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Toneladas de desechos se desparraman sobre una de las laderas de Lobeira
30 sep 2015 . Actualizado a las 16:35 h.El banco más bonito del mundo está en Loiba, en Ortegal. En Cornazo, Vilagarcía, está el sofá más feo del mundo. Sus vistas, las de Cornazo, quizás podrían estar a la altura de las coruñesas, pero el problema es el acompañamiento. El sofá de Cornazo reina en un desastre que también tiene una panorámica privilegiada, pero en lugar de césped hay trozos de ladrillo: no huele a tierra, huele a cemento. Al fondo, en un día tan soleado como el de ayer, se vislumbra sin problemas toda la belleza de Arousa: Cortegada, Malveiras, las bateas perfectamente ordenadas... Es una escombrera, pero una escombrera con las mejores vistas a la ría.
Toneladas de desechos, y no es una exageración, se desparraman sobre una de las laderas del monte Lobeira. No es difícil llegar allí. La vergüenza está apenas a cien metros de un campo donde se suelen disputar partidos de la competición de fútbol veterano. La explanada está lo suficientemente lisa como para deducir que el tráfico de camiones debe ser constante. Sorprende que los residuos están apilados atendiendo a un orden en el desorden. Por aquí, un montoncito de tejas made in Alicante; por allá un montonazo de uralitas; a unos metros se elevan un par de montañas de cemento...
Ese es el panorama en la parte superior del desaguisado. En la zona donde descargan los camiones. Ladera abajo se van desparramando piedras, colchones y elementos de todo tipo. La tarea, está claro, no les ha llevado dos días a los desaprensivo.
Si la imagen desde la cima de la escombrera impresiona, lo que se ve a pie de ladera asusta. Es el blanco y el rojo y el gris apropiándose del verde. Engulléndolo. Jóvenes eucaliptos -sí, aunque sean eucaliptos son árboles- doblados por el peso de toneladas de escombros que se desparraman por una ladera que debe rondar los treinta metros de altura. La foto recuerda a esas que llegan de las favelas de Río. Sin chabolas, pero con una cantidad de residuos por metro cuadrado probablemente similar. Da la sensación de que, en cualquier momento, todo aquello se puede venir abajo.
El catálogo de residuos que por allí se agolpan, al margen del escombro propiamente dicho, es espectacular. Calzado de niño, juguetes -un dinosaurio estaba perfectamente colocado subiendo una pequeña montaña de tierra-, por supuesto restos de neveras y de televisores y ordenadores. No faltan tampoco los neumáticos, imprescindibles en este tipo de paisajes. Todo un desastre ambiental, apenas a cien metros de donde cada sábado se juega al fútbol. Sorprende que haya pasado inadvertido hasta ahora. El tráfico de camiones tiene que haber sido constante. Y no ha sido flor de un día. El cálculo de las toneladas de escombros que allí pueden reposar desborda lo imaginable. No hay alfombra lo suficientemente grande como para taparlo. Aunque hasta ahora haya estado oculto.