Hubo un tiempo, y no hace realmente tanto, en que el metre arrojaba sobre la mesa un puñado de cartas cada cual más grasienta, del grosor de la enciclopedia Espasa y que ofrecían platos imposibles, con la mitad de los productos fuera de temporada. En aquellos locales fríos, rancios y caros no siempre era virtud la frescura. Como decía el gourmet Julio Camba ironizando con la cuaresma, «el pescado de los viernes me parece muy bien cuando, efectivamente, es de los viernes»; pero hay sitios «donde suele ser de los lunes o los martes… de la semana anterior».
La ciudad del nuevo milenio dejó atrás los locales prehistóricos y, al ritmo que marcaba en el mundo el Bulli de Adrià, se subió al carro de la modernidad. Pero entonces hubo un tiempo, y no hace realmente tanto, en que una mal entendida vocación científica llenó nuestros restaurantes de tecnología mal usada, técnicas abusivas y mezclas sin sentido que pregonaban vanguardia donde a veces había un gusto abominable. De nuevo cobraban vigencia las viejas recomendaciones de Camba a los comensales: «Siga usted las prescripciones de la ciencia siempre que se acomoden a su gusto y siga siempre las prescripciones de su gusto, aun cuando no coincidan con las de la ciencia».
Pero en los últimos años, y no hace realmente tanto, hemos asistido a un florecer de la hostelería coruñesa, que ha hallado su equilibrio y que está consolidando un desarrollo sin igual en Galicia. Llama la atención la cantidad de buenos restaurantes y hasta bares de tapas que están dando de comer con sentido y buen gusto, una tendencia que acaba de confirmar la Guía Michelin. Es verdad que hemos perdido la estrella del Alborada por cierre del local, pero también lo es que ingresan cinco restaurantes recomendados, distinción que implica ya en la guía una calidad elevada. Son estos: Arallo, Eclectic, Comarea Marina; La Picotería, en Culleredo, y La Terraza del Madrileño, en Perillo.
También el servicio ha dado un salto notable en Coruña, y en esto se nota la consolidación de una escuela de hostelería. Se cuida la atención al cliente, con locales a veces pequeños pero bien dimensionados para evitar agobios. Volviendo a Camba, «si huyo de los restaurantes desiertos, porque en ellos la merluza espera a veces demasiado tiempo por el comensal, huyo más velozmente aún de los concurridos, porque en ellos es el comensal el que tiene que esperar indefinidamente por la merluza». Y presagiaba nuestro perspicaz gastrónomo, allá por 1929, que la capital gastronómica de España debiera estar en la costa, especialmente en una costa norteña, «porque es del norte de donde le viene al mundo el apetito». Coruña empieza a postularse.