Salvo por esos pequeños detalles

Patricia Calveiro Iglesias
P. Calveiro CRÓNICA

BARBANZA

06 jun 2017 . Actualizado a las 13:00 h.

Las responsabilidades y el ritmo del día a día nos impiden a veces detenernos y percatarnos de la suerte que tenemos de vivir en un entorno como el de Barbanza. Con sus paisajes, esos con los que sueñan durante todo el año decenas de miles de personas que eligen este paraíso terrenal para sus vacaciones de verano. Nosotros lo disfrutamos los doce meses, cuando no caemos en el desprecio y la desidia. La calidad de vida es por estos lares la envidia de las grandes ciudades. Un lingotazo de aire puro, salvo por el radón, claro, y ese viento que se cuela hasta la cocina. Un baño de aguas cristalinas, salvo por los vertidos, que afortunadamente van a menos, todo sea dicho. Un ritmo de vida poco acelerado, salvo que uno se dedique a las emergencias en alguno de esos muchos cuerpos de seguridad que cada vez cuentan con menos medios, o al periodismo.

Después de vivir ocho largos años en una ciudad con más de tres millones de habitantes, el cruzarse por la calle cada día con caras conocidas y no tener que programar con antelación un encuentro, no perder una hora (o más) en un viaje en metro para quedar con un amigo, es un regalo. El que alguien a quien nunca habías visto te salude cuando cruzáis vuestros caminos y te regale una sonrisa es capaz de alegrar un día triste a los que alguna vez probamos los sinsabores del desarraigo.

Perderse por las calles empedradas de Noia, de Muros o de Rianxo es un placer, un estímulo para los sentidos, como la primera vez que uno sube a A Curota o se encuentra con los pastos y caminos frondosos de Mazaricos. Son escenarios en donde es fácil imaginarse pasando el resto de los días, salvo por esos pequeños detalles que se descubren en el día a día, como la precariedad del transporte público. Cuando uno se sube a un bus que tarda dos horas en un trayecto que debería llevar la mitad, puede encontrar algo de bohemio y romántico en eso de ir parando en cada aldea de cada pueblo, salvo que ese sea su único medio para desplazarse. Si a eso se le añade que para las conexiones con tren depende de la estación de Padrón, donde a veces paran y a veces non, el pero suma enteros. Más, si ni la propia empresa se aclara en los horarios. Hoy, por ejemplo, Renfe tiene tres rutas para A Coruña en su página web, una a las siete de la mañana, otra al mediodía y la última por la noche. Sin embargo, resulta que hay plataformas externas que venden billetes a otras horas. Si ya son pocas las frecuencias, para más cuando están funcionando trenes fantasma que el consumidor ni sabe que existen.

Salvo este, y otros pequeños detalles que una va aprendiendo a base de palos, nada que objetar para el cambio en el padrón.