Mi primer encuentro con Antonio Campos Beiro, entonces jefe de la Agencia de Extensión Agraria en Negreira, fue poco prometedor. El calendario marcaba 1976 y me confundió con otro profesor que días antes le había reventado una conferencia ante los campesinos del Val de Barcala. Un cura que estaba en aquel momento conmigo, el inolvidable Bartolomé Sánchez Canals, Bartolo, suavizó las cosas. Mal comienzo.
Porque Antonio Campos y yo, como director de un colegio centrado precisamente en los hijos de aquellos campesinos, estábamos obligados a entendernos, y los primeros compases no fueron muy halagadores.
Poco a poco se fue suavizando el tono gracias, desde luego, al muy activo y formidable equipo que tenía él: Joaquín Buergo, la llorada Mita y María Rosa, y desde posiciones muy distintas nos fuimos acercando hasta ser realmente amigos en aquellos tres años que pasamos juntos.
Antonio Campos había estado en Alemania estudiando las características de la producción agraria y ganadera en ese país, y volvió enamorado del cooperativismo, que desde entonces defendió con gran convencimiento como solución a los entonces múltiples males del agro gallego.
Y así, este hombre prudente muy respetado en Negreira estuvo en primera línea en la génesis y primeros pasos de Feiraco. El convencimiento generalizado es que no hubo amor mutuo por parte de aquella cooperativa, a la que él apoyó y cuyo nacimiento ahora ha sido injusta y erróneamente focalizado en una sola persona. La discreción de Antonio Campos hacía que solo en algunas palabras captaras la pequeña desilusión que tenía con el rumbo de las cosas.
Nunca fui a su casa de Porto do Son a pesar de las invitaciones tanto suyas como de Ángeles, su mujer, su refugio donde decía que podríamos hablar con más tranquilidad. Y hoy, cuando se ha ido para siempre, lo lamento. Cosas de la mente, amigo.