Pedro Dafonte: «Hasta los 56 años no vendí ni una almeja ni un berberecho»

CORUÑESES

CESAR QUIAN

El presidente de los asociación de vendedores de la plaza de Lugo lleva tres años en el sector, su vida laborar estuvo ligada a la construcción

13 nov 2019 . Actualizado a las 10:30 h.

Es el hombre tranquilo. «Siempre lo fui. Es muy difícil que me altere», confirma. Dedicó gran parte de su vida a trabajar de comercial de construcción. Pasó de tener su propio negocio y vender pavimentos y revestimientos a despachar almejas y berberechos en el mercado. «La crisis se lo llevó todo por delante. Había montado mi empresa y todo lo que podía salir salió mal. Fue como un castillo de naipes. Volví a Rendueles, donde había estado años dedicado a la decoración y a la construcción, pero no continué por distintos motivos», relata Pedro José Dafonte Deibe, presidente desde hace unos meses de la Asociación de Vendedores de la Plaza de Lugo. Con más de 50 años se tuvo que reinventar. «Salieron a concurso los puestos de los mercados. Yo en aquel momento estaba en el paro y contaba con la ventaja de que mi mujer se dedica de siempre a este sector y conoce el producto y a los proveedores. Así que hace 3 años empecé a trabajar como placero. Hasta los 56 años no vendí ni una almeja ni un berberecho», comenta sonriente. «La construcción siempre me gustó. Me dio muchas satisfacciones, pero cantidad de quebraderos de cabeza. Pasé muchas noches sin dormir. Si lo comparo esto es un relax, me da para vivir y tengo las tardes libres», afirma.

Langreo y Aranga

Charlamos en la cafetería Plaza. Suso, el encargado, y el resto de personal, no dan abasto Hay tanto bullicio que por momentos me cuesta escuchar con nitidez lo que me cuenta Pedro, que siempre habla con voz pausada. Tiene 59 años y dos hijos de 35 y 30 años. «Y dos nietas, una de 2 años y otras de 9 meses», añade con mirada de abuelo. Sus padres eran de la zona de Aranga y Montesalgueiro y Pedro nació en la localidad asturiana de La Felguera, Langreo, donde su padre trabajaba en una empresa siderúrgica. A los 8 añitos, de regreso a casa, se curtió en la zona de la estación del Norte y en los terrenos que hoy ocupa el centro comercial. «Viví por ahí hasta que me casé y me fui a Fonteculler», apunta. Su mujer, Ángeles Rumbo, se dedica a lo mismo que él, pero en San Agustín. Son un matrimonio de bivalvos que no despachan ni pescado ni marisco. «Ella es hija y nieta de placeras, de las más antiguas del mercado. Ahora también vendemos algún elaborado, como salsa verde para acompañar a las almejas. La gente cada vez tiene menos tiempo para cocinar», asegura. Me cuenta que su profesión frustrada es la de delineante. No lo consiguió, pero sí que es aficionado a la pintura. «Aprendí en la mili en Barcelona. No me considero con nivel suficiente para hacer una exposición, pero una vez pinté a mi mujer y sigo casado», apunta este exjugador del Oza Juvenil apasionado del atletismo.

Dar vida a la plaza

Lleva tan solo unos meses como presidente de los vendedores de la plaza de Lugo, un mercado que esta semana no vivió su mejor momento por culpa del mal tiempo. «Estamos intentando reactivarla. Tenemos que mejorar la web y las ventas on-line. Por el momento está funcionando bien la plataforma Kibus. Queremos adecentar el espacio libre que existe en la planta alta. Poner unas sillas, unos bancos y unas mesas para que sea una zona de degustación. En esa segunda planta hay cuatro locales que preparan distintos platos. Tenemos la autorización del Ayuntamiento y nos falta redactar un reglamento de uso. Hay que darle vida a la plaza. Intento buscar lo mejor y asumo las críticas, las reciclo e intento extraer el lado positivo por el bien del mercado. La idea es ofrecer actividades a los clientes y ya estamos recibiendo ayuda de la Xunta y el Concello», asegura este hombre tranquilo y que también se declara «honesto, tanto en mi vida como en el trabajo. Voy con las ideas claras», afirma.