Zas, el trail que sabe a filloa

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Jesús Rodríguez acabó primero en el recorrido corto y Luis Calvo, en el largo

10 feb 2020 . Actualizado a las 12:05 h.

Más que a filloa sabe a aventura. Centenares de personas se ganaron con creces las elaboraciones con que la asociación Monte Brondo agasajó al final de los trails y andainas a corredores y senderistas después de hacerlos subir montes, vadear regueros, caminar o correr por caminos embarrados o incluso lanzarse por un tobogán de agua en plena pradera. Sarna con gusto no pica. Como ya viene siendo habitual de otros años, la jornada fue de nuevo un éxito.

Arrancó la fiesta con la salida del trail largo, a las nueve y cuarto. El animador y su chunda chunda ya ponían la emoción en competición. Llovía, aunque mansamente. Luego fueron saliendo los de la andaina larga y, seguidamente, los de la carrera corta, y a su continuación, los de la caminata más pequeña, poco más de 12 kilómetros.

La primera acometida seria es el monte Castro, con sus murallas y su ámbito poblado de eucaliptos, cuyo aroma lo impregna todo. En la croa hay una plantación de castaños. Dice la leyenda que en el recinto castreño un moro enterró dos vigas, una de oro y otra de azufre. El que trate que buscar la primera corre el peligro de hallar la segunda y pagar con una desgracia sus ansias de riqueza. Ya con San Adrián a la vista, en la ladera del monte un vecino plantó tres secuoyas. A la bajada, recibía a los participantes el templo barroco de San Adrián con su entorno aseado y su cruceiro.

La pequeña subida hacia el pazo de Romelle aparece adornada de castaños, acebos, laureles y robles. Lástima el olor a cerdos. Las pequeñas torres quedan a la izquierda, una pena no poder ver sus jardines. En la subida a los monte de Loroño, los tojos son apocalípticos. Entre las montañas, el río de Vilar de Lamas alegra la vista con su bajada festiva. No paró de gotear en toda la mañana y los senderos están embarrados de tantas pisadas. Hay que evitar resbalones y caídas. Alguna no deja de ser cómica.

Y de pronto aparece el pazo de As Edreiras, con su solana, escalinata, palomar y hórreo. Se queda majestuoso y silencioso mientras corredores y senderistas pasan a su lado sin darle demasiada importancia. En los bosques de As Edreiras, y a la orilla del riachuelo Vilar de Lamas se conserva una vieja albariza. Está enmarcada en un paraje adornado por líquenes y escoltado por carballos. Son lugares que ya le ganaron su guerra al tiempo e invitan a la paz. La Cruz de Marcelino viene a ponerle misterio al espacio natural, que se enriquece a continuación con un pequeño bosque de acebos, salpicado de laureles y robles. Antes de uno de los avituallamientos hay que pasar por un soto de castaños desnudos.

La aventura va tornando a su fin cuando se llega a la Devesa. El agua del río Meanos ya no mueve molinos, pero en algunos tramos se vuelve saltarina y embellece el entorno. El último tramo discurre en compañía del cauce, que se divide formando ínsulas en la placidez de su fluir. El lecho acompaña a senderistas y corredores, que tras pasar el último avituallamiento tuvieron la oportunidad de lanzarse por un tobogán de agua casero para diversión propia y de quien los observaba. Un par de molinos más quedan solitarios y abandonados. Los últimos pasos discurren con el río Meanos convirtiéndose en el río Zas entre una vegetación variopinta en los alrededores de donde se celebra cada año la Festa da Carballeira. Y de ahí, al pabellón deportivo, que acogía una auténtica fiesta y donde de verdad el trail ya supo a filloa. Ahí fueron las filloeiras las que trabajaron a destajo.

Apretada clasificación en el recorrido largo

Más de 800 personas se anotaron a alguna de las modalidades del IV Trail da Filloa. Luis Calvo finalizó primero en el recorrido largo con 55 segundos de diferencia con el segundo clasificado, Carlos Lorenzo. César Rodríguez revalidó el primer puesto entre los veteranos y Lupe Rubio fue la primera corredora en cruzar la línea de meta. Geli López, de Running Arteixo, fue la primera veterana.