El que no inventa, no vive

CULTURA

28 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Ana María Matute, fiel a su estilo directo e implacable, recuperó ayer una hermosa historia de la infancia para ilustrar su tesis de que la vida, más que otra cosa, es pura invención: «Llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: ??La música de papá, no te la creas: se la inventa??». La narradora barcelonesa comprobó luego que, afortunadamente, todas las músicas del mundo, «la audible y la interna», no son más que una invención.

Matute, en una confesión diáfana, con una cruda sinceridad a la que ya no estamos acostumbrados a causa del ruido de fondo de la retórica hueca de la política y el márketing, navegó en Alcalá de Henares por su «vida de papel», aferrada a las palabras del gran Cervantes y, aunque solo fuera metafóricamente, a su muñeco Gorogó, que aguardaba dócil en el hotel mientras ella departía en el paraninfo con reyes y ministros. Su padre le trajo el juguete de Londres cuando la pequeña Ana María contaba con solo cinco años y lo primero que hizo, claro, fue inventarle un nombre porque el Golligow original no encajaba en su geografía mental. Así nació Gorogó, que ahí sigue junto a Matute ochenta años y muchos libros después.

La escritora, que pertenece a aquella generación de los «niños asombrados» por la Guerra Civil, nos contó también que su tartamudez se esfumó con la furia de los bombardeos sobre Barcelona y cómo se presentó un día en la editorial Destino con su «libretita» llena de ficciones bajo el brazo e inició una carrera narrativa que todavía hoy convierte a sus lectores también en niños asombrados, aunque afortunadamente, no por las bombas, sino por las palabras que nos ayudan a sobrevivir. Porque, como bordó ayer Matute, «el que no inventa, no vive».