancía por varios puertos de España, Inglaterra o Portugal, en compañía de otro meco. Pero al volver, un mes de febrero, conoció a la que hoy es su mujer. «Foi polo Entroido», dice. Cuando se incorporó al trabajo, al llegar al puerto de Vigo decidió que quería desembarcarse y volver a casa. Quería formar una familia y montar su propia empresa. Y no le fue nada mal.

Una fructífera empresa

En marzo de 1968 compró su primera embarcación, una dorna pequeña con la que iba a la nécora y al camarón. De marzo a diciembre echaban las nasas e iban con el rastro a capturar almeja. La cosa fue bien, y dos años más tarde compró otra dorna más grande que le permitía llevar trasmallos, un arte con el que poder pescar corvinas, lenguados y otro tipo de especies. Había que seguir creciendo, «e no 71 xa me fixen co que foi o meu primeiro barco, de nove metros e medio». En ese momento ya andaban con artes menores: niños, vetas y nasas. Eso le permitió ir a la lubina, fanecas, rodaballo, jurel, pescadillas, salmonetes... Nada se le resistía. Y cuenta que se hacía mucho dinero. El siguiente paso lo dio en 1982, al adquirir un barco de trece metros en Malpica, en el que trabajó muchos años, hasta el 2004.

La campaña quizá más especial era la del centollo, un marisco que conoce bien. «Antes non estaban tan valorados como agora». Y además se vendían por docena, cosa que resulta curiosa teniendo en cuenta el tamaño del crustáceo. «Collíase moito macho, que xa ves que algúns poden pesar catro quilos, así que unha cesta de centolos podía pesar tranquilamente uns corenta quilos». Los barcos no iban tan equipados como ahora y evidentemente no capturaban las mismas cantidades, pero el dinero rentaba más: «Cambiei o motor do barco que valeu uns cantos millóns, e logo levantei unha casa, e todos eses cartos saíron do mar», subraya.

Carlos Alfonso recuerda que su familia era humilde, por eso valora tanto lo logrado: todo lo consiguió gracias a su esfuerzo. «Hoxe hai que investir moito nos aparellos, están moi caros, así que a cousa complícase», dice. Cuando Carlos comenzó a ir al centollo las raeiras eran de hilo de cáñamo y de trencilla, ahora están hechas de tanza. «Con trinta raeiras xa ías e hoxe levan cento cincuenta e ao mellor cen miños». Eran otros tiempos.

Pese a todo, sus hijos han seguido el ejemplo. La familia compró el barco en el que hoy faenan, el Birbirichos, en el 2015. Carlos cuenta que no todas las temporadas son igual de buenas, «e ademais hai que ter un almacén con arredor de 1.000 aparellos. Iso é un capital, antes íase con menos e aproveitábanse máis, ao mellor duraban dous anos». Si a eso se le suma el precio del gasoil, cuadrar las cuentas se antoja complicado. «Meus fillos van a Santoña a xarda, van ao bonito, pero ultimamente as campañas son difíciles, o peixe vale o mesmo e os gastos son moitísimos», dice. La profesión es dura, lo reconoce, pero «os barcos son moito máis cómodos e trabállase doutra maneira non coma antes que iamos como arenques en lata», recuerda entre risas.