El campo de As Eiroas era ayer un mar de gente y de babas de los padres de los jugadores, que acudieron en masa al campo carballés. Y los jugadores, encantados con escuchar corear sus nombres entre cientos de personas, como queriéndose acostumbrar a un posible futuro no muy lejano.
Madres y padres, aunque no solo, que ocupan gradas, escaleras, barandillas y cualquier punto desde el que puedan ver a sus hijos correr detrás del balón. La mayoría de ellos tienen a sus espaldas muchos kilómetros de carretera. Hay gente llegada desde Madrid, Barcelona o Portugal. Un grupo de lusos aseguraban que han ido incluso a la República Checa.
Hay padres de todo tipo, desde el exigente con su hijo, al orgulloso. Pero las madres son las que más se emocionan, o al menos las que menos disimulan. Gritan, cantan, se desgañitan, aplauden, ven penaltis y expulsiones donde otros solo ven una falta, ondean sus banderas, sudan la camiseta casi tanto como sus hijos. Son más ruidosas, más apasionadas.
Pero entre el público también se puede ver a amantes del fútbol, deportistas, políticos y empresarios. También ellos babean por lo que hay en As Eiroas.