Bob Pop, en A Coruña: «La primera vez que salí con bastón en el programa una persona me dijo: ''No estás para salir en la tele''»

VIVIR A CORUÑA

El artista multidisciplinar llega al Corufest de A Coruña este domingo con la obra «Hablar no sirve de nada», en el Teatro Rosalía
11 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Bob Pop irrumpe en la escena coruñesa con Hablar no sirve de nada, una obra que trasciende los límites del monólogo para articular un discurso complejo sobre la dependencia, el cuerpo y la representación. Este domingo, en el Teatro Rosalía y en el marco del Corufest, el artista propone un ejercicio de exposición radical en el que la vulnerabilidad no se sublima, sino que se reivindica como materia política y poética. Una pieza incómoda y lúcida que interroga tanto al espectador como al lenguaje escénico.
—¿Es tu primera vez en Coruña? ¿Conocías ya la ciudad?
—Qué va. Vengo bastante a menudo. De hecho, estuve en el Corufest hace unos años con mi anterior montaje teatral. Y luego vengo siempre que puedo.
—¿Qué te parece la ciudad?
—Me encanta. Es una ciudad luminosa, animada. Un poco pija, pero bien. Tiene una oferta cultural estupenda y una vida nocturna muy divertida.
—Y a nivel gastronómico, ¿te gusta algún plato típico?
—La tortilla de patatas de Betanzos me encanta. Luego hay uno que no me acuerdo cómo se llama, raxo, creo, que es carne con patatas, me chifla. Y la verdad es que todo está rico. Aquí no tengo ninguna queja.
—Este año llegas al Corufest con «Hablar no sirve de nada». ¿Qué nos vas a contar?
—Este año vengo con un monólogo, que no es un monólogo. Un intento de escribir un monólogo sobre la dependencia, el cuerpo, el pasado, los fracasos... El proyecto lo acabé adaptando a mi propia vida y salgo junto a mi cuidador, que es la persona que se encarga de mí cada día. Lo representa un actor con el que además ya trabajé en Maricón perdido, Daniel Bayona. Entonces, es un monólogo que acaba convertido en un diálogo y en un juego de espejos, y donde hablamos con bastante crudeza, humor y algo de ternura sobre el cuerpo, el sexo, el deseo, el fracaso, los intentos.
—Tengo entendido que es una obra que puede resultar incómoda al espectador.
—Sí, tiene la voluntad de incomodar. Para mí era muy importante el hecho de que sea la primera vez que me subo al escenario en la silla de ruedas. En el anterior espectáculo estaba sentado en un sofá. Entonces, el mero hecho de que un actor aparezca en una silla de ruedas en un escenario genera una especie de sentimiento de compasión o de perdón a lo que pueda pasar allí. Y lo que quiero también es enfrentar esa posibilidad de estar en una silla de ruedas como persona dependiente y no ser un ser de luz, sino mostrar también zonas oscuras y hablar de asuntos sexuales, escatológicos, corporales, de los que normalmente no se habla desde una silla de ruedas.
—Profundizando en el tema de la silla de ruedas. A medida que avanzaba tu enfermedad, ¿tuviste dudas de mostrar esa realidad en la televisión?
—Pues mira, ahí tuve dudas. De hecho, hubo una persona de televisión que la primera vez que salí con bastón en el programa me dijo: «Oye, te he visto fatal. Tú no estás para salir en la tele». Y eso me dio muchas ganas de seguir.
—¿Esa valoración te dio más ganas?
—Pensé que si alguien me decía esto, justo me motivaba a seguir saliendo porque lo que yo iba a hacer no tenía nada que ver con mi discapacidad. Y luego, a medida que avanzaba la enfermedad, también pensé que las personas como yo podemos tener un espacio en la tele y en cualquier lugar. En el teatro también es importante dar esa visibilidad, que tiene un punto reivindicativo, pero también tiene un punto de normalidad. Esto es mi trabajo, y si yo no pudiera hacer televisión, no pudiera hacer teatro, sería una discriminación laboral y eso es inconstitucional.
—Volviendo a la obra, ¿dirías que interpretas un papel o eres tú?
—Nunca lo sé. Pero como actor soy muy limitado, con lo cual hago bastante bien de mí mismo, que ya es suficiente. Pero sí hay un cambio de tonos y un cambio de lugares, y se ejerce un papel de narrador, en ocasiones de conversador con mi cuidador, de interacción con el público, desde donde soy yo, pero desde el lugar en el que se escribió el texto, que no es el lugar desde el cual lo represento. Con lo cual, sí que hay cierta ficción en el planteamiento.
—El título es «Hablar no sirve de nada». ¿A qué conclusión se llega al final de la obra: sirve o no?
—En realidad el título es hablar no sirve. Hay una pausa. El público me dice «gracias por el consejo» y yo respondo «de nada». El título ya plantea una interacción, una imposibilidad de autonomía, que es mi realidad actual. Tendrán que decidir los espectadores y las espectadoras al final de la obra si hablar sirve o no sirve. Muchas veces hablar solo sirve para dar pie a la acción. Pero si solo hablamos, poco hacemos.
—Este título también me ha sorprendido porque, fuera de los escenarios, llevas a cabo una importante labor como opinador. ¿Sientes que eres útil mostrando tu visión de la realidad?
—Sería muy petulante pensar que soy útil. Pero siempre intento dar un punto de vista que se salga del carril y que plantee la posibilidad de pensar desde otro lugar. Solo abro posibilidades. Tampoco creo dogmas ni espero que todo lo que diga se cincele en mármol, pero sí me parece interesante dar otro lugar al pensamiento, como mostrar que hay otras miradas, como puede ser la mía, pero también la de mucha otra gente, en un espacio plural. Entonces, en ese sentido, me divierte muchísimo, sobre todo porque me obliga a pensar sobre cosas que yo en un principio podía dar por pensadas. Pero el hecho de opinar constantemente me obliga también a actualizar mi sistema operativo, a plantearme el lugar en el que estoy en el mundo ahora, a replanteármelo y repensar las cosas.
—Tu obra es uno de los platos fuertes del Corufest, un festival que da visibilidad a la libertad afectivo-sexual. ¿Las personas fuera del colectivo LGTBI van a empatizar con la propuesta?
—Sí, cualquier persona puede hacerlo. De hecho, curiosamente, el público es mayoritariamente heterosexual. Pero claro, hay guiños a la cultura LGTBIQ+.
—El colectivo de esta ciudad encajó este año la sentencia por el asesinato de Samuel Luiz. ¿Qué te produjo ese suceso?
—Me removió todo. Más que el asesinato, que ya es terrible, fue la pasividad de quienes estaban ahí viéndolo. También fue que se discutiera si lo mataban o no por ser homosexual. Se convirtió en un debate nacional. Eso me dolió muchísimo porque era como negar que siempre hemos estado en una situación de vulnerabilidad y nos hemos enfrentado a muchos tipos de violencias. Con lo cual, me pareció que esa necesidad de tapar o de opacar esa parte del crimen tenía que ver con una falta de respeto hacia nuestra propia historia, hacia nuestra propia trayectoria. Es decir, claro que hemos sufrido agresiones, claro que las seguimos sufriendo y cada día más, porque se ha abierto la veda de la barbaridad y del odio. Para su desgracia, Samuel Luiz se convirtió en un símbolo de algo que sigue existiendo. Y el empeño de tantos por borrarlo como símbolo me pareció casi tan doloroso como su crimen.
—El colectivo también se está viendo apelado mucho estos días por si el nuevo papa, León XIV, va a abrir la Iglesia a los homosexuales tras los guiños del papa Francisco. ¿Qué te parece este movimiento que parece exigir que la Iglesia acepte al colectivo?
—A mí lo del papa me llamó mucho la atención porque en realidad estamos como pidiendo permiso para existir. Yo no soy católico, con lo cual a mí me da igual lo que piense un señor que rige una secta. No tengo ningún interés en que me acepte o no me acepte. Entiendo que habrá a quien sí le importe.
—Otro tema en el que te has posicionado mucho recientemente es sobre la eutanasia.
—Mi punto de vista no ha variado y a veces parezco muy pesado. Me parece magnífico que exista la posibilidad legal de la muerte digna, pero también me parecería magnífico que hubiera una posibilidad legal de una vida digna. Entonces, hay mucha gente que recurre a la eutanasia porque no tiene recursos, porque los tratamientos contra el dolor no son efectivos, porque sienten que están siendo una carga para quienes les rodean, porque no hay un apoyo para su autonomía. Entonces, es perfecto que la eutanasia sea una solución a la que se pueda optar. Pero ojalá tuviéramos menos razones para desearla.
—Volviendo a la obra. ¿Qué conversaciones quieres que tenga la gente después de verla?
—Me apetece mucho que salgan y se pregunten qué están haciendo con sus vidas. Que se pregunten cómo leen la realidad, cómo viven el pasado, cómo viven el día a día y, sobre todo, cuáles son sus relaciones de poder con los demás y sus relaciones de sumisión o de libertad. ¿En cuántas cosas han pensado seriamente en los últimos tiempos?