Una novela landeriana

Carmen G. Llorca LA LENGUA DEL ALMA

CARBALLO

Luis Landero
Luis Landero Itziar Guzmán

02 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Un hombre que quería ser actor y al que obligan a ser gestor; una mujer que se debate entre la Veterinaria y las Bellas Artes; una obra de teatro en la que participa todo un pueblo, como si con ella se consiguiese la catarsis perseguida por Aristóteles… Una estructura de situaciones paralelas… un narrador o narradores cuyas identidades tardamos en conocer… Una novela muy bien escrita y muy amena, La última función, de Luis Landero, uno de mis novelistas españoles favoritos.

Nadie puede dudar de que la vida es puro teatro y al mundo venimos a representar un papel, cuyo final identificamos con la muerte. Pues bien, la creencia en el destino hace que la protagonista femenina acceda a pasar por ser otra persona, muy esperada en un pueblo especialmente peculiar, en el que se desarrollará un espectáculo. A él llega Tito Gil, poseedor de una voz digna de declamar cualquier tipo de texto, que se compromete a ponerlo en práctica… Por el medio de la trama, logradísimas descripciones de los diferentes avatares a los que se puede someter un libro, disquisiciones de un escritor en ciernes que duda sobre qué estilo será el más apropiado para sus creaciones, el ir y venir de todos aquellos copartícipes en el evento…

La estancia de don Quijote y Sancho en el palacio de los duques (segunda parte de Don Quijote de la Mancha), Niebla de Miguel de Unamuno, La Fundación de A. Buero Vallejo, La vida es sueño de Calderón, el miedo al papel en blanco del poeta Rubén Darío… reminiscencias varias que pasan al lector por su mente, pues el contraste entre realidad y sueño, ficción y metaficción es patente a lo largo de la novela. Y todo ello con una prosa clara y precisa, con una adjetivación selecta pero no por ello pedante ni de difícil lectura, una obra cervantina, ¡perdón!, landeriana, ¡un verdadero placer en un mundo en el que, cada vez con más frecuencia (¡y en actos públicos!), reina la vulgaridad y el enorgullecimiento por ser cuanto más soez e ignorante mejor!

¡Menos mal que nos queda la literatura de calidad!