Lluvia de estrellas y de personas

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CABANA DE BERGANTIÑOS

Ana Garcia

Espectáculo de luces por los montes de Borneiro. Del sonido se encargaron Jorge Mira y Lito Eiroa

14 ago 2017 . Actualizado a las 01:27 h.

En lo alto de A Fernandiña, un monte a 380 metros sobre el nivel de ese mar que se puede ver muy cerca, se escuchaban en la madrugada del viernes, a eso de medianoche, los acordes de una orquesta en la vecina parroquia de Cesullas, e incluso -según giraba el viento- a la vocalista animando a bailar. Desde luego allá abajo había espectáculo, pero nada comparable al que pudieron disfrutar centenares de personas que participaron en la Ruta das Estrelas, un clásico astronómico comarcal que debe estar entre las citas especializadas más seguidas de Galicia. O la más.

Todo había empezado dos horas antes, al pasar las diez, con la salida de la expedición de la explanada del dolmen de Dombate. Hay romerías de fuste con menos gente. Los coches aparcaban ya en hileras en la carretera. Había muchos pero, curiosamente, más al regreso. Lito Eiroa, técnico del Concello de Cabana, preguntó su había mucha gente de fuera de Galicia. Una marea de brazos se alzaron. Eso determina claves estadísticas y también la lengua de las narraciones.

Comenzó la marcha, que con ida y vuelta sumaba 7,5 kilómetros. No es mucho, pero algunas cuestas le hacían plantearse a más de uno los encantos de la astrofísica bien explicada. Porque no todo eran astros: esa ruta es caminar, aprender del cielo y de la tierra que se pisa, sobre todo su pasado. Incluso recrear imágenes. Alguien debería haber dicho que las larguísimas hileras de caminantes, con linternas, evocaban la Santa Compaña, si es que realmente alguien la vio alguna vez y efectivamente peregrinaba en fila y con luces blancas, que a saber. Muchos niños, por cierto, y todos con un excelente comportamiento y atención. Y con comentarios que merecerían varios iconos de aplausos en el WhatsApp:

-«Eu, de pequena, pensaba que a lúa sempre ía a canda min», dijo una niña que debería tener unos 9 años, aunque la noche confunde las edades.

-«Eu sempre fun máis do sol ca da lúa», respondió su compañero, un poco mayor.

En lo alto, acompañó la noche, la temperatura, la escasez de viento, la claridad del cielo. Las piedras de A Fernandiña, en los monte de Gontón, con San Fins y Muriño en una ladera y Borneiro en la otra, conforman un espacio que hasta parece un anfiteatro en la oscuridad. Jorge Mira, megáfono en una mano y un potente láser verde en la otra, comenzó a unir los puntos de las estrellas dibujando constelaciones, como en los pasatiempos. Pero antes, en un descanso en el ascenso, los asistentes ya habían disfrutado de un buen aperitivo, con la observación, brillante, de la estación espacial internacional, que salió por el oeste a la hora exacta, las 22.52, y unos 90 minutos más tarde volvería a hacerlo por su acostumbrado camino sideral. Era la primera vez que muchos la observaban, con preguntas inevitables: altura, velocidad, combustible, si lleva o no gente dentro...

Arriba, el láser de Mira iba marcando la osa mayor, la estrella polar, el triángulo de verano (Altair, Vega y Deneb), Arturo, Spika, Antares, la galaxia de Andrómeda, el planeta Júpiter... La Vía Láctea, el modelo que la define y es obra, en parte, de un estadounidense apellidado Soneira con raíces en la zona... Algunos preguntaban por las constelaciones zodiacales y otros por el origen del universo, una duda que seguramente ya tenían los que enterraban en Dombate y los que dos milenios después ocupaban el castro de Borneiro, que sería la siguiente parada. Pero antes del descenso, la luna apareció por el Este, con una preciosa figura roja que merecía quedarse parada un poco más de tiempo, aunque eso desafiara las leyes de la física y de la lógica. Un espectáculo admirable, como las estrellas fugaces que generalmente iban y venían, fácilmente detectables con los «Ohhhh!» de quienes las captaban.

Más tarde, ya en torno a la 01.00 y en el castro, Lito Eiroa habló sobre aquellos habitantes del recinto: cuándo estuvieron, qué hacían, cómo vivían... Una excelente clase de historia entre los restos circulares de las viviendas que, cuando tenían vida, veían un cielo un poco distinto al de la noche del viernes, y no precisamente porque a esa hora la luz de la luna barría la visibilidad el resto de astros, sino porque no hace más que expandirse. Eiroa, ya de regreso al dolmen, se paró en uno de los cruceiros circulares que hay en Borneiro, y que sirven para pedir un cambio de tiempo según sea necesario: lluvia o calor, solo hay que darle la vuelta. Tal vez él lo movió antes de iniciar la marcha y por eso hizo tan buena noche, pero eso es cómo lo de la Santa Compaña: ¡A saber!