El hombre que fue muchos hombres a la vez

CULTURA

09 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Estudiábamos de niños que los seres vivos -los humanos entre ellos- nacen, crecen, se reproducen y mueren. Esta ley universal, veraz para la inmensa mayoría, resulta demasiado simple, sin embargo, para describir la peripecia vital irrepetible de uno de los españoles más destacados que ha dado el siglo XX: Jorge Semprún, que el martes nos dejó, tras 87 años de una vida que fueron varias vidas simultáneas, a cada cual más singular y apasionante.

Su primera multiplicación fue la estrictamente personal. Nacido en una familia de clase alta, descendiente de políticos conservadores de notabilísima importancia y pariente de condes y marqueses, no dudó Semprún en ponerse del lado de las fuerzas que combatieron el fascismo. Y así, tras luchar con los partisanos, hubo de enfrentar aquel joven de 20 años la devastadora vivencia de un campo de concentración (el de Buchenwald), donde sufrió Semprún prisión entre 1943 y el final de la contienda.

Fue ese antifascismo el que le llevó a afiliarse al PCE, y esta afiliación la que dio origen a la segunda multiplicación de un hombre que, tras pasar por la dirección de su partido y profesionalizarse en la clandestinidad, acabaría por ser expulsado de la organización a la que había entregado buena parte de su vida. Semprún, transfigurado ahora en el Federico Sánchez del PCE, no pudo soportar el sectarismo del partido y los engaños (y autoengaños) de quienes se negaban a ver la realidad de un país que no era, mediados los sesenta, el mismo que había entrado en los cuarenta: Semprún habló claro y lo pusieron en la calle.

Tras su abandono de la militancia comunista -que lo dejó a él por obra y gracia de Carrillo, con el que Semprún ajustó cuentas en su Autobiografía de Federico Sánchez- se produjo en el ex militante del PCE una tercera multiplicación, la cultural, es decir, la del español que era francés (o el francés que era español) y la del hombre de inmensa cultura, que igual escribía novelas que guiones de películas. Todavía recuerdo, con intensísima emoción, el de un filme de Alain Resnais, La guerre est finie, en el que Semprún, transfigurado para la ocasión en Diego Mora, contaba en realidad su propia historia: la de las idas y venidas clandestinas a la España franquista de un dirigente del PCE.

En las muchas semblanzas urgentes que, en las últimas horas, he leído de Semprún, muchas destacan que fue, fugazmente, ministro de Cultura. ¡Valiente cosa en la biografía de un hombre como él! Ministro -no hay más que mirar alrededor- lo puede ser cualquiera. Pero vivir en una existencia tantas y tan intensas vidas está reservado a personas de una pasta excepcional: la de los héroes. Toda España, al margen de ideologías, debería reconocerlo así, pues hombres como Semprún son un lujo para el país en el que nacen.