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Apuntes históricos | Los frailes Giacomo Antonio Naia y Martín Sarmiento visitaron Muxía y dieron visiones distintas
13 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.A la vuelta de la esquina tenemos nuevo Año Santo Compostelano. Es sabido que muchos de los peregrinos de hace centurias, y no digamos los de hoy, no finalizaban su odisea en la ciudad del Apóstol, sino que, tras rendir pleitesía a Santiago, antes de volver a sus lugares de origen, se dirigían a Iria Flavia, Noia, Fisterra y Muxía. Iria Flavia era el primer mojón hispano del apóstol Santiago tras su decapitación. En Noia era de rigor visitar Santa María a Nova y sus enterramientos. Fisterra, el fin del mundo conocido, del que escribió el licenciado Molina «do el mundo da fin a toda jornada».
Y en Muxía resultaba preceptivo regodearse en el entorno de Nosa Señora da Barca y en la pedra D’ Abalar, de varias toneladas de desplazamiento, mágica, capaz de oscilar cuando era impulsada por seres puros, empleada para dirimir acerca de la virginidad femenina, de la fidelidad conyugal o de la inocencia de los reos. Pues bien, detengámonos en Muxía, pero antes, unas precisiones.
San Andrés
Hacia las costas gallegas navegaron históricamente, al menos en el imaginario popular, varias embarcaciones de piedra: la que trajo a San Andrés de Teixido; la de la Misarela, en A Curota, que traería a San Juan o a San Mauro, según la versión, y que resulta menos popular; la que trasladó a Santiago desde Jaffa; la de Nosa Señora da Barca, en Muxía...
¿Dónde se encuentra el origen de esta tradición? Creen los estudiosos que estamos ante manifestaciones de creencias paganas, tal vez romanas, acaso celtas. Pero Galicia no tiene la exclusiva en este tipo de demostraciones. Fenómenos semejantes son estudiados, al menos, en Bretaña, en Irlanda y en Cornualles.
Aproximémonos ahora al relato de dos clérigos que visitan Compostela en pleno siglo XVIII y que, siguiendo la tradición, alcanzan Muxía.
Giacomo Antonio Naia es fraile carmelita, alegre y optimista y, empleando la lengua de hoy, buena gente. Con 48 años sale de Iese, en Italia, en junio de 1717. Alcanza Compostela en febrero de 1718, y retorna a su convento en abril de 1719. Peregrina por fervor y por curiosidad, y lo hace sin prisa (emplea casi dos años), desviándose en ocasiones para venerar reliquias. En su condición de religioso, se hospeda en los conventos y vive del estipendio que percibe por misar y de las limosnas que le ofrecen, de todo lo cual deja constancia minuciosa en su relato, que adopta el formato de diario.
Escribe que pasa dos días en Muxía (Viaje a Santiago de Compostela, edición de Carmen Pugliese), que se hospeda en casa del párroco, al que califica de hombre muy sabio, virtuoso y buen predicador. Deja constancia de que le sienta a su mesa, le facilita buena cama y le ofrece vino blanco exquisito. Celebra dos misas, una en la iglesia parroquial: «Y la segunda en la santa capilla que se encuentra encima de una roca del mar, y me pagaron la misa».
La barca
Y ya entro propiamente en materia. Escribe de Nosa Señora da Barca: «Aquí se encuentra una barca, en la que se apareció en una ocasión la Virgen María, y que luego se convirtió milagrosamente en piedra, junto a todos los utensilios, para que nadie más pudiese utilizarla. El fondo de esta barca de piedra es muy ancho, grande y grueso, y a pesar de esto uno puede moverlo con la mano, pero no se puede mover con cien parejas de bueyes y está en equilibrio sin tocar tierra.
Agachándose se puede ver que en el centro hay una gran cruz. También el timón, que es de piedra, se encuentra de pie. Es muy grande y puede moverse con una sola mano. Debajo de la vela, que también es de piedra, se ve el lugar donde estuvo la bienaventurada Virgen.
Además -continúa escribiendo-, encima de las últimas rocas, las más cercanas a las olas del mar, ocurre continuamente este hecho prodigioso: cuando las olas llegan encima de aquellas rocas eliminan el musgo verde que se forma encima de ellas y dibujan un bonito misterio de la pasión de Cristo, ahora uno y luego otro, de diferentes maneras. Yo vi las estrellas, el cáliz y la cruz. Encima de aquellas rocas se encuentran también unas cosas petrificadas, como unos pequeños caracoles, y todos llevan una cruz. Estos signos se encuentran solo allí, al final de la tierra, y en ningún otro lugar».
«Ni la imaginaría barca ni tampoco milagro»
El contrapunto es el benedictino e ilustrado fray Martín Sarmiento, admirador de su compañero de orden Feijóo, con el que coincide en Oviedo. Como Feijóo, Sarmiento combate la superstición y la ignorancia, y persigue la creación de bibliotecas en los pueblos, y esto en pleno siglo XVIII (nace en 1695 y fallece en 1772). En 1745 realiza un viaje a Galicia y, coincidiendo con la fiesta de Santiago de ese año escribe (Viaje a Galicia, edición de J. L. Pensado): «Oí al señor penitenciario Goyri que el día del Apóstol habían comulgado en la catedral más de 30 000 personas, exceptuando los muchos que comulgaron en otras iglesias...». ¡30 000 comuniones en la catedral solamente ese día de mediados del XVIII! Eran tiempos en los que, como hoy, vibraba la peregrinación. Incluyo esta intervención para no dejar duda de la ortodoxia de Sarmiento. El quince de agosto, el ilustre benedictino se halla en Muxía y escribe con rotundidad: «La piedra que llaman barca es imaginación, y cosa vergonzosa llamar a otra vela, y a otra timón. Son peñascos como otros infinitos, que se hallan en la costa, y representan a la imaginación varias figuras que no tienen. Si la que se llama barca se mueve, no lo hizo cuando yo la vi, y aun cuando se moviese ni la imaginaría barca ni tampoco milagro...»