Robin Williams, el cómico vulnerable

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

<span lang= es-es >«Good Morning, Vietnam».</span> El locutor y pinchadiscos del Ejército fue el primer papel que le ganó fama mundial.
«Good Morning, Vietnam». El locutor y pinchadiscos del Ejército fue el primer papel que le ganó fama mundial.

El actor fue un intérprete dotado de múltiples registros, cuyo genial dominio del humor no ocultaba un desvalimiento que contagió a sus personajes

13 ago 2014 . Actualizado a las 16:50 h.

Existe un momento mágico en la representación que consiste en un proceso de transferencia de personalidad que culmina en la creación de un ser nuevo, el personaje, a partir de determinados rasgos e intuiciones de otro, el actor. El público, presentado con el resultado final de ese desarrollo íntimo, suele preguntarse por cuánto habrá volcado de sí mismo el intérprete en la persona que finge ser. Robin Williams, hallado muerto el pasado lunes, fue uno de esos actores en los que el calificativo de camaleónico no suena a exageración. No obstante, existía también un sustrato común que subyacía a sus papeles, más o menos disimulado, más o menos abierto.

No era difícil intuir en su trabajo las contradicciones a las que se ve sometido un niño atrapado en el cuerpo de un adulto, lidiando con las convenciones que la sociedad impone con mayor rigidez a medida que uno crece. Esa cualidad infantil, en el mejor sentido de la palabra, se manifestaba en su gesticulación facial y su rapidez verbal, una sonrisa deslumbrante y una energía contagiosa e inagotable. Pero, a la vez, nunca le abandonaba un aire de vulnerabilidad que a veces disimulaba exagerando el humor y otras era central en la construcción de su personaje.

Excentricidad

Desde el papel que le dio fama, el de extraterrestre en la comedia televisiva Mork & Mindy, le resultó difícil sacudirse ese halo de inadaptación que, en el mejor de los casos, se reducía a una leve excentricidad. Pero siempre conectaba con los niños, los soldados de a pie, los desheredados, al mismo tiempo que provocaba el rechazo de las jerarquías del sistema. Ahí está el pinchadiscos del Ejército de Good Morning, Vietnam, querido por las tropas y despreciado y a la vez temido por irreverente entre la superioridad. Como también está el profesor de literatura que en El club de los poetas muertos fomenta la creatividad, la libertad de espíritu, la persecución de los sueños propios de sus alumnos, frente a la rígida sumisión que caracteriza la institución docente. No es de extrañar tampoco que Williams diese vida en Hook al niño que juró nunca crecer, Peter Pan, para traicionarse a sí mismo antes de redimirse en compañía de sus propios hijos.

Si en estos trabajos la comedia se teñía de ironía, en El rey pescador Williams recurría a todo su desvalimiento para su memorable personaje de un sintecho enloquecido por el dolor que busca el Santo Grial. En cambio, su único Óscar llegó con El indomable Will Hunting, donde, como ya hiciera en Despertares, ayudaba desde la medicina al prójimo.

Capaz también del registro sobrio, se puso a prueba en los oscurísimos papeles de Insomnia y Retratos de una obsesión, retos de los que consiguió salir airoso, aunque sin por ello borrar la imagen por defecto que de él se formó el gran público: los histrionismos de Señora Doubtfire o Dos canguros muy maduros. Pero incluso en su registro más comercial, Williams sobresalía por su calidad, como demuestra la voz del Genio en Aladdin -diálogos en buena medida improvisados- o Noche en el museo, cuya tercera parte está pendiente de estreno.