El Premio Nobel de Literatura no ha salido de Estocolmo. El nombre del sueco Tomas Tranströmer merodeaba tímidamente durante los últimos años en las quinielas del galardón de la Academia Sueca y ayer pasó de la condición de posible a la condición de favorito. La Academia asegura que el poeta merece el premio por ofrecer, «en imágenes densas y diáfanas, una nueva vía de acceso a lo real».
Aunque el premio no fue completamente sorpresivo, dado que poetas como Seamus Heaney se declaran abiertamente influidos por el sueco, su presencia en las librerías españolas explica una mayor distancia entre el poeta y los lectores en castellano. Las dificultades producidas en su día por una apoplejía no le han impedido continuar con su obra ni abandonar su intensa relación con la música que, para muchos críticos, es fundamental en el desarrollo de su obra.
A lo largo del día de ayer el escritor se sintió «contento y emocionado» por la cantidad de gente que se acercó a su casa a felicitarlo. Lo explicó su mujer, Mónica, que atendió a los medios por las dificultades que padece el poeta en el habla. También señaló la esposa que el poeta «se encuentra cómodo» en medio de ese ruido que ha levantado el premio y señaló que el escritor «no esperaba vivir un momento como este». Austeridad, concreción y unas metáforas claras y expresivas son algunos de los rasgos que la academia ha destacado en el conjunto de la obra de Tranströmer. También apunta la valoración académica que, a lo largo de los años, la poesía del escritor ha ido simplificándose y acortado su extensión de manera que ha concretado mucho más su lenguaje, al tiempo que utiliza el lenguaje de los haikus de manera directa.
DE pronto, el caminante encuentra aquí el viejo,
enorme roble, como un alce petri?cado con su interminable
cornamenta, frente a la fortaleza verdinegra
del mar de septiembre.
Tormenta nórdica. Es el tiempo en que
los racimos de serbas maduran. Despierto en la oscuridad,
oigo a las constelaciones piafar en sus establos,
en las alturas, sobre los árboles.
«Tormenta». Del libro «El cielo a medio hacer».