La tienda de barrio que apostó por el horario europeo y ganó

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MARTINA MISER

Desde noviembre, la carnicería Eugenio cierra a las seis de la tarde y el negocio no se ha resentido

23 feb 2019 . Actualizado a las 09:41 h.

Vivimos una época de pasión desmedida por la gastronomía. Todos conocemos a algún cocinillas, uno de esos apasionados de los fogones que repite una y mil veces que cuando se dispone de un buen producto no hay que hacer demasiados alardes técnicos. En realidad, no es ningún descubrimiento. Las abuelas, que lo saben casi todo de la cocina, son las primeras que apuestan por lo bueno. Y saben dónde encontrarlo. Si les preguntan a estas expertas por un lugar en el que adquirir carne de primera calidad en Vilagarcía, seguro que muchas de ellas les darán las señas de la carnicería-charcutería Eugenio, un local que abrió sus puertas hace diez años en el barrio de As Pistas y que, el pasado mes de noviembre, adoptó una medida revolucionaria: asumir el horario europeo y cerrar sus puertas, todos los días, a las seis de la tarde.

Detrás del mostrador de este negocio encontramos a tres mujeres. A la cabeza, Angelines Souto, fundadora de este negocio. Hace algo más de un año, desgastada tras llevar las riendas durante tanto tiempo, amagó con buscarse otro empleo: un trabajo por cuenta ajena que la liberase de las tensiones a las que están sometidos quienes tienen su propio negocio. Eso no significaba que la carnicería-charcutería, uno de los emblemas del barrio de O Piñeiriño, fuese a cerrar. Afortunadamente, había banquillo: Samanta, la hija de Angelines, estaba dispuesta a tomar el timón de un establecimiento que conocía a la perfección. Convertida en jefa, Samanta tomó su primera gran decisión: cambiar los horarios del establecimiento, que ahora abre desde las nueve y media de la mañana, a seis de la tarde.

«Para tener vida»

«Samanta levaba moito tempo pedindo que probásemos o cambio de horario», nos explica Angelines, la mujer que nunca se fue. «Ao estar nun barrio, a xente acaba colléndote cariño, e ti a ela tamén», cuenta. Así que, cuando un mes antes de su marcha oficial «empezaba a vir xente para despedirse», todas sus ganas de irse de su negocio se evaporaron. Decidió quedarse pero, como el cambio de horario estaba previsto, ni se le ocurrió tocarlo. «Xa o pensaramos moitas veces, pero a min dábame medo pechar tan cedo», reconoce Angelines. Sin embargo, el tiempo parece que le ha dado la razón a su hija.

«Yo quería probar, tenía muchas ganas. Con el horario que teníamos antes, lo que no teníamos era vida», explica Samanta. Las jornadas empezaban muy temprano por la mañana y se prolongaban, en ocasiones, hasta las once de la noche. «Eu ía á casa a durmir», reconoce Angelines. El primer día que aplicaron el horario nuevo y salieron a la calle aún de día, decidieron aprovechar para ir a Pontevedra a tomar algo. «Fíxosenos raro ver tanta xente pola rúa», explicaba Angelines. «Es una alegría salir de trabajar y que siga habiendo luz y sol», media en la conversación Antía García, la empleada. Ella ha trabajado en otros establecimientos de alimentación y sabe de lo que habla: jornadas eternas y días que se suceden «sin tiempo a hacer nada».

Samanta, la artífice de este milagro, no para de trabajar mientras hablamos. Asegura que uno de los temores que tenían cuando decidieron dar el gran salto era perder clientes. Pero no ha sido así. El negocio, anclado sobre la calidad y el trato familiar, no se ha resentido. «Hay gente que le coincide el horario de apertura con el de su trabajo, pero mandan a alguien o arreglan de una manera o de otra», cuenta Samanta. Y ella disfruta del tiempo libre que durante tantos años no tuvo. «Hago las cosas tranquila».

El acierto

Hasta Angelines, que se resistía al cambio, está ahora convenida de que han acertado. «A xente tomouno moi ben e nós, polo menos, temos vida. Eu agora saio de traballar, e, en canto os días veñan máis grandes, podo ir á horta... ¿É traballo? Si, claro. Pero estás ao aire libre, non ten nada que ver», dice esbozando una sonrisa luminosa.

Ahora, ella misma se sorprende de las muchas horas extraordinarias que ha dedicado a su negocio. Y es que, cuando arrancó la carnicería, habría hasta los domingos. «E sempre viña alguén. Ata que decidimos non abrir, e entón esa xente empezou a vir os sábados», recuerda. «Se estás aberto as 24 horas, vas ter xente as 24 horas. Iso é así». Igual que si abres hasta las once de la noche, habrá quien llegue a hacer la compra a las once menos cinco. «Esto é así aquí», cuenta la carnicera. Ella, que durante un año vivió en Bélgica, sabe que ahí fuera, al otro lado de nuestras fronteras, el reloj funciona de otra manera. Pensaba que ese ritmo no se podría importar, pero ha comprobado que solo hacía falta soñarlo. Y hacerlo. Y descubrir que funciona.