Último tren a Padrelandia

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

Imagen de archivo de un bebé
Imagen de archivo de un bebé La Voz de la Salud

27 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Voy a hablar desde mi experiencia personal. A los 40 me miraba en el espejo y me veía hecho un chavalín. Camisa planchada, gin tonic de frambuesa y cuentas de Netflix y HBO. La sociedad, las revistas, Coca-cola, Instagram… todos me decían lo mismo: tener hijos es una hipoteca emocional, estás más gusto con domingos de sofá y croquetas de calentar en el micro. Ya lo tienes todo: viajes, cenas; un hijo solo es un ancla en este mar de oportunidades. Primero Bali, y luego el Mercedes, que no van a venir de Servicios Sociales a quitártelos por tenerlos aparcados fuera.

Y entonces, ¡zas! Escribo este artículo mientras mi hija me tira del pelo. Tecleo con la nariz, con el brazo izquierdo la sostengo a ella con el bíceps desgarrado y con la mano derecha miro el descenso ciclista de mi cuenta bancaria online. Pañales voladores y un cansancio sempiterno que no lo cura ni el café de George Clooney. Mi cara se ha vuelto una gigantesca ojera. Y, sin embargo…

A vosotros, coleguitas de los 80, que rondáis los 40, no os lo penséis más. El reloj no es un mito, ya suena el pitido. Es el último tren a Padrelandia. Sí, un parque de atracciones carísimo, sin frenos y donde siempre suena la misma canción, Loro Pepe. Y, aún con todo, cuando la escucho reír sé que no he perdido vida, sino que la he multiplicado. Que no es una hipoteca, que es un tesoro. Ya sale el tren. Subid, no quedéis en el andén viendo series que ya no molan tanto, que en realidad nunca han molado. Subid, que Netflix nunca os mirará como si fueseis su héroe, ni el gin tonic te llamará papá.