Una familia muy acogedora

Marta Valiña CARBALLO |

CARBALLO

Acostumbradas a tener la casa siempre llena de gente, Consuelo y Pilar, veteranas cocineras, inauguraron en el 2004 una casa de turismo rural

09 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

A Consuelo Bello Veiga siempre le ha gustado tener la casa llena de gente. No se lo piensa dos veces cuando alguien le pide cobijo y perfectamente podría hacer suyo el eslogan de la multinacional sueca de muebles Ikea, que presume de que «donde caben dos, caben tres». En casa de Consuelo, como antaño, caben muchos más, por eso no es de extrañar que en verano del 2004, con el apoyo de su hija María, y de sus nietos Iván y Fátima, decidiese convertir la vivienda familiar de la parroquia malpicana de Cerqueda en una casa de turismo rural. Pedra da Arca, la llamaron, homenajeando así al famoso dolmen que protegen en otra de sus fincas.

«A nosa casa sempre estivo ocupada, sempre tiñamos a alguén de fóra. Con nós viviu un cura durante máis de dez anos e unha señora de Malpica que non tiña onde quedar estivo aquí outros catro. Sempre fumos moi acolledores», resume Consuelo sin darle importancia. El plural hace referencia a su abuela, Genoveva Vila Gómez, y a su madre, Elvira Veiga Vila, las pioneras de una familia matriarcal a las que recuerda con muchísimo cariño. Genoveva fue, además, la primera cocinera «profesional» de la familia, ya que era contratada por los vecinos para preparar festines en fechas señaladas.

De Genoveva aprendió Elvira, que combinó su pericia en los fogones con su papel de matrona. «Axudou a nacer a moitos nenos da redonda e na casa fixéronse dúas operacións de apendicitis, convertendo o salón nun quirófano, poñendo sábanas no teito para que non caera nada. Aínda conservamos algúns dos libros de menciña que tiña ela», recuerda su nieta, María, que con su abuela aprendió a cocinar. «Fixen a miña primeira boda con 14 años», explica. No se refiere a que se casase adolescente, sino que con su abuela, primero, y después con su madre, se dedicaba a recorrer la comarca preparando los banquetes de bodas, comuniones o bautizos, además de otras celebraciones, que antaño se celebraban en las casas. Ellas llevaban todos los cacharros necesarios y preparaban sus delicias «nunha cociña improvisada».

Conocidas como «as cociñeiras de Bello», Consuelo y María recorrieron toda la Costa da Morte. «Chegamos ata Arou, Baio, Torelo, Cerceda, Santiago... E en A Laracha preparamos un convite para 500 persoas, debaixo de 16 carpas», cuenta Consuelo. «Síntome orgullosa de que alí onde fumos traballar sempre puidemos volver», añade.

«Os noivos elixían o menú e miña nai calculaba perfectamente todo o que facía falta. Estaba de moda a carne rechea», rememora Pilar, quien también recuerda que la preparación de una fiesta les hacía estar en vela durante varias noches. «Se a voda era o sábado, o venres pola tarde xa empezabamos a preparala e estabamos toda noite traballando. Ata o domingo de madrugada non acababamos. Estabamos as dúas na cociña, pero tiñamos un equipo de camareiros que servían as mesas e nalgúns lugares tamén axudaban os veciños», cuenta.

Cuando las casas de comidas con grandes salones se instalaron en la comarca y la costumbre de celebrar los momentos importantes en casa fue desapareciendo, Consuelo comenzó a trabajar en diferentes restaurantes de la comarca. Estuvo en el San Francisco de Malpica y también en el Beiramar de Laxe, entre otros y para todos ellos tiene buenos recuerdos. «Pasabao moi ben, eu non pararía nunca», dice a los 77 años y llena de vida.

Contacto con la gente

A Consuelo le gusta la gente y se le nota. Por eso se mostró encantada cuando su familia le propuso convertir la casona familiar del lugar del Filgueira (Cerqueda) en una casa de turismo rural con cinco preciosas habitaciones y un amplio comedor en el que siguen sirviendo comidas a grupos. «Moito antes de que empezásemos xa tiñamos, de vez en cando, xente aloxada. Eu non lles cobraba porque a min o que me gustaba era a compañía e isto estaba sempre cheo de xente», asegura.

Pedra da Arca se inauguró en junio del 2004 y desde entonces han pasado por ella cientos de personas que dan fe del buen trato recibido en el libro de visitas que Consuelo y María conservan como un tesoro. Está repleto de fotos de sus huéspedes y de cariñosas dedicatorias en las que dejan patente que ambas, y también Fátima, que ayuda siempre que tiene tiempo libre, se han convertido en parte de sus familias. «A xente que vén aquí dame a vida e nada máis abrir a porta xa sei se queren conversación ou prefiren ir ao seu aire. Eu pasoo bomba e son feliz cando vexo que marchan contentos», asegura. María coincide con ella, aunque siempre le ha gustado mantenerse en un segundo plano. «A min vaime máis a organización e á miña nai o trato coa xente», explica mientras su madre asiente.

«Tiven unha vida moi bonita. Paseino moi ben», resume Consuelo.