
La estampa se repite después de muchas fiestas en la comarca y en toda la geografía nacional
07 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La estampa se repite después de muchas fiestas en la comarca y en toda la geografía nacional: un maremagno de bolsas de supermercado, botellas de plástico con restos de líquidos turbios y botellas de cristal vacías, esparcidas por una plaza, un parque o una playa.
Componen una imagen de un mundo distópico, la paramnesia de haber transitado algún barrio de Los Ángeles, pero al sacudirte de esa evasión queda la tristeza de una cruda realidad. Son los restos de un botellón, un fenómeno que ha ido aumentando y degenerando al mismo ritmo.
Hacía muchos años que grupos de amigos se reunían en lugares apartados y discretos para compartir vivencias, ilusiones, risas y un trago. Ahora eso se ha trasladado a cualquier lugar, por muy céntrico que sea, donde se celebre una fiesta.
Los grupos se nutren en su mayoría de la Generación Z, curiosamente la más sensible a los temas medioambientales. Militan, por tanto, en un ecologismo de lejanía que les lleva a preocuparse del deshielo ártico mientras contaminan la plaza de su pueblo.
Pero hay derivas más preocupantes: la edad, la cantidad y la forma del consumo de alcohol. Las motivaciones para hacerlo también son claras: dinámica social de moda y cuestión económica. Por eso, luchar contra los peligros del botellón y sus restos requiere tanta o más pedagogía que policía, tanto o más con los padres que con los hijos.
Los organizadores de eventos también lo tienen claro: «no contribuyen, ensucian, crean mala imagen y son foco de conflictos, pero es muy complicado combatirlo en espacios abiertos». Quizás un buen principio sería enfrentarlos a su contradicción medioambiental.