«Y, claro, no todos disponían de dinero para poder eludirlo. Y la mili, y las guerras, solo las hacían los más pobres»
31 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«Ignorándose la habitación en esta corte de Miguel Gándara, natural de San Vicente de Vimianzo, partido de Corcubión, se le cita por el presente para que tan luego como este anuncio llegue a noticia se presente en la audiencia del señor don Manuel Luceño, juez de primera instancia de esta capital, que la tiene en la calle de Bordadores, número 12, cuarto segundo, para hacerle saber una providencia dictada por el señor juez de primera instancia de dicho Corcubión, en cierta causa criminal formada sobre mutilación y saca de dientes para sustraerse del servicio de las armas, pues de no verificarlo le parará el perjuicio que haya lugar». (Diario de Madrid, del 14 de octubre de 1840).
Hoy en día, lo incuestionable es que el presente se impone siempre y barre de forma irremediable al pasado. No obstante, en muchas ocasiones exhumamos historias secundarias, microhistorias desconocidas, episodios de individuos que en su tiempo pasaron bastante desapercibidos.
En España, la leva obligatoria se introdujo durante la Regencia de María Cristina (1833-1840), leva que permitía a los hijos de las clases pudientes librarse del servicio de armas, pagando una suma de dinero a la Hacienda Real. Y, claro, no todos disponían de dinero para poder evitarlo. Y el servicio militar, y las guerras, solo las hacían los más pobres, los más desheredados...
Saltarse las normas
Por eso se presentaba con frecuencia la tentación de saltarse las normas y librarse de la obligación para con la Patria, ya que no correr riesgos en aquel entonces era no atreverse a ser libre. Pero... la ley establecía sanciones de dos a cuatro años de trabajos en obras públicas si se saltaban las normas.
De un tal Miguel Gándara, natural de San Vicente de Vimianzo, el único retazo que conocemos de su vida es la citación por parte del juez de primera instancia de Madrid, Manuel Luceño, «para hacerle saber una providencia dictada por el señor juez de primera instancia de dicho Corcubión».
El apellido Gándara es muy común en la parroquia de Vimianzo, y procede de un lugar del mismo nombre, hoy convertido en una calle de la capital municipal. Lejos del pueblo donde nació Miguel Gándara, y de su casa, se emitió un requerimiento y una acción judicial para rendir cuentas ante la Justicia por no haber hecho frente a su compromiso cívico-militar, la llamada mili de los pobres, y tratar de escaquearse de sus obligaciones militares, una forma de escurrir el bulto después de sufrir una auto mutilación: tortura voluntaria que le dejaba fuera del servicio a la patria. Según aquellas circunstancias, valía la pena, pragmáticamente, el riesgo contraído. Y aquella decisión de Miguel Gándara quizás no debía ser la excepción, sino la regla en aquel tiempo.
Una juventud española que estaba convencida que no merecía la pena entregar la vida en las guerras mantenidas por España en sus colonias o con los ingleses o franceses.
Toda una anti-epopeya de un individuo normal y corriente, con una historia triste a sus espaldas, la de un desheredado, la de un anti héroe actor de esa aventura que para todos supone vivir. Una pequeña historia de un resucitado que grita que los pobres lo tuvieron siempre más difícil. ¿Cuántos y cuántos fueron los casos de individuos que se mutilaron a través de todos aquellos años, intentando quedar exentos del servicio de armas?
¿Merecía la pena entregar la vida por ser pobre? Seguramente se preguntaron muchos.