Un americano en busca de las huellas del corcubionés Jerónimo Figueroa Domenech

luis lamela

CORCUBIÓN

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Galicia oscura, Finisterre vivo | El bisnieto quiso conocer el lugar de partida de su antecesor y homenajearlo de algún modo, recuperando su memoria

20 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Si yo quisiera describir mi pueblo como lo veo en esa aberración de la memoria, habría de presentarlo con sus modestas casitas blancas y rojas edificadas sin orden ni concierto, formando callejuelas irregulares llenas de ángulos salientes y sombríos rincones, con su casa señorial pomposamente llamada palacio; con su flamante malecón combatido por las olas irritadas ante aquel obstáculo que les impide besar la plaza y las calles como en tiempos antiguos; con su muelle ruinoso y sus grandes veleros al ancla en la tranquila bahía; con sus rudos pescadores y marineros echados al sol detrás de la cárcel, jugando a la brisca, y sus elegantes socios del Casino sentados en una larga viga carcomida que el mar arrojara un día a la playa, enfrascados en oscuras y enrevesadas discusiones filosóficas... y, por último con sus distintos animales domésticos en una libertad sin límites, discurriendo por las callejuelas y sufriendo estoicamente los puntapiés y bastonazos de los escasos transeúntes...».

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Quien esto ha escrito, referido al pueblo de Corcubión, en La Voz de Galicia del 26 de septiembre de 1925, fue Jerónimo Figueroa Domenech, un periodista y escritor nacido en la villa de San Marcos en 1862, y emigrado a México y Cuba, de los que retornó a España más tarde. Figueroa Domenech estuvo casado con Juanita Cedillo, de Hidalgo (México) y dejó dos hijas, América y Juana Figueroa Cedillo, instalándose con ellas en la década de 1920 en Madrid, capital del Reino, ciudad en la que falleció a los 67 años el 2 de noviembre de 1929. Jerónimo fue enterrado en el cementerio de la Almudena y su familia regresó a México en busca de amparo.

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El corcubionés Jerónimo dejó esparcidas por numerosas publicaciones maravillosas páginas literarias que hoy aún podemos leer y disfrutar, con varios libros editados en el país azteca como entradas destacadas de su currículo. Un hombre que siempre deseó enterrarse en su pueblo natal y el de sus predecesores (fue hijo de Jerónimo Figueroa y María Domenech, de 35 y 19 años en 1851), como regreso a su Ítaca. Pero no pudo ser (reproducimos las dos últimas estrofas de uno de sus poemas, titulado ¡Saudades! (Alalá). 

[...]  «Eu tiven a berce na veira dos mares, / achar non sei donde o meu panteón;/ quixera qu'as bruxas, aunque fora morto, / leváranme preste a Corcubión.  

Y aló donde repousan os osos xa podres/ d'os que foron algo e nada oxe son/ que durman pra sempre os meus feitos polvo,/ n'o chan bendecido de Corcubión». 

No obstante, aquel deseo de Jerónimo Figueroa no pudo ser, y quizás él pudo creer que no enterrarse en su pueblo natal hacía que su persona quedase borrada, que ya no figuraría en la historia de patria alguna.

El pasado sábado 29 de marzo pasado recibí en A Coruña la visita de un bisnieto de Jerónimo, llamado Roberto Franco Williams, residente en Miami (Florida), que, desde el primer momento que conoció la historia de su ancestro por mis publicaciones en este mismo diario coruñés, contactó conmigo para conocer las raíces que había dejado su bisabuelo. Y para eso viajó a A Coruña para visitar y hablar de Corcubión y homenajear a su antepasado, con una intención consciente de recuperar la memoria de su familia corcubionesa.  

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El pasado

Acompañado por su esposa, y en una de las terrazas de la plaza de María Pita, conversamos y hablamos tanto de su antepasado como del pueblo de Corcubión que él deseaba conocer. Aunque una cosa es lo que esperaba ver y otra lo que imaginaba o pensaba encontrar: el legado de sus antepasados, consciente en todo caso que carecía del espejo en el que mirarse: «Al llegar a Corcubión lo primero que sentí es que ya habíamos estado antes —me dijo, después de visitar la villa de San Marcos—, y en ningún momento me sentí extraño. Al recorrer sus calles surgió un sentimiento familiar y se fue haciendo cada vez mayor. Es increíble como un lugar puede guardar tantos sentimientos y recuerdos. Sentí una paz y una tranquilidad, y tal vez mi bisabuelo me pasó su ansiedad de volver. Ahora mis planes serán tratar de tener una casa ahí y en algún momento quedarme a vivir si la vida quiere cumplir con el deseo de mi bisabuelo de quedarme ahí mis últimos años. He trabajado mucho, y creo que ya encontré lo que por muchos años he buscado, así como la tranquilidad, el buen sentimiento y buena vibración. Ahora entiendo a mi bisabuelo de querer regresar a Corcubión. Mi plan, ahora, es conseguir una casa que pueda arreglar y quedarme a vivir en donde esté mi bisabuelo y sentir que él está contento. Me ayudará con este nuevo sueño. Voy a juntar todos los libros que escribió y ver de que manera le puedo hacer un pequeño tributo a su persona. Personas así no deben ser olvidadas».

«En mi primer día de vuelta acá, a Miami, me siento confundido, no sé si me acostumbraré a seguir aquí: mi cabeza y mi cerebro se quedaron en Corcubión».

En realidad, no siempre quien sujetó una maleta llena de sueños fue quien de cumplirlos. No obstante, hay ocasiones en la vida que se debe echar la vista atrás, sí, y después reflexionar, aunque Corcubión siempre olió a mar... A mar abierto a la emigración. Y menos a la inmigración.

En fin, todo un personaje Jerónimo Figueroa Domenech. Corcubionés. Corcubionés...