Solo un acusado asume el secuestro del maderero y el resto dice ser inocente

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

CAMBRE

El fiscal elevó a 13 años la pena a cuatro de los procesados por tenencia de armas

16 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El juicio por el secuestro del empresario maderero de Cambre en enero del 2014 quedó visto ayer para sentencia después de que los abogados de los 8 procesados hiciesen uso de la palabra para convencer al tribunal de que sus clientes o bien son inocentes, actuaron por miedo o no merecen un castigo tan grande. Por el momento, la Fiscalía no les cree ni media e incluso elevó la pena para cuatro de ellos, a los que les imputa también un delito de tenencia ilícita de armas por lo que solicita que sean condenados a 13 años de prisión.

Unos no sabían que la persona que estuvo seis días en la cuadra de los cerdos de su finca se encontraba secuestrado. Otros sí estaban enterados, pero se callaron y hasta vigilaron a la víctima por miedo. Solo uno, el supuesto cabecilla, Jesús Mejuto, asumió su culpa. Pero no del todo. Según declaró la semana pasada durante la primera sesión del juicio, celebrado en la Audiencia Provincial, lo único que quería era darle una paliza a la víctima, pero nunca secuestrarla. ¿Por qué pretendía tal cosa? Porque hacía años, la empresa familiar a la que pertenece la víctima le había comprado a su padre una madera que, según él, no le pagó. Quería vengarse y «solamente darle unas hostias». Pero se equivocó de persona. En lugar de citarse con el hermano de la víctima, que supuestamente fue quien había hecho el negocio, lo hizo con Abel Diéguez, que nada tuvo que ver con aquello. Con engaños, lo citó en un monte de Aranga, pero solo para darle un susto. El problema es que el resto de los procesados, según afirmó Jesús Mejuto, no querían asustarlo, sino privarlo de libertad y pedir un rescate a su familia. En otras palabras, los malos son los demás, «yo solo le quería pegar». ¿Qué papel jugaba su hijo, de 18 años, en toda esta historia? «Ninguno», dijo el supuesto autor intelectual. Mejuto explicó que su único vástago intentó siempre persuadirlo de que no hiciera nada malo. El joven ratificó las palabras de su padre, exculpándose así de cualquier delito. Por el hecho de que el chico tenga nacionalidad mexicana, si es condenado deberá cumplir parte de la pena en España y luego acogerse a la expulsión del país.

Padre e hijo intentaron durante el juicio descargar sobre el resto de procesados la responsabilidad del secuestro, siendo ellos meros colaboradores y que los hechos cometidos lo fueron contra su voluntad.

Pero el hermano de Mejuto, José Manuel, también acusado, dijo todo lo contrario. Explicó al juez que si participó en el secuestro fue por miedo a Jesús. Juró sentirse obligado a vigilar a la víctima y que si lo hizo fue por salvar su vida y la del propio secuestrado.

Propietarios de la finca

Su pareja Isabel, junto a los padres de esta, ya septuagenarios, eran los propietarios y quienes residían en la finca donde permaneció Abel Diéguez durante seis días. Pese a que el chamizo en el que se encontraba estaba a apenas veinte metros de la vivienda, dijeron en todo momento que no tenían ni idea de que un hombre estuviese encerrado allí contra su voluntad. «Nos dijeron que era un amigo que necesitaba un techo durante unos días porque tenía problemas con su mujer», declararon. Le hacían la comida y, según ellos, «no preguntábamos nada». Esta versión choca con la de Jesús Mejuto, que había declarado que los dueños de la casa habían aceptado mil euros diarios a cambio de alimentar a la víctima y permitir que estuviese en la finca.

Los otros dos procesados, amigos de la familia -solían hacer pequeñas chapuzas en la finca- dijeron exactamente lo mismo que el hermano de Jesús Mejuto, que participaron en el secuestro por un miedo insuperable a ser asesinados por aquel. De ahí que sus abogados hayan pedido la eximente. El supuesto cabecilla los había culpado de pegar a la víctima y de «atarlo de pies y manos como a un becerro».