La carrera de Emma Thompson toca fondo en «Alone in Berlin»

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

KAY NIETFELD | Efe

Cristina Pato participa en el documental «The Music of Strangers», en torno al chelista Yo-Yo Ma y su Silk Road Ensemble

16 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El deslizamiento hacia la irrelevancia de Emma Thompson es una curva descendente que se prolonga más de 15 años. Llegó a lo sublime en aquella metamorfosis de Hillary Clinton en Primary Colors y, sobre todo, en aquel corazón en invierno que regía la mansión germanófila de Lo que queda del día. En esta Berlinale asistimos ayer a otro socavón en la trayectoria de la británica. Alone in Berlin es la adaptación de una novela prominente, una cumbre de la literatura de resistencia frente al totalitarismo, escrita por Hans Fallada, alcohólico y morfinómano perro verde. Emma Thompson y Brendan Gleeson encarnan al matrimonio que desquició a la Gestapo con sus pasquines donde reclamaban libertad de expresión e increpaban al Führer. En ella, Thompson cumple ese registro de actriz de complemento, sin un solo plano en que se reivindique como la colosal transmisora de emociones que fue. Hay que decir que su trabajo se sitúa en la línea de desdichado desaliento de toda la película. La dirige con infinita torpeza el actor Vincent Perez, con tal impericia que lo que debería ser vibrante elegía de dos outsiders que desafían con «vietnamitas» al Tercer Reich acaba por emocionarnos tanto como si defendiesen el fin del maltrato a las ocas en el Perigord.

Y es que veníamos ya de otro apaleamiento. El otrora prestigioso Danis Tanovic retorna a los Balcanes en esta Berlinale con otro desastre que anuncia desahucio autoral. Mort à Sarajevo adapta una obra del pelma autopostulado como pepito grillo de la intelectualidad más artera y reaccionaria, Bernard-Henri Levy. En el filme, con motivo del centenario del atentado contra el archiduque Francisco Fernando, un hotel vive la tensión de los fastos en Sarajevo. Y la estructura de ese caos es una farsa abstrusa, desgalichada, donde se mezclan sin tino la sátira pedante y la farsa berlanguiana a lo moros y cristianos pero en balcánico.

En medio de esta mortandad de Berlinale, el documental The Music Of Strangers, en donde Morgan Neville filma al chelista Yo-Yo Ma y su proyecto Silk Road Ensemble, funciona muy bien como respiradero. Entre el grupo de artistas de Siria, Irán o China que participan desde el 2000 en las giras y en estos discos de fulgurante melting pot musical está Cristina Pato. En su presentación, un crítico la define como el sonido de la sensualidad. Y Pato se pasea por San Martiño Pinario mientras Yo-Yo Ma bromea y se tapa los oídos como si no soportase la fiereza de la pandereta. Y como padrino de la gallega vemos en la pantalla de la Berlinale al aquí llamado «ministro de Cultura de Galicia». No han reseteado y el que habla, desde Bonaval, es Roberto Varela, quien ahora se parte el cobre por nuestros derechos en Montevideo. Lo importante es esa presencia de Pato en el dream-team que ha grabado ya varios discos, junto a Yo-Yo Ma, el niño prodigio que tocó para Kennedy y hasta ha aparecido en un episodio de Los Simpson.