La reforma laboral aún no llega a la investigación biomédica: contratos por obra a científicos de élite a los 50 y 60 años
CIENCIA
«Para la ciencia siempre hay excepciones», lamentan investigadores de élite que dirigen laboratorios y que, pese a su edad y a su currículo, encadenan contratos cada dos años sin poder ser indefinidos
13 feb 2022 . Actualizado a las 19:00 h.«He gastado muchas energías y ya no tengo ganas de más historias. Yo ya no creo en esta batalla. Es como estrellarse contra una pared». Antonio González Martínez-Pedrayo habla de su propia experiencia, pero su frase también resume la desolación y el desánimo de muchos investigadores biomédicos de Galicia.
Son referentes en sus áreas de investigación, lideran equipos que financian mediante el acceso a convocatorias competitivas nacionales e internacionales, han superado a lo largo de su carrera todas las evaluaciones a las que fueron sometidos, inconcebibles en cualquier otra profesión, publican en las mejores revistas científicas y dirigen proyectos que más tarde o más temprano, de una forma o de otra, acabarán revirtiendo en mejoras clínicas que redundarán en la salud de los pacientes.
Rondan entre los 40 y 60 años y, pese a sus destacadas carreras y su prestigio ganado a pulso, no han conseguido aún una estabilidad laboral en el Sergas, donde no existe la categoría profesional de investigador. Encadenan contratos de obra y servicio revisados cada año y renovados cada dos, siempre y cuando superen una nueva evaluación final. Y así en una rueda casi infinita, aunque con la amenaza siempre presente de que si no cumplen con las altísimas exigencias a las que son obligados pueden ser despedidos. Su vida es la incertidumbre, con la que tienen que lidiar para seguir siendo competitivos.
Algunos, como Antonio González, director del Grupo de Genética de Enfermedades Reumáticas en el Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago (IDIS), están próximos a la jubilación. Tiene 60 años y lleva 21 en el Sergas encadenando contratos por obra y servicio. Cansado de promesas y de batallas judiciales, ya no tiene fuerzas para mantener la reivindicación. Les toca ahora a sus compañeros, pero también están quemados.
A todos se les ofrece ahora la oportunidad de convertirse en indefinidos con la nueva reforma laboral. O incluso tienen la opción de que la futura Ley de Ciencia, que se está debatiendo, acabe creando la figura de investigador sanitario, un marco legal al que también podría acogerse el Sergas para ofrecerles la ansiada estabilidad. Pero, en ambos casos, son escépticos. Nadie, hasta ahora, se ha puesto en contacto con ellos para aclararles la situación.
«Ya no creo en esta batalla, es como estrellarse contra una pared»
«El 1 de febrero firmé mi nueva prórroga de obra y servicio. Ni desde Recursos Humanos de mi hospital, ni del Sergas, ni de la Consellería de Sanidade me han dicho ni pío. Estamos todos quemadísimos, porque llevan años prometiéndonos el oro y el moro, diciendo que no nos preocupemos, que todo se arreglará, pero seguimos igual», explica Oreste Gualillo, director del grupo de Interacciones Neuroendocrinas en Enfermedades Reumáticas e Inflamatorias del IDIS.
¿Cuál es su situación? «Tengo 55 años, con 26 años de actividad profesional a mis espaldas, 21 en el Sergas, más de 200 artículos publicados en las mejores revistas científicas y tienen la desfachatez de que a estas alturas me renuevan cada dos años y con un sueldo inferior a un Miguel Servet», relata.
«Tengo 55 años, más de 200 publicaciones científicas y tienen la desfachatez de que a estas alturas me renuevan cada dos años»
Su caso es distinto. Es italiano, de Nápoles, y llegó a Galicia con un contrato Marie Curie de la Unión Europea después de casarse con su mujer, una gallega también investigadora a la que conoció cuando ambos trabajaban en Francia. Entró en el Sergas mediante el programa de investigadores del sistema nacional de salud y luego accedió a una hipotética estabilización con el plan I3 SNS. Este programa es anterior al Miguel Servet, también del Instituto de Salud Carlos III, con el que accedieron al Sergas los investigadores más jóvenes. Pero su sueldo es muy inferior. «A nuestros años y con nuestra experiencia científica es indignante que ganemos menos que a los investigadores que formamos y que ahora trabajan con un Miguel Servet», dice.
Su escepticismo sobre la reforma laboral y la ley de ciencia también se basa en hechos. «No es una suposición -apunta- sino de años y años de no hacer nada. Han pasado 15 años con distintos gobiernos y gestores y sigo recibiendo el mismo salario base que en el 2007».
La misma desconfianza refleja María Pardo, directora del grupo de Obesidómica en el IDIS. Es más joven, accedió al sistema mediante un contrato Miguel Servet y lleva 12 años en el Sergas, pero a sus 49 años también sigue encadenando contratos. «Se supone que nos tienen que hacer indefinidos, pero para la ciencia siempre hay excepciones. No tenemos los derechos básicos que tiene todo el mundo. Es bastante triste».
Luisa María Seoane también se muestra «muy escéptica por todo lo que nos ha pasado. Da la impresión de que todo lo que hacen con nosotros son siempre parches». En su caso logró en su dilatada trayectoria profesional un contrato Juan de la Cierva, del Ministerio de Educación, y un Miguel Servet del Instituto de Salud Carlos III. Fue premio extraordinario de doctorado y dirige el grupo de Fisiopatología Endocrina del IDIS, además de ser investigadora principal de un equipo del cíber de Obesidad y Nutrición del Instituto Carlos III. Lleva en el Sergas desde el 2005 y está en la misma situación que sus compañeros. «He negociado con distintas administraciones y gobiernos. Todo el mundo nos ha escuchado y atendido nuestras reivindicaciones, pero al final nunca han hecho nada», se lamenta.
«Los que tenemos una edad y que hemos luchado muchísimo ya estamos un poco desanimados. Haces tu trabajo porque te gusta y es algo vocacional, pero que tengas que escuchar que a los 50 años no se nos puede estabilizar porque nos acomodaríamos, no es aceptable», añade.
Su reivindicación es unánime: que el Sergas cree la figura de investigador sanitario como categoría profesional. «Llevamos muchos años pidiéndolo y no hay manera», reprocha Oreste Gualillo. «Existe la categoría de administrativo, pero no la de investigador, que parece que es imposible de crear», asiente María Luisa Seoane.
Para Gualillo, el problema no es la Consellería de Sanidade, «que es receptiva a nuestras demandas», sino de otras que tienen que aportar los fondos. De momento no está muy claro cómo quedará su situación con la reforma laboral, y menos aún con la futura Ley de la Ciencia, cuyo anteproyecto aún se llevará el martes al Consejo de Ministros. Y a partir de ahí aún queda un largo trámite.
«Aquí vamos a pedales y estamos compitiendo con ferraris»
El Sergas paga el sueldo de los investigadores biomédicos, pero son ellos los que se tienen que encargar de financiar el salario a su equipo y hacerse también cargo del material científico que necesitan con cargo a los proyectos nacionales e internacionales que puedan conseguir, lo que también les somete a una presión añadida. «Es como si un cirujano para hacer una operación tuviera que contratar al anestesista y a la enfermera y, por encima, pagar el quirófano», explica con un ejemplo gráfico María Pardo.
Orestes Gualillo participa en un proyecto europeo financiado con casi dos millones de euros y cuando se reúne con sus colegas internacionales no acaban de creerse su situación. «Cuando nos presentamos a proyectos -relata- nuestros compañeros internacionales tienes que poner qué contrato tienes y cuando ven que dura menos que la ayuda que solicitas no se lo creen. En otros países cuidan a sus investigadores, porque los consideran un valor añadido en su sistema asistencial, pero aquí no. En vez de protegernos estamos desamparados».
«Nos piden que hagamos milagros con las migajas que nos dan»
Aún así, «nos piden que hagamos milagros con las migajas que nos dan», añade Pardo. Y los hacen. Pese a todo, «la investigación biomédica en Galicia es impresionante», apunta Seoane. Y eso que «aquí vamos a pedales y estamos compitiendo con ferraris». Una queja en la que coincide su compañera: «Te exigen como si fuéramos investigadores de Harvard, pero tenemos la financiación de una república bananera».
Un mal ejemplo que desanima a los jóvenes a seguir la carrera biomédica
Aparte de su situación personal también les preocupa el futuro de la profesión. ¿Cuál es el problema? Que su ejemplo no invita precisamente a las nuevas generaciones a seguir la carrera científica. «Nos cuesta mucho encontrar a gente que quiera tomar el relevo, porque nos ven a nosotros con 50 años y en esta situación y se lo piensan mucho», señala María Pardo.
Coincide Gualillo con su apreciación. «Esta situación -dice- es mala para todos. También para la ciencia y para la propia administración, porque esto hace que la carrera sea poco apetecible e interesante para las nuevas generaciones. Y sin gente joven que dé el relevo no podremos avanzar»”.
Gualillo lanza una última reflexión: «Te reconocen más las instituciones extranjeras que la gente que tienes al lado, en casa».