El segundo lugar turístico de Italia se cae a pedazos empujado por la desidia política, la crisis y la descarada tutela de la mafia napolitana
23 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.A los pies del Vesubio una joya arqueológica que fue devorada por la ceniza volcánica en el 79 d. C, tras una erupción violenta, vive ahora una segunda turbulencia sísmica. En esta ocasión no es el magma, ni los temblores los que horadan una urbe romana que quedó casi intacta, como una instantánea, en el momento del cataclismo. Gracias a la desidia de los políticos italianos Pompeya, a escasos kilómetros de Nápoles, está en situación de emergencia.
Para los amantes del Arte y la Historia Antigua, para los que no tienen ni idea de ninguna de ambas, Pompeya supone todo un descubrimiento. La ciudad quedó sepultada bajo una pátina de polvo volcánico y se redescubrió en tiempos de Carlos III, rey de Napóles y España.
Quien visite este conjunto arqueológico, declarado patrimonio de la humanidad en 1997, sentirá una mezcla de admiración y rabia. La antigua ciudad romana se colapsa por sus más de 6.000 turistas diarios. A esta avalancha hay que añadir el descontrol en el cuidado que los propios sindicatos de los trabajadores denuncian. No hay apenas vigilancia -esta semana incluso un ladrón armado con un cincel se llevó parte de una pintura mural-, pululan decenas de guías ilegales, chiringuitos sin permiso, cientos de perros vagabundos merodean entre la basura que apenas se recoge. Contados arqueólogos intentan que el lugar resista a los siglos y a los saqueos.
Y la decreciente inversión hace que la meteorología adversa, como la de este invierno lluvioso, propicie derrumbe tras derrumbe. La crisis tampoco ha ayudado. No llega dinero, a pesar del llamado Gran Proyecto Pompeya, que esperaba una inyección de 105 millones de euros -cofinanciados por Bruselas- a invertir hasta el 2015, cuyos efectos no se ven por ninguna parte.
El hundimiento de estas construcciones bimilenarias es una constante. La domus del Torello de Bronce cayó. La Escuela de Gladiadores se vino abajo en el 2010. Las termas se agrietan. Varias tumbas de la necrópolis de Porta Nocera y el templo de Venus sufrieron el mismo destino este mes. Todo cruje. Cada vez hay más calles cortadas con vallas que prohiben circular por peligro de derrumbe. Y mientras, la clase política mira para otro lado.
La Superintendenza que se creó para velar por la seguridad y gestión de este tesoro fue un fracaso. El propio presidente de la República de Italia, Giorgio Napolitano, definió lo que ocurría en Pompeya de auténtica «vergüenza» y pidió autocrítica. El resultado de varios gobiernos Berlusconi y la inestabilidad de los sucesivos ha aparcado el caso Pompeya ante la ira popular. Desde Roma se nombró a Giovanni Nistri, un general de los Carabinieri, para que controlara en serio el yacimiento. Los primeros ministros Mario Monti y Matteo Renzi quisieron arreglar el entuerto con una llamada a los fondos privados. Pero muchos sospechan que la mafia local, la Camorra, que lleva años supervisando las obras que se hacen y quién las hace, podría engullirlo todo una vez más. Muchos afirman que los concursos públicos de rehabilitación de las casas de Pompeya siempre han estado amañados.
El poder de la mafia napolitana está detrás de urbanizaciones poco legales en el entorno del yacimiento, en los contratos y hasta en la red de hostelería. De hecho, su mano se vió en un centro comercial levantado en una zona anexa que los arqueólogos consideraban vital para la ampliación del sitio. Las administraciones lo permitieron y las palas excavadoras entraron. La sombra del Vesubio, un volcán que todavía no está muerto, es testigo de la degradación.
El enclave arqueológico clave para el conocimiento de la vida cotidiana de Roma, con casi tres millones de visitantes anuales, vive un proceso acelerado de declive, como una erupción silenciosa que la envuelve de nuevo de piedra pómez. La crisis y la desidia matan al Arte. Quizá estos sí sean los últimos días de Pompeya.